jueves. 01.05.2025

Estados Unidos. El Congreso nacional encarga a una comisión de expertos una misión muy especial: transmitir un mensaje a los seres humanos que habitarán la Tierra dentro de 10.000 años. Son un grupo de filósofos, ingenieros, sociólogos y antropólogos, y tienen que encontrar un símbolo para advertir a los futuros pobladores del planeta acerca de los depósitos de residuos nucleares estadounidenses.

¿Cómo enfrentarse a la perspectiva de 10.000 años? Los miembros de la comisión investigan la Historia, sus símbolos y su transformación a lo largo del tiempo. La antropóloga propone dibujar en la entrada de los depósitos una calavera, como advertencia del peligro. Pero la socióloga replica que la calavera para los alquimistas es símbolo de resurrección, en otras culturas es el signo de los piratas, si bien para otros significa veneno. Alguien propone sellar el almacén con un denso material impenetrable, pero pronto descubren que el fluido tardará aproximadamente 2.000 años en desintegrarse. La historia se queda sin resolver.

No se trata de un relato de ficción, sino de un hecho real que el pasado jueves narró Ulrich Beck para ejemplificar la dificultad de los seres humanos a la hora de transmitir las consecuencias de sus propios actos. Fue en la Fundación César Manrique, en una sala llena de gente que observaba con atención los expresivos gestos del pensador alemán, mientras escuchaban la voz femenina de la traductora simultánea a través de unos auriculares.

Los riesgos de la sociedad moderna

A través del episodio de los depósitos contaminados Beck mostró al auditorio la incapacidad de un Estado para gestionar un riesgo creado por él mismo. Y es que la sociedad moderna viene definida, en opinión del sociólogo alemán, por una serie de riesgos que van desde la catástrofe de Chernobil, hasta el cambio climático, pasando por el SIDA, la crisis financiera en Asia, la amenaza terrorista o la destrucción de los paisajes debido al turismo de masas. Por eso Beck habla de la Sociedad del Riesgo Global, que nos enfrenta con lo que él llama el “riesgo cosmopolita”.

Cosmopolita porque afecta a toda la humanidad, traspasa las fronteras nacionales y requiere soluciones conjuntas por medio de la coalición de los diferentes países. Hoy no valen las medidas unilaterales, dijo, en clara referencia a la política exterior estadounidense. “Es una estupidez buscar soluciones nacionales, no hay vencedores solitarios”. El paro, la inmigración, el envejecimiento de la población y el debilitamiento del Estado de Bienestar son problemas que afectan por igual a todos los países europeos, pero que “nos venden como conflictos nacionales”. En este sentido, Beck apuesta por el desarrollo y la democratización de las instituciones internacionales como la ONU.

El riesgo elimina las fronteras

Beck ofrece así una visión realmente positiva del riesgo, en la medida en que éste se nos presenta como una oportunidad para iniciar algo nuevo, en contacto con los demás, más allá de nuestras fronteras; en la medida en que nos obliga a superar las diferencias con los otros y nos obliga a comunicarnos con el “extranjero”. Lo que ocurre, admite, es que los riesgos globales no siempre desatan una respuesta.

A veces somos incapaces de advertir el riesgo y de anticipar la catástrofe. En otras ocasiones, sin embargo, el riesgo es manipulado para crear un ambiente de “histeria mediática” y desviar la atención de otros riesgos creados por los propios gobiernos.

Estados Unidos y Europa

Beck señaló que existe una conciencia del riesgo diferente en Estados Unidos y en Europa. En Norteamérica eran “ateos al riesgo” porque pensaban que era una cosa del Viejo Continente. Sin embargo, tras el 11-S “el terrorismo les ha convertido” y ahora se preparan para el siguiente atentado. Otro ejemplo de la globalización del riesgo está en las consecuencias del huracán Katrina.

Por primera vez nos dimos cuenta de que Estados Unidos tenía unas carencias y una pobreza inimaginables hasta ese momento. Todos vimos por televisión la situación de precariedad en la que se encontraba Nueva Orleáns, algo que no sabíamos o que no queríamos saber. Por primera vez, la vulnerabilidad social traspasaba las fronteras del tercer mundo y se hacía manifiesta dentro de las fronteras de la primera potencia mundial, incapaz de hacer frente a un desastre natural.

La sociedad temeraria
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