Las personas más antifeministas que conozco son mujeres. También las más antifemeninas (éstas a veces son feministas, que tienen mal ganada fama de feas). Algunas de esas antifeministas están en la vida pública insular (no digamos que son mujeres públicas porque lleva a malentendidos y queda feo), por lo que me ahorraré hacer mención de sus nombres. Nombraré solamente a mi amiga Magdalena, que es una rubia polaca (“de mucha pechonalidad”, como dice el chiste fácil), y no se va a molestar por ello, aunque tampoco me atreveré a poner en negro sobre blanco lo que ella piensa sobre el feminismo... o sobre la Iglesia, que hasta hace poco tenía como jefe máximo terrenal a un paisano suyo, porque Magda es muy de izquierdas pero no traga con algunas bobadas presuntamente izquierdosas. Vamos a tener la columna en paz.
El lenguaje más tonto que conozco, después del infralenguaje de los papanatas adictos a los anglicismos innecesarios, es el que hoy llamamos como “políticamente correcto”, que acostumbro a rebautizarlo como estúpido.
Tuvimos un ejemplo claro y múltiple de ese mal uso del idioma justo la pasada semana, inmediata en el tiempo a la celebración del Primero de Mayo, Día del Trabajador. Con la excusa de esa efeméride circuló por todos los medios la penúltima simplonada sobre el probable, posible, presumible o presunto acoso laboral en el trabajo que sufren las mujeres (y algunos hombres, valgan verdades, aunque hay otros que no lo sufren y que ya les gustaría, con perdón por la frivolidad), a raíz de un estudio encargado y pagado por el denominado Instituto de la Mujer (para Instituto de la Mujer el mío, el Blas Cabrera: de los 43 alumnos, tres éramos chinijos y el resto mujeres hechas y derechas ya, repetidoras encima, que nos acosaban y nos acostaban a veces a la fuerza, porque nosotros éramos menos y no nos podíamos resistir por aquello de aceptar el gobierno de las mayorías). No hubo medio de comunicación en todo el país que no dedicara o dedicase informativos y debates o tertulias mil al notición de marras, que no aportaba nada nuevo a lo que ya sabemos o intuimos todos, como es triste fama. Pero, como soy mucho más lector de periódicos que oyente o espectador de la caja tonta catódica, me quedo con lo escrito al respecto por el flamante fichaje del diario “El Mundo”, ese columnista inteligente y antinacionalista (con perdón por la redundancia) que responde al nombre de Arcadi Espada. No sobra ni una coma en lo que escribía a propósito de la recurrente matraquilla acosadora/acusadora, pero entresaco apenas un trocito de un lúcido artículo repleto de tanta ironía como verdad impresa:
“Escribo esta columna desde la condición de acosador. Técnico, pero acosador, para qué negarlo. Hace ya bastantes años me presenté en el trabajo de mi mujer, que era también, circunstancialmente, mi lugar de trabajo y le pedí para salir. He de confesar, además, y bien me duele ahora, que previamente a mi decisión hubo miradas y acercamientos, y tal vez algún comentario leve, pero maligno, sobre su belleza. Es todo, pero no es poco. Si soy la versión técnica del acosador, es porque a mi mujer le pareció bien, en términos generales, mi propuesta; si me hubiese contestado como por desgracia de entonces (y por suerte de ahora) contestaron otras mujeres, ya sería un acosador sin atributos.
En cualquier caso, y aunque en mi tiempo fértil aún no se publicaban este tipo de estudios, soy simbólicamente uno más entre ese millón y pico de españoles que acosan a las mujeres en el trabajo, según el estúpido estudio (aliteración) que acaba de publicar el Instituto de la Mujer. Chistes, piropos, petición de citas, gestos, miradas son, según el Instituto, manifestaciones de acoso sexual. Lo son, en efecto: gracias a eso existe el Instituto, sus mujeres y sus hombres y yo mismo y mis genes tiernamente diseminados”.
Siempre que escribes sobre estas obviedades sale una supuesta feminista o feminoide que te lanza a la cara la sobadísima frase hecha:
-Es que el lenguaje es profundamente machista. Miguel Ángel. Por ejemplo, siempre se habla de “coñazo” como algo malo o pesado.
De todo lo cual se deduce e infiere entonces que “gilipollas” (o “pollaboba”, por decirlo en canario) es un piropo...
Para coñazo de verdad, ese discurso repetido y manido de algunos... y de algunas. (de-leon@ya.com).