Por Miguel Ángel de León
Escribía el jueves de esta misma semana en el diario “El Mundo” Martín Prieto (el MP que protagonizó aquel sonado secuestro que nunca se produjo, pese a la radiofónica retransmisión en directo del mismo por parte de Luis del Colmo) que la familia Rodríguez Zapatero casi le ha quitado la residencia conejera de La Mareta a la Familia Real, “que allí vivió la muerte de Doña María de las Mercedes y su velorio. Reformar la residencia sin necesidad es una grosería para otros inquilinos y un arrebol de nuevo rico. Llevarse un servicio de quince (15) de cocina es una ordinariez, más que una afrenta a la gastronomía lanzaroteña”, que haberla dicen que hayla, a pesar de la afición de los conejeros actuales por la comida basura que nos ha llegado allende nuestras fronteras por el tubo catódico/catatónico.
El pasado fin de semana, la familia Zapatero y su escolta viajaron de incógnito a Londres, en un viaje secreto del que se acabó enterando casi todo el mundo en “El Mundo”. Allí, además de hacer las compras de turno como cualquier otro hijo de vecina española, los Rodríguez (Zapatero, por supuesto) aprovecharon para matricular a una de las hijas del matrimonio en una escuela privada. Al decir del malévolo Martín Prieto, “la escuela pública es para los socialistas sin posibles”. Es posible.
La familia que viaja unida permanece unida. Eso dicen. Y puede que hasta sea cierto, aunque lo ignoro porque soy adicto a viajar (casi) siempre solo, por motivos y razones que no viene al caso especificar aquí y ahora.
Después de estas vacaciones de agosto que el presidente del Gobierno españole está a punto de iniciar en Lanzarote con toda su parentela, José Luis Rodríguez Zapatero se verá obligado a volver a nuestra isla semanas después, en viaje no tan placentero y sólo acompañado por sus escoltas oficiales. ¿El Motivo? Lo sabremos dentro de muy pocas fechas...
...Y LA VISITA DE ALFONSO XIII
En hablando de sonados viajes de altas personalidades políticas, en este 2006 se han cumplido cien años justitos de la apresurada estancia en Lanzarote del abuelo del actual monarca español, Alfonso XIII (los supersticiosos ya sabían que con ese número pegado al nombre su reinado iba a terminar mal, y así fue). El viaje se contempló en el marco de una visita real a otras islas del Archipiélago. A Lanzarote llegó don Alfonso después de partir a las once de la mañana de Puerto de Cabras, un nombre que no le agradó al Rey (hoy conocemos la localidad como Puerto del Rosario, aunque algunos nostálgicos quieren retomar el nombrete originario). Según cuenta María Elsa Melián González, en nuestra isla “una paloma mensajera y las campanas de la iglesia avisaron al pueblo de su llegada. El rey tomaría tierra en una amplia escalinata, rematada por un templete. Visitó el cuartel de Infantería, el Hospital de Dolores y la Casa-Asilo de las Siervas de María. Posteriormente, marchó a los depósitos de agua a camello, donde más de uno cayó al suelo, al intentar seguirle. La bajada de camello no fue menos atrevida. (...) En el Ayuntamiento se celebró una recepción y una comida, en la que el Rey brindó por Lanzarote y Canarias y el alcalde, Adán Miranda, le entregaría un memorial con las necesidades de la isla. El Conde de Romanones [un apellido con rima muy peligrosa] firmaría una Real Ordenanza de despedida, donde se expresaba su satisfacción y el deseo del monarca de que las islas obtuvieran todo lo que merecían y debían dárseles. Aunque se comentó que Alfonso XIII volvería con su madre y esposa, ya no pisaría el Archipiélago”. Más nunca.
Como dicen los canarios más viejos, “eran otros tiempos, usted”. (de-leon@ya.com).