miércoles. 14.05.2025

Ayer y hoy, a mitad de semana, nueva jornada de Liga. Dentro de unos días, final de la Liga de Campeones de Europa en París, en la que estará un equipo español (sí, sí, español, le guste al redactor-jefe de este medio o le disguste a los catalanes catatónicos del maldito nacionalismo). Y en apenas unas semanas, el Mundial de Fútbol de Alemania. Total, balompié hasta en la sopa de aquí hasta ya entrado el verano de 2006.

Con el Mundial teutón, estamos de nuevo ante el plato fuerte o principal para los comensales aficionados al bendito deporte rey, como lo llamaban los cronistas de antes. Y a los que no les guste plato tan exquisito, porque siempre tiene que haber gente para todo en este mundo, mejor les vendría pedirle al planeta que se pare un momentito en la primera esquina y bajarse sobre la marcha.

No digo nada nuevo si escribo que el fútbol es un deporte global. Mucho más global que la presunta globalización con la que nos dan la vara y la tabarra diaria los enteradillos adictos a las frases hechas y a las palabras-comodín, tal que los economistas y otros ilustres pateadores del idioma que crean continuamente neologismos ridículos del estilo de “optimizar”, “maximizar” u otros disparates.

Algunos andan preguntándose todavía, a estas alturas ya del siglo XXI, si será cierto que el fútbol entontece a las masas y embrutece al más pintado. La respuesta es NO, aunque nadie duda que hay brutos que se dicen seguidores del deporte que hoy nos ocupa, igual que hay gente muy mala -un suponer- que se llama a sí misma cristiana. De todo eso se habló largo y tendido, como es fama, durante el Régimen de Panchito Franco, sobre todo por parte de los que iban de intelectuales, que no conviene confundir nunca con los intelectuales de verdad. Hace treinta y pico o treinta y pocos años decían que el fútbol era un invento del franquismo para tener contento al pueblo los domingos. Posteriormente, algunos demagogos pronosticaron que con la llegada de la democracia el deporte que se juega con los pies (y la cabeza) estaba condenado a un segundo plano. Craso error, vive Dios. Lo que ha pasado de moda son los partidos políticos, que entre tanta corrupción y escándalos han perdido credibilidad y afiliados. Por el contrario, el fútbol, ya metidos de lleno en el siglo que protagonizaba todas las novelas de ciencia-ficción de mediados del anterior (¿recuerdan?), vive una etapa de oro. Estamos ante un fenómeno sociológico de tal magnitud que apasiona por igual en los cinco continentes, algo que no ha conseguido jamás ningún otro deporte (mucho menos un partido político o una corriente ideológica). Un encuentro futbolístico importante paraliza una ciudad, incluso un país o medio planeta, y se convierte en tema de comentario en todas las tertulias. Y lo que es más importante y llamativo: apasiona por igual a todas las clases sociales y a cualquier edad.

Queda claro entonces que el fútbol tiene unos ingredientes únicos que, combinados, lo hacen irresistible. Es una válvula de escape, un volcán de pasiones, un foro de polémicas, un deporte en el que todo el mundo tiene derecho a creer que entiende más que nadie, en el que cada hijo de vecina se cree mejor entrenador que el entrenador y se sabe mejor seleccionador que Luis Aragonés. Y Panchito Franco lleva ya más de treinta años enterrado bajo la lápida con doble inscripción del Valle de los Caídos... (de-leon@ya.com).

Fútbol hasta en la sopa
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