sábado. 10.05.2025

Por Miguel Ángel de León

Los que somos sinceros melómanos no sólo por nuestra querencia musical reconocemos unas tetas de mentira a leguas de distancia, modestia aparte. Nunca nos ha engañado ni traicionado ese instinto básico. Son muchos años analizando turgencias (cosa freudiana con la que ya se nace, probablemente) como para que nos la vengan a dar con queso o con silicona a estas alturas de la Liga. La ciencia avanza que es una barbaridad, pero para barbaridad mayúscula el destrozo que opera en las que se operan tan alegremente por un quítame allá ese pazguato estar a la última, que tantas víctimas deja en el camino, preferentemente femeninas, porque la mujer es la gran esclava de la moda. Van ellas convencidas, por propia experiencia, de la gran máxima o axioma cultural que sostiene -nunca mejor dicho- que pueden más dos tetas que dos carretas. Gran verdad universal, por otra parte, como bien sabemos y padecemos lo esclavos de esa beldad. De adolescentes teníamos nuestro propio principio, al que hacíamos más caso que al de Arquímedes: “Todo ente tetuado es, por el simple hecho de ser o estarlo, interesante”. Con la edad hemos sabido que el principio no era inamovible. Ahora hay seres tetuados en quirófanos que causan más espanto que atracción o admiración, a fe mía.

La pasada semana, incluso los que sólo intentamos leer prensa teóricamente seria nos tropezamos en todas las cabeceras con las lolas -como llaman a los senos en Argentina- de plástico de una supuesta joven actriz a la que no tenía el gusto de conocer, a pesar de mi condición de cinéfilo convicto y confeso (hoy llaman actriz a cualquier cosa, como es triste fama). Pese a que la imagen es estática, pues hablamos de unas fotografías supuestamente robadas (ya, ya: como las de Lola(s) Flores en la misma revista allá cuando, donde ya se había pactado previamente hasta la clase de denuncia que la racial cantante presentaría luego contra la publicación de marras), la falta de gravidez, de cimbreo y el forzado estatismo pectoral cantan desde lejos. “Bah, son de mentira”, decía en el bar un canario viejo al que tampoco engaña operación tan cara, en el doble sentido de la palabra.

Mujeres guapas de romperse cargan con simetrías artificiales que les son impropias, ajenas, postizas e impostadas. Véase no más el caso de la hija de aquella misma Marisol con la que la propia revista Interviú empezó a ser conocida como una publicación ilustrada y muy, muy didáctica, por lo mucho que enseña: ahora la chinija -otra presunta actriz- va dando tumbos, allá por donde la llevan sus flamantes tetas de titanio (ellas la llevan a ella, y no al revés: lo antinatural al poder). Pero en la proliferación de ese mal gusto hay otros culpables: hay hombres a los que les gusta todo ese plástico al norte del ombligo femenino, porque para toda tontería hay mil tontos opositando. Se sabe incluso de tipos abducidos por el uso del tanga en la mujer (abominable en cualquier circunstancia, aunque mucho más vomitivo en el caso del hombre, que todavía hay clases). Siempre hubo gente rara. Nada nuevo bajo el sol.

El buen melómano del que les hablaba al principio sabe que la cosa no es cuestión de tamaño, sino de tacto, de justa morbidez, de lógica gravidez. Aparte, claro, de que los pechos artificiales e ingrávidos no saben a nada, como es triste fama. En puridad, ninguna teta sabe igual, como le hacía decir el miembro de la Cofradía de Tetadictos y director de cine, Bigas Luna, a Javier Bardem como excusa para saborear las de la tal Penélope Cruz, las de los pezones con olor y sabor a tortilla de papas en la película “Jamón, jamón”.

Junto al tonto de baba y al tonto del culo, hoy tenemos a las tontas de teta que suelen tener la teta tonta (de plástico, o sea). Hay otra gran verdad universal: no todas las recauchutadas son tontas, pero está claro que todas las tontas están ya recauchutadas. Neumáticas perdidas. Te las regalo. (de-leon@ya.com).

Tontas de teta
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