Por Miguel Ángel de León
Mi profesora del Instituto me contó, aprovechando un recreo en el que me quedé solo en clase arrestado, la historia del guerrero de la Edad Media que colocó un cinturón de castidad a su esposa y dejó la llave del mismo al cuidado de su mejor amigo, por si él moría en el combate. Cuando apenas había cabalgado unas millas más allá de la aldea, el cruzado vio a su amigo galopando furiosamente tras él y gritándole: "Chacho, me has dado una llave equivocada".
Así de relativa es siempre la fidelidad, tanto la del "mejor" amigo como la de la "enamoradísima y fiel" esposa. Por si alguien duda de esa relatividad, no estará de más recordar nuestra propia historia: para los moros, los infieles (infieles a la religión verdadera, se sobreentiende) son los cristianos, y a la inversa (léase “El guerrero del antifaz”). Es lo del color del cristal y la condición del mirón.
Alegan los adictos a las frases hechas que el hombre es infiel por naturaleza... y la mujer, habría que añadir hoy por aquello de lo políticamente idiota (correcto, quise decir). Y están también los más exagerados, que son de la idea de que sólo pensar en traicionar la fidelidad es ya una traición consumada. De ser cierto esto último, ni los cuatro gatos que teníamos por los únicos fieles que iban quedando serían tales virtuosos.
Si mi memoria no me es infiel (aunque cada día sospecho más de ella, valgan verdades), creo recordar que fue la actriz alemana Marlene Dietrich (bisexual, según dicen ahora) la que dijo con teutona socarronería que a cualquier mujer le gustaría ser fiel, pero lo complicado es hallar al hombre a quien serlo.
Se sospecha que con las traducciones de libros, por aquello del "traductor traidor", sucede lo que con las mujeres: cuando son hermosas no son fieles, y cuando son fieles no son hermosas. Simples leyendas, claro está. Yo no he dicho nada.
Pocos años después de la crucifixión de Nuestro Señor Jesucristo, Tácito caía en la cuenta de que la fidelidad comprada siempre es sospechosa, y generalmente de corta duración. Hoy lo constatamos con las contrataciones millonarios de los futbolistas, que son "fieles" a los colores del equipo de turno hasta tanto llegue otro que le ofrezca más dinero por su fidelidad a los colores de este último. Eso por no hablar de la otra fidelidad a unos ideales políticos. En Lanzarote, a fe mía, apenas se tienen noticias de esa teórica virtud. En caso de duda, repásese no más cualquier hemeroteca insular. Y sobre la debida fidelidad de los políticos hacia su propio electorado no hay más que ver cómo se cumplen al pie de la letra las promesas electorales. (de-leon@ya.com).