viernes. 29.03.2024

En ningún caso y para que quede muy claro, voy a quitarle al político la responsabilidad que tiene en todo lo relacionado con la Pandemia del  COVID-19.

Es cierto que una nula previsión, una mala planificación, una nefasta puesta en marcha de los mecanismos necesarios para su contención y posterior eliminación del virus y una peor ejecución de las medidas económicas tendentes a paliar los terroríficos efectos que la situación está dejando en las economías domesticas, solamente son responsabilidad de aquellos a los que en su día les otorgamos la facultad de llevarnos a cotas de prosperidad y desarrollo, como pregonaban en sus elaborados y concienzudos programas electorales.

No es menos cierto que, visto lo visto, los políticos se han empeñado en que los ciudadanos les perdamos el poco respeto que les quedaba, después de años de derramarlo legislatura tras legislatura.

Las trifulcas barriobajeras, las discusiones con frecuentes salidas de tono y, más aun, de educación, han sido el hábitat natural en el que, a lo largo de estos meses de confinamiento, se han movido todos y cada uno de los elegidos para la gloria a lo largo y ancho de la Península y territorios insulares.

Seguramente, si hiciera un análisis más político, la lista de despropósitos cometidos por esta gente me daría para bastante más de un artículo, pero no es el objetivo por el que me sentado a escribir.

En toda esta triste historia, en la que los fallecidos se cuentan por miles y los arruinados por cientos de miles, hay dos cosas que quedaran para la memoria colectiva de los españoles de bien, casi todos menos los políticos.

La primera es el esfuerzo colectivo de los sanitarios y todo lo que rodea ese mundo, dejando fuera, evidentemente, los responsables políticos de la sanidad española. Huelga cualquier comentario que les pueda hacer yo para ensalzar una labor que les ha costado la vida a muchos de ellos. La historia les pondrá en su sitio, porque si esperan que lo hagan los responsables públicos lo llevan claro.

Y lo segundo que quedara para esa memoria y que constituye el leiv motiv de mi reflexión, es la absoluta inconsciencia y falta de responsabilidad puesta de manifiesto por demasiados ciudadanos, que en los momentos más tristes y dramáticos de nuestra reciente historia han demostrado que, ni las normas, ni la razón, ni el sentido común va con ellos.

En un mundo globalizado, donde la comunicación llega a todos los rincones del planeta, es imposible pensar que alguien no se haya enterado de lo que hay que hacer en una situación como la que estamos pasando. Basta que abras un poco la mano para que cientos de irresponsables se dediquen a saltarse las normas como si esas normas no fueran con ellos, o estuvieran dictadas solamente para que las cumplamos los demás.

Botellones, funerales, fiestas privadas con mas aforo del permitido, viajes y desplazamientos siendo portadores del virus, manifestaciones con cacerolas para protestar por temas que podrían esperar a mejores tiempos, bares saturados y otros muchos ejemplos de lo que está pasando en nuestro país son una muestra de que, por muy dañino que sea un virus, peor es el comportamiento ciudadano en condiciones de excepcionalidad.

Tengo claro que la pandemia acabara más pronto que tarde, bien por la vía de la vacuna o porque se descubra un tratamiento efectivo, pero también tengo claro que, con virus o sin él, el comportamiento ciudadano nunca cambiara.

Podemos hacer dos cosas, invertir ingentes cantidades de dinero en descubrir las vacunas que curen este y los virus que nos puedan llegar, que nos llegaran sin duda y al mismo tiempo invertir más medios y recursos económicos en educar a la población con el fin de que los efectos de las futuras pandemias solamente sean físicos.

Pero claro, en estas dos medidas está el problema. Por un lado, la investigación para sacar una vacuna adelante es una cuestión de negocio puro y duro. Podríamos llegar a tener un escenario en el que el virus lo ponga en circulación el mismo que luego consiga vender la vacuna.

Teoría de la conspiración? Posiblemente, pero conociendo como se mueve el mercado tampoco es demasiado descabellado llegar a ese pensamiento por duro que parezca.

Y la otra cosa, la de invertir en educación, tiene el hándicap de que quien tiene que poner los medios es precisamente al que menos le interesa hacerlo. Un ciudadano educado y culto es un peligro demasiado serio para el político y eso no es tolerable en ningún caso.

Mejor sancionar a quien se salta la norma que educar para que no se la salte y así nos va.

El gran problema que tiene la sociedad actual es que, por un lado, el ciudadano cuando debe que demostrar lo que realmente tiene dentro hace exactamente lo contrario y por otro lado el político que no tiene que esperar a demostrar lo que es, ya que lo hace constantemente.

El virus es el ciudadano
Comentarios