jueves. 15.05.2025

A veces pienso que este país llamado España -para los nacionalistas Estado español- no es más que un gigantesco patio de vecinos. Y digo bien, patio de "vecinos", que no de "vecinas", puesto que por fortuna el rol que desempeñan hombres y mujeres en la modernísima sociedad del siglo XXI ha cambiado. Falta mucho para el cambio total, pero de momento vamos por buen camino. ¿Qué por qué digo eso de que es un gigantesco patio de vecinos? Por la forma en la que la mayoría, entre los que me incluyo, vemos las cosas. Casi siempre tiramos a lo superficial antes de profundizar en los asuntos. Es más cómodo y trae menos quebraderos de cabeza. Sucede con todo: con el trabajo, con la televisión, con el cine, con el dichoso fútbol, con la amistad..., y sobre todo, con la política. Los españoles tenemos una habilidad innata para inventarnos la vida de los demás. A base de especulaciones somos capaces de componer a nuestro antojo algo tan complejo como es el alma de cada ser humano. Y si no es así, volvemos a lo superficial, a lo obvio, que mola más. Por qué si no tienen tanto éxito los malditos programas del corazón que al final todos terminamos viendo. Pongo un ejemplo relacionado con la política, que es de lo que se supone que más sé: cuando se habla de José María Aznar López se habla de él en la mayoría de los casos como de un tipo bajito, más bien poco agraciado, con bigote y con muy mal carácter. Poca gente repara en que durante seis años fue un magnífico presidente del Gobierno español, el mejor de los que hemos tenido hasta ahora según opina la mayoría de los que más saben de esto. Todo el mundo se queda en esa habilidad que desarrolló principalmente en sus dos últimos años de mandato para meterse en líos y para caerle mal a todo el mundo, incluso a sus compañeros de partido. Y no es justo, pero así somos los vecinos. Su aparente falta de humanidad, la horchata que lleva por sangre, le convirtieron en alguien alejado de los ciudadanos, por lo menos de una mayoría.

Con ZP, bueno, con José Luis Rodríguez Zapatero, que ahora está en Lanzarote y es probable que lea esta columna -aprovecho para mandarle un saludo y para recordarle que lo de la inmigración irregular es algo más que una noticia para abrir los telediarios locales- ocurre lo mismo pero a la inversa. Su imagen es la del chico alto, desgarbado y bonachón que a todas las madres les gustaría que conquistara el corazón de sus hijas. Imagino que a la mayoría de las hijas, salvo a Sonsoles y a alguna más como ella, no. Su perenne sonrisa y su trato afable con el respetable le hacen ser un tipo encantador, de esos que caen bien, salvando por supuesto su dudoso gusto futbolístico. De algún modo su aspecto llega a ser en ocasiones un arma de doble filo, según confirma Radio Patio. El aparecer ante los ojos del mundo como alguien tan celestial le quita credibilidad a su gestión, y si no credibilidad, sí seriedad.

Fue incluso el Grupo Prisa quien, a través de los Muñecos del Guiñol de Canal Plus, lo tachó de soso, creando un personaje que respondía al nombre de “Sosoman”, un superhéroe que se aleja mucho de lo que la mayoría queremos que sea un presidente de Gobierno.

Pero esto no es más que el ejemplo del aspecto físico de los dos últimos presidentes del Gobierno, ninguno de los cuales atesora una peligrosa cualidad para la política que sí que tenía su antecesor en el cargo, Felipe González Márquez. Hasta el mayor enemigo del socialismo español reconocerá que Felipe González ha sido hasta ahora el político con mayor carisma. Incluso se decía de él que era muy guapo y que encandilaba a las señoras, cosa que entiendo porque, como dice mi buen amigo David Barra -saludos allá donde estés- con más razón que un santo, las mujeres no entienden ni de mujeres ni de hombres. Fue sin duda un compendio de lo que debe tener cualquier político con gancho. Ahora, ¿fue un gran presidente? Yo diría que tuvo una época en la que sí y otra en la que no, otra en la que fue el peor de los presidentes posibles. No obstante, la Historia será la que finalmente terminará juzgándolo con la perspectiva necesaria que ofrece la distancia temporal.

Pues bien, todo esto no es nada importante, aunque sí sustancial para ganar unas elecciones. Lo importante para un presidente del Gobierno jamás debería ser el físico, y mucho menos el peinado; ni siquiera que sea más o menos simpático. Lo importante es que sea un buen gestor, que sepa lo que tiene entre manos, que no es poco. Seguiremos confiando en que los aires de Lanzarote le sienten bien a ZP, porque se presenta un otoño muy movido, le favorezca o no el moreno que se llevará de la isla de los volcanes. Seguiremos confiando en que el “efecto Lanzarote” sea algo más que un remedio casero contra el catarro.

El gran patio de vecinos
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