A la maestra de Lengua y Literatura le gusta torturar a sus alumnos siempre que puede, y aprovecha para ello la más mínima oportunidad.
-A ver, vayan apuntando los deberes para mañana: primero, venir a clase; segundo, escribir un poema original.
-¿Qué es original?
-Uno que escribas tú mismo, Néstor. Que no me entere yo que lo has copiado.
-Pero yo no sé hacer poesía, señorita...
-Ni poesía ni nada, mi niño, pero ya va siendo hora de que aprendas al menos a diferenciar la prosa del verso.
Nadie supo nunca cómo se las arregló, pero fue lo cierto que al día siguiente el alumno que no había nacido para vate entregó sus ripios a la maestra, que tuvo encima el feo gesto y el mal gusto, la muy sádica, de hacérselo leer al chinijo en voz alta ante toda la clase. Néstor cogió aire y arrancó, no sin antes escuchársele por lo bajito un asfixiado “ay mi madre...”:
-Yo no quería la poesía,
señorita. Que no,
que no la quería.
Ni los versos,
doña, ni los versos.
Ni las manos dulces,
ni las hembras guapas,
ni las guapas telas,
ni las telas finas,
ni las finas hembras.
Yo no quería la poesía.
Chacho, que no,
que yo no la quería.
Ni a los poetas,
créamelo usted, ni a ésos.
Ni las letras bellas,
ni las bellas cosas,
ni las cosas limpias,
ni la limpia cara
de la gente a la madrugada
(los que todavía se lavan).
Yo no quería la poesía,
maestra. Que no,
que no la quería.
Ni los libros,
oiga usted, ni los libros.
Ni a los escritores libres,
ni el alba libre,
ni el alba suelta,
ni los libros, chacho,
ni las maletas.
Si acaso, los maletines...
si llevan pesetas.
Yo no quería la poesía,
Nicasio, que no,
que no la quería.
¿No lo he dicho ya?
¡Aymería!
Ni a los bohemios, oye,
a los bohemios tampoco.
¡Ni que yo estuviera loco!
Ni a los generales en general,
ni a los capitalistas del capital,
ni a los economistas ciegos,
ni a los ciegos ésos,
ésos que quieren economizar.
Yo no quería la poesía,
señorita, que no,
que no la quería.
Y ayer por la mañana
me la dio el cartero de la tarde,
por debajo de la puerta
y con un nombre en la cubierta:
el nombre suyo, mi tutora,
y el de Nicasio
y el del resto del personal.
¡Vaya regalo de Reyes!
¿No había algo más práctico?
¡Chiquita traquina
lo de la poesía fina!
Soy el más bruto de la escuela,
pero vamos a ver si cuela...
(de-leon@ya.com).