Es una tesis asumida hoy ampliamente en el ámbito de las ciencias sociales y, por supuesto, en la política del «fin de las utopías». Según el Diccionario de la RAE «utopía»: 1. f. Plan, proyecto, doctrina o sistema deseables que parecen de muy difícil realización. 2. f. Representación imaginativa de una sociedad futura de características favorecedoras del bien humano.
Según Arnoldo Kraus, profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México, la frase, «Dios ha muerto», se atribuye a Friedrich Nietzsche, el cual, en La gaya ciencia, escribió: «Dios ha muerto. Dios sigue muerto. Y nosotros lo hemos matado…». Si las utopías han desaparecido y Dios ha fallecido, mientras que los sátrapas, como Trump, Erdogan, Netanyahu, Bolsonaro, Modi, Orban, Milei y Putin, y otros más que se reproducen sin cesar, ¿qué será de la especie humana?
Margaret Atwood, escritora canadiense, a sus 80 años señala: «El siglo XX acabó con las utopías. Perdimos la fe en ellas. Hitler, Mao, Stalin, Pol Pot, Mussolini… Todos llegaron anunciando que iban a hacer las cosas mucho mejor, pero primero tenían que… Siempre hay un «primero tenemos que», y suele implicar matar a mucha gente. Nunca llegas a la parte buena…
En su obra La historia como campo de batalla. Interpretar las violencias del siglo XX (2012), y en Melancolía de la Izquierda. Después de las utopías (2016) señala Enzo Traverso que “el siglo XXI se abre bajo el signo de un eclipse de las utopías” (una sociedad perfecta y justa, sin conflictos y en armonía), pues mientras que el siglo XIX fue definido en sus inicios por la revolución francesa de 1789, que abrió caminos de esperanza para la libertad, la igualdad y la fraternidad, y el siglo XX por la gran guerra que comenzó en 1914 y la revolución rusa de 1917, que marcaron el derrumbe del “orden” europeo, y definían un nuevo símbolo esperanzador de unas relaciones sociales capaces de superar la explotación, mediante la instauración del comunismo.
Pero todo ello decayó; luego de su ascenso y apogeo vino el fracaso, la derrota, la desilusión… Pues las ilusiones que despertaron los procesos revolucionarios se estrellaron con el derrumbe del llamado “sistema socialista” y con la caída del muro de Berlín en 1989 (año en que se inicia el siglo XXI, según Eric Hobsbawm). El año 1989 marca el derrumbe de la utopía socialista. Pareciera que “estamos condenados a vivir el mundo en que vivimos”, que el capitalismo no tiene alternativas y que el futuro carece de esperanzas.
En el siglo XXI no se vislumbra ninguna utopía en el horizonte. El último esfuerzo por describir una utopía fue el neoliberalismo y el fin de la historia, que traería una sociedad libre y de mercado, el estado supremo de la condición humana, y que ha entrado en descomposición: refugiados, desaparecidos, exclusión, desigualdad, pobreza, guerras, terrorismo, crisis medioambiental, pandemias, neofascismos … Luigi Ferrajoli en su libro de 2022 Por una Constitución de la Tierra. La humanidad en la encrucijada, habla de 5 emergencias globales: las catástrofes ecológicas; las guerras nucleares y la carrera armamentística; el asalto a las libertades fundamentales y de los derechos sociales, el hambre y las enfermedades no tratadas, aunque curables; la explotación ilimitada del trabajo; y las emigraciones masivas. Todo ello se asemeja más a una distopía. Las distopías son anti utopías, según la RAE: Representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana.
Quien mejor ha reflejado las distopías es el cine futurista. El cine, como el gran arte del siglo XX, supo predecir y sintetizar los grandes temores y la visión pesimista sobre el futuro de la humanidad y ha logrado crear unas visiones dramáticas sobre el posible destino de la civilización. Visiones que se han cumplido.
La primera obra maestra del cine futurista es Metrópolis (Fritz Lang, 1927, Alemania), que denuncia el futuro de la explotación de los obreros y la creciente diferencia entre los pocos que poseen todo y los muchos que nada tienen y son esclavos de un mecanicismo deshumanizador. Aquí aparece, por primera vez, la idea del robot como modelo de futuro, que amenaza el destino del hombre. La Inteligencia Artificial, según nos cuentan los grandes medios, eliminará 300 millones de puestos de trabajo. Serán una cuarta parte de los empleos en la Unión Europea y los Estados Unidos, según Golman Sachs.
