El almanaque trae en el arranque de mayo ese sarcasmo de unir en la misma semana el Día del Trabajador (si lo hubiera) con el Día de la Libertad de Prensa (si la hubiese). De lo segundo no vamos a hablar porque es una utopía. Y lo primero, el trabajo, empieza a serlo también… sobre todo en esta pobre islita rica sin gobierno conocido y casi 25.000 parados entre la población activa (es un decir).
El día 1 de mayo se celebraba (es un decir) el Día del Trabajador… en paro. Más de cinco millones (5.000.000) de españoles, que se dice pronto y fácil, en las listas de los que van listos. Desangelado Primero de Mayo de 2012, y más por aquí abajo, donde a lo más que han llegado los esforzados sindicalistos habituales es a convocar partidos de infrafútbol entre ellos mismos. No les pidas más, que no están para más. El resto, seguidismo vergonzoso y desmemoriado al PSOE que los maneja y manipula a su modo y manera, como es triste fama: ahora Rubalcaba ha dado la orden de que hay que echarse a la calle a formar escandalera diaria y ahí están ellos, obedientes y sumisos, haciendo como que hacen algo por el mismo trabajador por el que nunca movieron un dedo. Insulto constante a la inteligencia de trabajadores, votantes y abstencionistas.
Lo escribía este martes en El País David Trueba en el arranque de su columna: “Celebrar el Día del Trabajo en nuestras circunstancias es como irse a festejar el día del chuletón a países con hambruna”. Tal cual.
Con todo y pese a todo, no hay que ser malpensado. No hay que tragarse los bulos y demás leyendas urbanas (y rurales) sobre presuntos sindicatos trincones o sindicalistas haraganes o gandules. ¿O es que acaso es cierto ese insistente rumor que afirma que muchos liberados sindicales sólo trabajan (es otro decir) cuando se convoca una huelga general? ¿Cómo va a ser eso? ¡Imposible!
No pensemos siempre pronto y mal. Cierto es que hay gente (mucha gente, incluso) que hoy echa en falta la austeridad de la que hacían gala sindicalistas históricos y menos histéricos que los actuales como Marcelino Camacho (que en paz descanse) o Nicolás Redondo. Suele ser la misma gente que se queja de que quienes les sucedieron al frente de Comisiones Obreras y de la Unión General de Trabajadores (CCOO y UGT para los amigos y demás personas, respectivamente), en vez de vivir humildemente con las cuotas pagadas por los afiliados, se dedicaron mayormente a sacarle al Gobierno del peor presidente de la actual partitocracia, José Luis Rodríguez Zapatero (que en paz descansó este fin de semana en Lanzarote), a las Comunidades Autónomas y a los municipios, subvenciones incesantes, aparte de suntuosos edificios en toda España e islas de ultramar. ¿Y por eso vamos a desconfiar de todo el sindicalismo español y parte del extranjero? No hablemos ya del insular o asirocado STEC, ese gran culpable de la (falta de) calidad de Enseñanza que gozamos en Canarias…
Verdad es también, puestos a contarlo todo, que los líderes sindicales se niegan a proporcionar cifras, y que es un hecho que, en plena crisis, los sindicatos mayoritarios han incrementado el número de sus empleados y se han subido de forma considerable sus ignotos sueldos. Eso por no hablar del aparentemente exagerado número de liberados, cuyas identidades también se niegan a dar a conocer los transparentes sindicalistas. ¿Y por esas nimiedades vamos a desconfiar de su seráfica misión y labor?
Tampoco es mentira que, según cifras no desmentidas nunca por nadie, a día de hoy el 90% de los ingresos sindicales provienen directa o indirectamente de subvenciones públicas. ¿Y? ¿Algún problema con eso? Por favor…
Por muy mala opinión que se quiera tener sobre la labor de sindicatos o sindicalistas en los últimos años, no cabe censurar nada de la convocatoria de sus más recientes huelgas generales en España, y mucho menos tildar de irresponsable o desvergonzada la primera gran huelga general que le han montado a un Partido Popular recién llegado al Gobierno de una nación que ZP dejó hecha unos zorros. ¿Por eso vas a decir que el sindicalismo actual tiene mucha cara y poca memoria? No exageremos. No seamos como don Fernando Cuesta Garrido, ese señor de Vitoria que ha escrito esta semana una carta al director de El Mundo afirmando que “es realmente llamativo que tras la pérdida del poder por parte del socialismo, ahora los dirigentes sindicales salgan masivamente a la calle. Durante años, Méndez y Toxo se mantuvieron callados mientras el desempleo crecía de forma dramática. (…) El Ejecutivo actual tiene un gran reto por delante: sacar a este país de la ruina. Una ruina que heredó de la gestión socialista y en la que los sindicatos CCOO y UGT fueron cómplices incondicionales, leales y sumisos”. Lectores de periódicos… ¿qué puedes esperar de ellos?
No caigamos en la demagogia facilona, propia de políticos en campaña o nacionalistas en romería. No vale eso de decir que si estamos a favor de que a la Iglesia Católica –un suponer- la sostengan sólo los creyentes cristianos, hay que estar igualmente a favor de que los sindicatos los paguen y los mantengan sólo los sindicalistas o sindicados. Tampoco es eso. ¿O sí?