Por Miguel Ángel de León
No voy a repetir una vez más lo que está harto de decir y escribir el filósofo Grabriel Albiac con respecto al nacionalismo (“No conozco a nadie más tonto que un nacionalista”), pero sí recordaré lo que en su día y momento describieron muy bien Antonio Cabral Rodríguez y Luis Alsó Pérez: "Si el espíritu de la tribu triunfa sobre el espíritu de la aldea global, la humanidad no tiene otro futuro que la autodestrucción. El fenómeno nacionalista representa una grave amenaza en este sentido; su discurso simplista y retrógrado, aunque a veces se disfrace de progresista, pasa por la ignorancia del otro, cuando no por su marginación, desprecio y eliminación. Por eso esconde una moral zoológica que lo entronca con el fascismo, cuyo rebrote simultáneo no es casual. El nacionalero cultiva la nostalgia para reivindicar lo nuestro, pero detrás de lo nuestro sólo se esconde un rechazo, y hasta un desprecio, a lo otro, que acaba siendo antidemocráticamente discriminado, en una manifestación de doble moral, tan pronto se puede prescindir de la careta".
Por su parte, el entonces ministro canario en el Ejecutivo que presidía Felipe González Márquez, un Jerónimo Saavedra Acevedo que no oculta ahora sus ganas locas de repetir como candidato a la primera poltrona del Gobierno regional el año que viene, se pronunciaba de la siguiente manera con respecto a aquel otro falso debate que todavía colea sobre la presunta “nacionalidad” canaria (con perdón por el palabro, que ya dejó sentenciado otro filósofo recién fallecido, don Julián Marías, que es un invento reciente de los más bobos del lugar): "La nacionalidad, o es una regla histórica o no lo es. Pese a las peculiaridades que ha tenido Canarias, ello no significa que sea una nacionalidad. Ni Navarra, ni Valencia ni Asturias, por poner sólo tres ejemplos, se han autorreconocido nacionalidades en sus respectivos estatutos, y no por ello los navarros, los valencianos ni los asturianos tienen complejo de inferioridad por el hecho de ser vecinos de una región. Una cosa es la personalidad y otra cosa es la nacionalidad. Y decir que Canarias es una nacionalidad es una afirmación carente de cualquier base histórica. Sólo desde la ignorancia de la Historia se pueden proclamar tales disparates. Lo de la nacionalidad es sólo una pretensión ideológica de algunas minorías acomplejadas, obsesionadas porque creen que eso sería un paso adelante. Pero sólo es retórica para engañar incautos".
Albert Einstein, cuyo cerebro y capacidad intelectual creo que superaba un poquito la inteligencia natural -un suponer- de Antonio Cubillo o de Román Rodríguez juntos, aseguraba que el nacionalismo es el sarampión de la Humanidad. Y muchísimos grandes autores (desde Pío Baroja a Mario Vargas Llosa, pasando por una interminable lista de cerebros privilegiados frente a mentes constreñidas y delimitadas por los lindes de sus respectivos, accidentales y aleatorios lugares de nacimiento) han coincidido en denunciar que el nacionalismo es el último refugio de los canallas. Pero los adoradores del ombligo, tercos como mulas, siguen empeñados en trocar la Historia en histeria.
Hoy como ayer, a los más brutos del pueblo le señalan con el dedo la luna y ellos sólo se fijan en el dedo (o en el ombligo, o en “lo nuestro”, o en las “señas de identidad” o en cualquier otra simplonada que haga babear a los más paletos, como el sonajero a los chinijos de teta).
NOTA AL MARGEN (o no tan al margen): La más irónica e inteligente de las críticas que se han hecho contra el psicoanálisis (otro cuento en el que creo tanto como en el nacionalismo: nada) puede servir también para desnudar la trampa etnomaníaca de la política folclórica o de campanario: “El neurótico crea castillos en el aire, el psicótico vive en el interior de esos castillos, y el psicoanalista [o el líder nacionalista de turno] es el señor Freud que acude puntualmente a cobrar las rentas”.(de-leon@ya.com).