miércoles. 14.05.2025

El martes de la pasada semana, tres jovencísimos militantes de otros tantos partidos me dijeron de todo menos batatero -y es lo único que soy- en la tertulia que conduce (cediendo el paso, pese a su femenina condición) Arantza en Lanzarote Radio. Venía la rociada a cuenta de mi modesto posicionamiento como abstencionista convicto y confeso. No lo terminaban de decir, pero se les veía en la cara que Olimpia, Manolo y Carmen estaban pensando lo mismo al mismo tiempo de quien no sólo osaba declararse abstencionista sino que además hacía descarado proselitismo del antivoto consciente:

-Perdónalo, Señor, porque no sabe lo que dice. ¿De dónde habrá salido este loco?

Tres contra uno. Mayoría absoluta, porque los que están en la política o en los aledaños de la misma se pueden pasar el día discutiendo y haciendo como que pelean pero al final siempre se ponen de acuerdo en lo que les interesa: el voto de cada hijo de vecino. Los que nos negamos a entregárselo al primero que pasa, claro, somos herejes a sus ojos. Es comprensible. Les entiendo, aunque no ellos a mí. Cuestión de talante, que diría Zapatero. A nadie nos gusta que nos fastidien el negocio, sobre todo cuando éste da para vivir tan bien.

Menos mal que, pese a la inferioridad numérica y modestia aparte, me asistía toda la razón... y un poco la conductora (del programa), porque de lo contrario no lo cuento.

Los argumentos de peso de los tres contertulios y cofrades del dividido nacionalismo insular se condensan en uno: “Si no votas, abstente de hablar”. Y santas pascuas. Total, que los demócratas convencidos no acaban de convencerse de que la mayoría de los ciudadanos (los que no votan/votamos: la mayoría social) nos merecemos al menos un respetito, y no la condena eterna al infierno civil: nos insultan, nos satanizan, nos ningunean, nos mandan a callar bajo el sobado argumento de que los que no votan no tienen derecho a opinar (¿?). Ya les digo, una actitud muy democrática y respetuosa con la mayoritaria opinión ajena, como salta a la vista.

En verdad les digo que me resulta casi enternecedora la imagen de los políticos lugareños intentando explicarse el por qué o la concreta razón de la aplastante abstención registrada en Lanzarote elección tras elección. Se les queda hasta cara de bobos, aunque bien sabemos que no pocos de ellos se pasan de listos. Y entonces se preguntan, como si no supieran de sobra la respuesta, qué puede motivar esa masiva huida de las urnas por parte de los conejeros. Y después, para no aceptar la bofetada sin manos, salen al momento las excusas para el autoengaño: “Claro, es que había muy buen día para la playa” (aunque hubiera o hubiese estado lloviendo todo el domingo). Pues que sigan así: mandándonos a callar a los que no tragamos con la atragantadota rueda de molino que supone el constante mal uso -por no hablar del abuso- del sistema político menos malo de entre los conocidos. No hay peor ciego que el que no quiere ver, como es triste fama.

La parte del pueblo no contaminado ni interesado (por parentesco, amiguismo u otros favores políticos) obra en libertad y pasa, en efecto, de la machacona jaqueca de los candidatos y de la otra matraquilla mediática que, en plan paternalista (como si lectores u oyentes fueran menores de edad o tontos de baba para decirles lo que han de hacer), repiten hasta el cansancio la falsa leyenda del “deber cívico de votar”, esa mentira que no recoge la Constitución en ningún apartado, aunque parece estar grabada a fuego en el disco duro cerebral de los que hablan por boca de ganso o de los que lo hacen de forma y manera vicaria. A los políticos que no nos merecemos les duele, les mosquea y -sobre todo los descoloca esa altísima abstención. El voto en blanco les trae al fresco, pues al fin y al cabo demuestra que se acepta el mal uso del sistema. Por eso algunos creemos que es más útil abstenerse que votar en blanco: ni el voto níveo ni el antivoto obtienen representación en parlamentos, cabildos o ayuntamientos -cierto es-, pero la elevada abstención sí logra al menos el objetivo de abofetear al político para que éste baje de su nube particular, de la torre de marfil en la que vive, ignorante de la situación real de distanciamiento, cada vez mayor, que se ha ido produciendo entre la clase política -y sus protegidos- y los que no están alineados ni andan en la pomada del poder o por sus aledaños.

¡Vota por tu dignidad: abstente! (de-leon@ya.com).

Mi reino por un voto
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