Me parece muy interesante el debate que se ha suscitado en el orbe sobre los libros de Dan Brown, este nuevo superventas o best seller que ha amasado una fortuna tremenda simplemente novelando con gotas de suspense y notable imaginación los otros mundos que están en este, las historias de las logias y sociedades secretas que existen desde que el mundo es mundo, desde que los primeros hombres peludos se asociaban en las cuevas para conspirar contra los que se comían siempre la mejor parte del mamut, para lo que utilizaban a los artistas que decoraban los techos con frescos hechos a base de tintes naturales en los que se escondían todo tipo de símbolos y misterios que sólo entendían ellos.
Sólo puedo estar de acuerdo a medias con el articulista de El Mundo David Torres, quien escribía hace unos meses un texto sobre esta misma cuestión. Coincido con él en que Dan Brown es un “intelectual-paleto” o un “paleto-intelectual”, especialmente por su profundo desconocimiento de dos sociedades en muchos sentidos mucho más avanzadas que Estados Unidos como son la española o la italiana. Y lo digo con conocimiento de causa, porque para meterme en el gran debate mundial no he tenido otro remedio que leerme las obras del susodicho. El último fue Ángeles y demonios, libro en el que llega a decir que en muchas partes de Roma huele a meados y que los italianos son tan bestias e incivilizados que no conocen ni la gasolina sin plomo. En su última novela publicada en España se atreve a asegurar el muy mamarracho que aquí la gente agoniza en los pasillos de los hospitales, que los turistas se despeñan a puñados por los escalones de La Giralda de Sevilla o que huele a meado, con lo que demuestra no sólo su absurdo conocimiento de dos de las cunas de la Civilización sino su extraña obsesión por el orín, el pis o como quieras llamar a lo que expulsamos cuando la vegija dice que no aguanta más.
Ahora bien, lo cortés no quita lo valiente. Los libros de Dan Brown, en contra de lo que piensa David Torres y muchos otros como él, están llenos de inteligencia y de tino. No le llegan a la suela del zapato a Carlos Ruíz Zafón y a su Sombra del viento, jamás podrían aspirar a acercarse a la prosa de los Cien años de soledad de García Márquez pero no se han convertido en un éxito sin precedentes por casualidad. La intención de Dan Brown y del equipo que tiene detrás -estos libros los dictan muchos cerebros y los escriben muchas manos- era mezclar grandes temas que sólo conocían los amantes de lo oculto y lo raro con acontecimientos históricos y personajes atractivos, introducirlos en una trama policiaca del siglo XXI y darles las pinceladas de emoción suficiente para enganchar al lector de hoy en día, que lo que pretende en su inmensa mayoría es pasar un buen rato. Y lo han logrado.
No es fácil dar con la fórmula adecuada que enrede a la masa lectora. No me refiero a los “intelectuales”, sino a todos aquellos que quieren olvidar las tediosas tardes en las que tenían que resumir El Quijote, La Odisea o La Colmena para aprobar el examen del instituto. El ritmo de vida que llevamos la mayoría aconseja lecturas que no hagan pensar demasiado y que hagan ágil lo que para muchos supone un esfuerzo. Leer Cien años de soledad de García Márquez o El evangelio según Jesucristo de Saramago le obligan a uno a estar demasiado atento, a releer incluso algunos pasajes. Para los que nos gusta la literatura es una gozada saber que hay gente que escribe como ellos, pero también, para no caer en la pedantería, debemos admitir que los danes brown del mundo deben tener su hueco.
Es cierto que la fórmula siempre es la misma y que el experimento tiene fecha de caducidad, pero que le quiten lo bailado a Dan Brown y a todos los que se han aprovechado de su afortunado acierto. Plagios al margen, se cuenta ya como una de las grandes fortunas de Estados Unidos. Este martes estuve un rato zambuyéndome en las tranquilas aguas de Playa Blanca. Al salir vi a cuatro o cinco personas leyendo, no más. Tres de las cinco tenían en sus manos un libro de Dan Brown, y creo que en dos de los tres casos era El código da Vinci.
Esto del dinero y el éxito está muy bien, pero da pena que miles de escritores con talento terminen tirando sus obras a la basura por falta de atención de las grandes editoriales, que ofrezcan libros a las nieves rosas quintanas y no busquen nuevos talentos, pero es obvio que ni esta circunstancia ni la envidia que puede generar a literatos que consiguen con dificultad llegar a fin de mes deben nublar la razón a los que juzgan. En mi opinión, ni son ángeles ni son petardos, están en un punto intermedio. Otro día, por cierto, contaré mi contacto con la masonería y el proyecto literario que estuve a punto de realizar con un conocido rostro de las letras de este país. Menudo fiasco, cuánto aprendí del reverso tenebroso de las letras.