En 2011 se estrenó ''Contagio” de Steven Soderbergh', una película que volvió a estar de plena actualidad por el coronavirus. Y es que, en el film, un simple resfriado que surge a través del contacto con una persona que había regresado recientemente de Hong Kong provoca una terrible epidemia, que causa el caos en el mundo entero, mientras que las autoridades sanitarias luchan para frenar el virus. En la escena final, el origen del virus es revelado a los espectadores. Un bulldozer que trabaja para una compañía derriba unas palmeras, asustando a algunos murciélagos. Uno de ellos llega a un banano donde agarra un trozo de banana y al sobrevolar una porqueriza se le cae un trozo, que es comido por un lechón. Unos transportistas chinos llevan los lechones a un casino de Hong Kong. Un cocinero es llamado mientras prepara el lechón y tras limpiarse las manos en su delantal da un apretón de manos a una clienta, contagiándola del virus que la convierte en el paciente cero de la pandemia. La película de Soderbergh fue toda una premonición. Mas, según nos acongojan desde todos los medios, las epidemias contagiosas, como el Covid, van a seguir en el futuro.
Del director finlandés Timo Vuorensola es la película Cielo de Hierro (Iron Sky) de 2012. Cuenta la historia de unos nazis que, tras la derrota de 1945, huyeron a la Luna y allí crearon una flota espacial con la que consideraban ser capaces de regresar a la Tierra y conquistarla en 2018. Al principio, justo antes de la “Solución Final”, llegan a la Tierra dos nazis para ver si ya está todo preparado. Pero nadie les cree. Hasta el día en que su enorme potencial es descubierto por el director de campaña, que trata de allanar el camino hacia la victoria electoral a un candidato a la presidencia de los Estados Unidos, que es una parodia de Sarah Palin. Esta se da cuenta de que tanto la fraseología como el discurso de los nazis es lo que mejor se puede vender en plena crisis a los votantes potenciales. Al final, cuando es ya demasiado tarde, la candidata comprende que los nazis son nazis de verdad, y que en realidad lo que quieren es invadir la Tierra.
Este film nos puede servir como motivo de reflexión para la situación actual. A finales de los años veinte, las cámaras de gas y las atrocidades que acabarían cometiendo los nazis es seguro que nos hubieran parecido la historia de una película de ciencia ficción, como nos parece hoy la invasión de la Luna por los nazis. En historia cosas que en determinados momentos nos parecen imprevisibles, luego se convierten en realidades. Sirva de ejemplo el siguiente texto: “Nos han arrebatado toda nuestra soberanía. Valemos sólo para que el capital internacional se permita llenarse los bolsillos con el pago de los intereses. Tres millones se han quedado sin trabajo ni apoyo de ninguna clase. Los funcionarios sólo trabajan para ocultar esta miseria. Hablan de tomar medidas y las cosas van cada vez peor para nosotros. La ilusión de libertad, paz y prosperidad que se nos prometió se están desvaneciendo. Estas políticas irresponsables supondrán el total hundimiento de nuestro pueblo”. Este discurso podría ser emitido por alguna fuerza política en nuestro Parlamento. Mas, ¿de quién pueden ser estas palabras? Nos llevaremos una sorpresa al conocer su autor. Es ni más ni menos que Joseph Goebbels, y forman parte de su discurso “Wir fordern” (Exigimos), publicado en el nº 4 de la revista Der Angriff, el 25 de julio de 1927. Al principio no era más que una revista marginal publicada bajo el lema de “Por los oprimidos y en contra de los explotadores”, hasta que en 1933 se convirtió en el Diario del Frente Laboral Germánico. En 1927 imprimían en torno a 2.000 ejemplares. En 1933 eran 150.000. Y en 1944 sobre 306.000. Este hecho debería servirnos de advertencia. Como decía Víctor Klemperer: “No somos más sabios que los europeos que vieron cómo la democracia daba paso al fascismo, al nazismo o al comunismo durante el siglo XX”.
Ante ese futuro distópico, una respuesta muy extendida es el presentismo. Vivimos en un predominio apabullante del presente. El pasado y el futuro quedan eclipsados. Las preocupaciones de la actualidad son tan agobiantes y absorbentes, que nos impiden mirar el ayer y el mañana. Nos hemos instalado en un hoy permanente que nos incita a considerar el pasado deleznable y desechable, y a ignorar el futuro por sombrío e impredecible. Según John Berger, cualquier sentido de Historia que vincule el pasado con el futuro fue marginado, si no es que eliminado. Y así, la gente sufre un sentido de soledad histórica. Los franceses se refieren a quienes tienen que vivir en las calles como SDF. Sin Domicilio Fijo. Estamos bajo una presión constante para sentir que tal vez nos volvimos los SDF de la Historia.
