La Historia nos demuestra que hay tantas formas, modos y maneras de matar a la gente de la calle y a la gente principal (magnicidio) como granos de arena hay en el Desierto del Sáhara (no tuve tiempo de contarlos cuando viajé a la zona, quizá en otra ocasión). Y aunque no todos los asesinatos hacen historia, otros (como la lista/ristra que se adjunta a continuación) sí que lo han conseguido, a fe mía: Aseguran los antiquísimos cronicones que a Filipo II, rey de Macedonia, se lo cargó por pura envidia la mocosa Pausanias, siendo ella apenas una chinija. Del tirano Julio César, hasta el más tonto de la clase sabe ya a estas alturas que lo apuñalaron entre Bruto, Casio y compañía. Al arzobispo inglés Thomas Becket lo asesinaron en la mismísima catedral cuatro "caballeros" a las órdenes de Enrique II. Por su parte, Enrique III de Francia fue apuñalado por el monje fanático Jackes Clément. Otro fanático como el anterior, François Ravaillac apuñaló igualmente (la Historia y la histeria se repiten a veces cíclica y caprichosamente) a Enrique IV de Francia (y III de Navarra, para más señas).
Siguiendo con los monarcas, a Gustavo III de Suecia le tendieron un complot y, finalmente, le pegó un tiro un tal Johan Ankarström. El revolucionario y mujeriego francés Jean Marat fue apuñalado en la bañera por la bellísima Charlotte Corday. El primer ministro británico Spencer Perceval fue tiroteado por el financiero arruinado John Bellingham. Como es triste fama, el presidente Estados Unidos Abraham Lincoln también murió en un teatro (todavía está abierto al público como sitio de interés histórico en Washingtom: estuve en él en octubre de 2000 y sentí como pocas veces esas extraña sensación de estar viajando al pasado) de un tiro que fue disparado por el pésimo actor J. Wilkes Booth, que a falta de tablas demostró al menos tener buena puntería. El zar de Rusia Alejandro II estiró la pata por culpa de la bomba que le puso un declarado nihilista. Otro presidente de EE.UU, James Garfield, que tenía mismo apellido que el famoso gato gordo de los chistes, fue tiroteado por el envidioso enfermizo Charles Guiteau. El presidente francés Sadi Carnot fue apuñalado por un anarquista. A su vez, otro anarquista italiano, Luccheni, mató a Isabel de Wittelsbach, la emperatriz de Austria. Un tercer anarquista, cuyo nombre quedó siempre en el anonimato, eliminó a Humberto I, rey de Italia. Y como no hay tres sin cuatro, un cuarto anarquista, León Czolgosz (no intenten pronunciar el apellido, porque no hay forma humana de lograrlo) disparó, el tío, contra William McKinley, otro presidente de los Usa y abusa. Quince años después, unos nobles rusos tuvieron el "noble" gesto de asesinar al poderoso monje Rasputín. El mejicano Pancho Villa encontró la muerte en una emboscada en coche. Unos policías españoles mataron al parlamentario José Calvo Sotelo. De vuelta a México, hasta allá se fue Ramón Mercader a matar a hachazos al comunista ruso exiliado, León Trotsky. Un hindú fanático tiroteó al mismísimo Mahatma Gandhi. Y lo mismito hizo Rigoberto López Pérez con el presidente de Nicaragua, Anastasio Somoza. Lee Harvey Oswald fue acusado del tiroteo que le quitó la vida a John F. Kennedy en el mismo año y mes que nació el que esto firma. Posteriormente, el propio Oswald recibió otro tiro mortal, "regalo" de Jack Ruby a la entrada del juzgado. Y después han seguido cayendo como moscas otros personajes como Malcom X, Martin Luther King, Robert F. Kennedy, Luis Carrero Blanco, Aldo Moro, John Lennon, Annuar El Sadt, Benigno Aquino, Indira Gandhi, Olof Palme, etcétera. A todos los asesinados reseñados los han matado sólo una vez. Sólo a Dimas Martín lo han matado o lo han dado por muerto en cuatro ocasiones... y está al caer la quinta. Pero dicen que sigue vivito y coleando. (de-leon@ya.com).