Por Miguel Ángel de León
Sé de cubanos y cubanas residentes en Lanzarote que, pese a los lazos familiares y sentimentales que lógicamente les sigue uniendo con su lugar de origen (maldito régimen político al margen), viajan mucho menos a su patria natal (ni siquiera en fechas tan señaladas como ahora, en Semana Santa) que la inmensa mayoría de los políticos lanzaroteños. Que levante la mano el primero de estos últimos que no se haya mandado a mudar hasta allá al menos una vez, a costa del dinero del resto de los conejeros. Como es triste fama, la inmensa mayoría de los alcaldes, consejeros cabildicios y concejales de los distintos ayuntamientos lanzaroteños ya han estado allá en más de una ocasión, en viaje de placer disfrazado de "hermanamiento cultural" o cualquier otra engañifa o eufemismo.
Otros isleños canarios han ido también a la isla castrista en busca de jolgorio y jineteras. Pero, mientras se lo paguen de su bolsillo y no lo cojan del dinero público, como los políticos antes mencionados, allá cada cual con su conciencia y su falta de escrúpulos "comerciales" -que decía la canción-, o sentimentales.
Dos recientes noticias han vuelto a poner a Cuba y a su barbado presidente en la palestra informativa internacional: el leñazo contra el suelo de Fidel (esa "caída de Castro" con la que hicieron el chiste fácil cabeceras periodísticas teóricamente tan prestigiosas como las del mismísimo The New York Times o El País), y la aparición, diez años después de la anterior, de una nueva novela de Gabriel García Márquez, el íntimo amigo del dictador caribeño (extraña relación que cubre de gloria a este último, y de fango al escritor). El Premio Nobel de Literatura, autor de un primer volumen de sus memorias que se vendió mucho (menos de lo esperado) pero se leyó apenas nada, sacaba al mercado hace año y pico o año y poco, con no poca escandalera publicitaria, el librito Memoria de mis putas tristes (tan tristes como las jineteras cubanas, me supongo). García Márquez, además, había estado tiempito atrás en La Habana para mostrar su apoyo personal e intelectual a su amigo galaicocubano Fidel Castro con motivo de la conmemoración del 40 aniversario de aquella Revolución que empezó ilusionada con la fuerza de la razón y acabó -va a acabar- sin razón y sin fuerza. También el mismísimo don Manuel Fraga que viste y calza, el antiguo ministro franquista y ya ex presidente de Galicia, se lleva muy bien con su medio paisano que, allá en la perla ahora podrida del Caribe, ejerce la tiranía y ejecuta o encarcela a ciudadanos inocentes que no piensan como él ni tragan a estas alturas del siglo XXI con sus ruedas de molino. Y otros muchos que se reclaman de izquierdas y demócratas, y hasta el desnortado Maradona, le ríen todavía la gracia que no tiene al dictadorzuelo, porque ellos son tratados a cuerpo de rey en la isla en donde la población es vasalla de un solo señor que ordena y manda.
Mentira nos parece a los lectores de Gabo que sea la misma mano que escribió El otoño del patriarca la que estrecha tan a menudo la mano ensangrentada de ese otro patriarca otoñal que se va a morir, como Pinochet al otro lado del extremo político que se toca, creyéndose en olor de santidad. Cierto es que los genios literarios también son humanos, y pecan como todo hijo de vecina, y cultivan esas peligrosas amistades políticas e interesadas: el intelectual que busca los favores del poder, y el poder (democrático o tiránico, tanto monta) que busca la bendición de los intelectuales (Hitler también tuvo a muchos y muy principales pensadores a su favor y a su servicio). Pero uno lee lo de la "ayuda moral" que le presta García Márquez al inmoral sátrapa cubano que trocó el sueño de la revolución en la actual pesadilla, y le viene a la memoria precisamente los últimos renglones con los que el genial escritor cierra la novela ya citada, El otoño del patriarca (para mi gusto, la mejor de todas las suyas), cuando el dictador y su universo zozobran: "Ajeno a los clamores de las muchedumbres frenéticas que se echaban a las calles cantando los himnos de júbilo de la noticia jubilosa de su muerte (...), y los cohetes de gozo y las campanas de gloria que anunciaron al mundo la buena nueva de que el tiempo incontable de la eternidad había por fin terminado".
Si el escritor no está hablando de Castro, bien se lo puede parecer a cualquiera... y sobre todo a los cubanos, que siguen esperando en su inmensa mayoría lo mismo que casi todos los españoles esperaban allá por el mes de noviembre de 1975. (de-leon@ya.com).