Días atrás, en uno de esos foros que llaman digitales y cuales, alguna internauta graciosa y, sobre todo, muy despierta, me tildaba de “columnista español”. Una lince ibérica, la muchacha, aunque a lo peor tampoco le va a gustar mucho lo de ibérica, sobre todo si es canaria (como yo, por cierto). En el contexto de su comentario completo, se deduce e infiere que ella me califica tal que así con evidente ánimo o afán de insultar (ya todos los insultos que recibe uno a diario fueran o fuesen de esa guisa: los firmo y rubrico sobre la marcha).
Todo ello venía a cuento como consecuencia de los dos artículos previos que habíamos publicado aquí mismito en relación a la lamentable frase pronunciada en Mallorca por un senador del PNV de cuyo nombre no quiero volver a acordarme, mucho menos de su cancaburrada o rebuzno nacionalista, para no hacerme ni hacerle a nadie mala sangre. Ambos artículos fueron reproducidos horas después en otras páginas o ventanas de la enmarañada red de internet, tanto locales como peninsulares, e incluso dos hispanoamericanas, según me avisan algunos sufridos lectores mediante correo electrónico, que corre mucho más rápido que el postal, como es fama. Allí, por la pantalla del ordenador o computadora, veo y leo interpretaciones de tan humilde artículo para todos los gustos y disgustos, favorables y desfavorables. Es lo lógico. Si te dedicas a opinar no puedes evitar que opinen también sobre ti. Bonito fuera. Gajes del oficio. Va en el sueldo. Pero entre los “piropos” que más me han llamado la atención, el ya citado de “columnista español”, a fe mía. Casa con lo que dice el carné/carnet de identidad. Y menos mal, porque de haber sido -un suponer-, “columnista ucraniano” no estaría ahorita mismo disfrutando sino sufriendo todavía el oprobioso 4-0 del pasado miércoles en Alemania. Es lo que tiene ser español, que es una ventaja y, como dijo el otro, una de las pocas cosas serias que se puede ser en este mundo... y en parte del extranjero, puestos a contar verdades.
...Y A OTRA COSA, MARIPOSA
Es sólo un consejo bienintencionado: si no vas a echarles de comer a los animales, no les muestres tampoco la comida, porque después no responden de sí mismos. Si te hieren, la culpa no habrá sido de ellos -pobres irracionales, al fin y al cabo-, sino tuya. No sé si me explico. En caso de duda, échale un vistazo a tu alrededor y afina el oído. Y ahora dime si no sientes los ladridos. Si la respuesta es negativa, acude al otorrino. Ya estás tardando, para mi gusto. (de-leon@ya.com).