Este año de 2006, Antonio Gala será el encargado de inaugurar la Feria del Libro en Lanzarote, según he leído en algún titular. Confieso que el autor andaluz no es santo de mi particular devoción lectora, bien lo sabe el Cielo, y sus columnillas (el diminutivo es por el tamaño de las mismas) diarias en “El Mundo”, pese a lo breves, no me parecen precisamente buenas, aunque la del pasado domingo, dedicada exactamente al Día del Libro, la bordó, para mi gusto. En mucho menos espacio, y justo pegadita a la suya, dice más cosas en su microcolumnilla Gracián (seudónimo del periodista José Luis Gutiérrez). Pero Gala, valgan verdades, es un hombre que vende libros como el que vende rosquillas, sobre todo entre las mujeres, que se sienten muy identificadas con él, vaya usted a saber por qué. De hecho, suele ser uno de los que siempre convoca en su caseta a más gente, y su cola (la formada por las que esperan una firma suya) acostumbra a ser la más larga y envidiada por el resto de los escritores, como es triste fama. Que le aproveche.
Por abril, ferias (del libro) mil.
Coincidiendo con la primavera florecen al mismo tiempo que las flores y los matos (este año tenemos la islita a reventar de vegetación, gracias a las generosas lluvias de meses atrás) las ferias del libro en España, que llegan incluso a Lanzarote, en conmemoración de la muerte -un aciago 23 de abril, como William Shakespeare- de Miguel de Cervantes, el autor de ese Quijote que a juicio de su tocayo vasco Miguel de Unamuno es la auténtica Biblia española. Durante el pasado y pesado 2005, además, hemos celebrado de paso los cuatrocientos años de la publicación de la primera parte del mencionado Quijote, todo lo cual obró el milagro, por arte de la mercadotecnia, de colocar la teórica obra cumbre cervantina entre los libros más vendidos de los últimos meses (que los compradores hayan sido también lectores de la novela de marras ya es otro cantar, pero menos aceite da un carozo).
Incluso en Lanzarote, durante estos días de abril, vemos a no pocos políticos manifiestamente ágrafos recomendándole a la gente que se ponga a leer, mientras ellos se dedican a la dura e ingrata tarea de gobernarnos. Siempre que veo a cierto alcalde de cuyo nombre no quiero ni acordarme con un libro en la mano, aunque lo tenga del revés, me emociono. No puedo evitarlo. Es algo que me supera y me puede. De igual modo y manera, cada vez que llegan las ferias libreras, no pocos periodistas, que se supone que usan el idioma como principal herramienta del lenguaje, se conjuran o se confabulan para hacerle un homenaje a la riquísima lengua del nombrado Cervantes, que consiste en llamar invariablemente stands (?) a las casetas, pabellones, expositores, mostradores o tienditas de libros. También ahí me emociono casi tanto como cuando veo a determinados políticos lanzaroteños haciendo como que leen. Son escenas imborrables para mi mareada memoria.
Puede que muchos niños españoles dominen la lengua inglesa el día de mañana, pero lo que no van a dominar, a este paso, es su propio idioma, el que les corresponde por nacimiento y por herencia. Ese mismo idioma que es la verdadera patria de todo hijo de vecina. Voces mucho más autorizadas que la de este torpe juntaletras se lamentan con sobrada razón y motivo de la pobreza del lenguaje de los chinijos, absorbidos y embobados por los juegos electrónicos, los ordenadores (lo apunto y lo constato, precisamente, en la pantalla azul de la computadora, que es la que juega conmigo, y no al revés) o esos programas infames de la caja tonta catódica o catatónica, que son -con mucha diferencia- los mayores destructores del léxico de los escolares y de su desarrollo mental. Es fácil y es lo más cómodo para los actuales "enseñantes" rebajar la exigencia educativa, suprimir el griego y el latín -un suponer- y habituar a los que estudian a unas disciplinas cada vez más leves. El peligro que se corre es que por ese camino las nuevas generaciones pueden regresar derechitas al gutural lenguaje de las cavernas, en donde todo se puede resumir con un “chachi”, “okay” o “guai”. (de-leon@ya.com).