Traigo a cuento una entrevista reciente al artista siciliano Giorgio Orefice en frecuencias de Radio News 24 y su publicación en vídeo en un archivo multimedia del portal de este grupo de comunicación italiano, porque allí, mi buen amigo Giorgio, que vivió 20 años en Lanzarote, habla sentidamente de la Isla y de su influencia en su creación plástica, como siempre lo hace cada vez que algún medio informativo lo aborda.
Giorgio es ya, a través del arte y de las emociones que transmite, un promotor aparentemente anónimo de la riqueza paisajística y patrimonial de la Isla de los Volcanes, pero como artista reconocido que tiene pinturas y esculturas en museos públicos de Italia y prestigiosas colecciones privadas, la voz de Giorgio ya no suena tan anónima.
Hace algunos años, Domènec Biosca, uno de los gurús del turismo español, declaraba al Diario La Vanguardia que las emociones eran identificadas como grandes realidades en el cambio del consumo turístico: “antes la gente iba de vacaciones; ahora quiere ser feliz de vacaciones”.
El arte no solo representa, sino que nos ha permitido conocer y comprender mejor parte de la historia universal, pero también posee el encanto de transportarnos a estampas soñadas, lugares que hemos alcanzado a visitar cuando la economía y las circunstancias lo permiten.
El arte por tanto es un incitador turístico y una vía para descubrir manifestaciones culturales, incluidas el folklore o las artesanías, que por su contenido, fuerza y emociones, son capaces de construir marca propia. Si estamos en una economía de mercado, de oferta y demanda pura, deberíamos estudiar y explotar mejor el arte y la cultura en general, más ahora que los destinos necesitan reforzar la oferta tradicional de sol, playa o enogastronomía.
El arte emociona. Al artista, más que representar una realidad, le interesa la emoción que despierta esa realidad o cualquiera que sea su propuesta abstracta. En 2016, Giorgio Orefice me concedió el privilegio de presentar en la Casa de la Cultura de Yaiza su muestra ‘Arte emocional’, reconocida por él como una válvula de escape que lo apartó del rigor del día a día por la supervivencia para centrarse en la inspiración, las manos y el pincel, lo que verdaderamente alimenta su vida.
Volvió entonces a encontrar su espacio más íntimo para desarrollar su producción plástica, una satisfacción personal que a la larga también proyectaba imágenes incitadoras de visitas turísticas, por la trayectoria del creador y el contenido de la exposición con texturas, relieves y colores de Lanzarote. Había interpretaciones abstractas de la Isla, refresco de rincones visibles del territorio e imaginación de espacios inaccesibles como el interior de un volcán.
Las exposiciones van y vienen, las obras viajan por el mundo contempladas por un infinito número de personas, hay otras ancladas que forman parte del inventario patrimonial de su tierra de acogida que allí se quedan para siempre como referentes del destino y terciando en la promoción turística.
Seguro que hay otros artistas, plásticos y no plásticos, por los que Lanzarote está en boca de muchos, pero si puedo, prefiero dibujar mi opinión con hechos cercanos, tan cercanas como las catorce estaciones de la muerte de Cristo que Giorgio Orefice esculpió y pintó por allá en 2004 para las iglesias lanzaroteñas de Yaiza y Playa Blanca.
En la primera, el Vía Crucis está cuidadosamente tallado y pintado a mano sobre lava bruta, compartiendo templo con el lienzo Ánimas del siglo XVIII, restaurado en 2012, cuya autoría se le atribuye al artista Manuel Antonio de la Cruz, mientras que en la pequeña iglesia de Playa Blanca la historia ocurrida entre las once de la mañana y las tres de la tarde está pintada y tallada por Giorgio sobre piedra lávica, siendo su textura parte integral de esta obra magistral llena de claros y oscuros.
¡Hey turismo, un poco de atención, el arte está aquí!