Mas, la humanidad no hubiera avanzado y construido un futuro ilusionante sin tener en cuenta su pasado. Ortega y Gasset nos dice: «Siempre ha acontecido esto. Cuando el inmediato futuro se hace demasiado turbio y se presenta excesivamente problemático el hombre vuelve atrás la cabeza, como instintivamente, esperando que allí, atrás, aparezca la solución. Este recurso del futuro al pretérito es el origen de la historia misma…»
Es evidente que en el pasado hay soluciones, que podrían servirnos para salir de este tenebroso túnel e iniciar un nuevo camino ilusionante. Los destrozos producidos hoy son muchos y graves: desempleo permanente, precariedad con unos derechos laborales decimonónicos, niveles de desigualdad insostenibles, Estado de bienestar muy dañado, democracia eviscerada, un planeta Tierra ambientalmente insostenible, guerras interminables y cruentas… Conviene mirar por el retrovisor el pasado. ¿Cómo podemos olvidar que todo lo que se ha hecho en Europa occidental para conseguir más justicia, más seguridad, más educación, más bienestar y más responsabilidad del Estado hacia los marginados y los pobres nunca se habría podido alcanzar sin la presión de las ideologías y movimientos socialistas, pese a sus ingenuidades y falsas ilusiones? ¿Cómo es posible, por tanto, olvidarse de Marx, quien ya profetizó y analizó tantos desmanes del capitalismo? Tal olvido ha propiciado que la gran mayoría haya perdido sus coordenadas políticas. Sin mapa ni brújula, no sabemos a dónde nos dirigimos. No tenemos futuro. ¿Cómo imaginamos el futuro ahora? Nadie acaba de ver el tiempo que vendrá. Alguien decretó hace tiempo que ya no hay futuro, pero el futuro no se acaba nunca, simplemente somos incapaces de imaginarlo. Y como lo imaginamos sombrío, vivimos de espaldas a él, como si no existiera, lo cual significa una gran irresponsabilidad.
Es lógico que el futuro ya no tenga esa fuerza de orientación que tuvo en buena parte del siglo XX. El futuro se ha convertido en una amenaza al ser incapaces de ver posibilidades alternativas a la devastación, el empobrecimiento y la violencia. Y esta es precisamente la situación actual. Pero esto no significa que el futuro haya dejado de ser un campo de batalla para otros. Algunos han planificado nuestro futuro. Según Franco Berardi, destruir la Europa de la solidaridad y del progreso, thatcherizar el continente transformándolo en un desierto de miseria, precariedad e ignorancia es el proyecto que el poder financiero se ha propuesto y está ejecutando. Lo cual nos provoca desesperación, pánico y rabia incontenibles. En definitiva, un futuro sin futuro.
Como nos dice el tristemente desaparecido y añorado Eduardo Galeano: «La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Entonces, ¿para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar». Sin utopía no existe futuro alguno para la humanidad. La distopía no es futuro. Ya lo advirtió hace cinco siglos Tomas Moro en su libro Utopía. Literalmente utópico significa «lo que no está en ningún lugar». Si bien sabemos que la idea de Tomás Moro, una sociedad que se supone perfecta en todos los sentidos, es imposible, también sabemos, o al menos deberíamos conjeturar al respecto, que en la actualidad es indispensable apostarle a lo complicado y bregar por un mundo donde se cumplan las metas fundamentales de la ética, justicia y libertad.
Por tanto, una dosis de utopía, aunque sea pequeña, es necesaria para sembrar esperanza y paliar un poco las enfermedades que recorren y asfixian el mundo. Menguar los sinsabores de nuestros tiempos es indispensable. Ni que decir tiene que las utopías nacen desde la izquierda. La derecha ni la de antes, ni la de ahora, no la necesita, ya que, tal como nos predican, vivimos en el mejor de los mundos posibles.
Como muy bien dice Boaventura de Sousa Santos, el predominio de la cultura neoliberal basada en el miedo, el sufrimiento y la muerte. para las grandes mayorías, no es posible erradicarlo con eficacia sin oponerle otra cultura, la de la esperanza, la felicidad y la vida. Es decir, una utopía. Esa es la misión irrenunciable de la izquierda.
