sábado. 12.10.2024

“Lee sin cancanear”, me decía mi madre al balbuceo del ma-má, pa-pá, o ár-bol, enfrascados los dos en el cuadernillo de lectura Oso. Incipientes pasos del proceso de aprendizaje. Desde cuando todos uníamos las primeras sílabas con pronunciación vacilante hasta la edad adulta han llovido años, evidentemente, para unos más que otros. Yo me apunto al segundo grupo.

Años de la etapa escolar y sucesivas en los que han pasado por nuestras manos libros y publicaciones en un sinnúmero de formatos y con textos cortos, largos, muy largos y también auténticos ‘ladrillos’. De todo ese cúmulo de conocimiento e información y de lo que nos sigue llegando a través de medios de publicación tradicional y otros mucho más contemporáneos, ¿qué recordamos o qué hemos aprendido?, ¿poco, mucho o nada?

La incomprensión, lectora, y ya no digo la carencia de lectura entre líneas para pillarnos lo no explícito, tan importante para comprender como para opinar o juzgar, es un problema mayúsculo de nuestra sociedad. Las evaluaciones PISA ( Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos), que examinan el desarrollo y habilidades y conocimientos de estudiantes de 15 años de edad, jóvenes que luego serán adultos, que no se nos olvide, en lectura, matemáticas y ciencias, dejan un escandaloso resultado de analfabetismo funcional en algunos países y regiones del mundo. España no es de los que sale mejor parados en Europa.

La Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), encargada de aplicar esos exámenes PISA, desvela además otras diferencias igualmente preocupantes. Con datos objetivos de 2017 - 2018, el diario español El Mundo tituló así uno de sus textos de análisis de la situación: “La tasa de 'ninis' en Canarias duplica a la del País Vasco”, en referencia a la población de 18 a 24 años de edad que ni estudia ni trabaja, que sigue siendo una generación muy joven, aunque ya en edad adulta, que tampoco se nos olvide.

No es mi tarea ni soy competente para determinar los factores que influyen en la dificultad de la comprensión lectora entendida como la interacción entre la información almacenada en la memoria de cada uno y la que nos proporciona el texto. Falta de conocimiento previo, vocabulario pobre, ausencia de decodificación fluida de la lectura, baja autoestima, problemas de memoria, confusión de las demandas de las tareas, desinterés o lectura pasiva, son razones esgrimidas por expertos, sin embargo, cualquiera que sea la razón o el conjunto de razones, el hecho irrefutable del déficit cognitivo lectoescritor marca la formación, el conocimiento y el desarrollo de la sociedad.

Ahora que el covid-19 provoca toda una catarata informativa, que tenemos a disposición manuales de medidas sanitarias preventivas que debemos leer, que los gobiernos, estemos o no de acuerdo, nos exponen por escrito decisiones que nos afectan en el ámbito social, educativo, laboral, económico y del ocio, tan cambiantes como las mismas circunstancias de la crisis sanitaria global, no es que debamos preocuparnos por conocerlas, sino que es de sentido común interesarnos detenidamente en su contenido para poder actuar, opinar con conocimiento de causa, discernir, priorizar, tener pensamiento crítico y no reproducir como loros bulos o informaciones falsas, interesadas o de dudosa procedencia. Leer solo titulares no significa ni quedar informado ni comprender los contenidos.

Hace pocos días recibí por whatsapp un análisis sobre el covid-19 supuestamente firmado por el científico Manuel Elkin Patarroyo, médico colombiano que en los años ochenta trabajó en el desarrollo de la vacuna contra la malaria. Pues bien, después de leer dos párrafos con errores de ortografía y redacción pueril era muy fácil concluir que el texto no era de autoría del Dr. Patarroyo.

Y casos como estos abundan en las redes hasta el punto de que intelectuales del prestigio del lingüista y pensador estadounidense Noam Chomsky, tuvo que salir a desmentir un escrito que circulaba en redes como hecho de su puño y letra. Lo que sí declaró Chomsky al periódico El País fue que “la puesta en manos privadas de funciones públicas explica gran parte del desastre en la crisis del coronavirus”.

Tenemos un problema añadido con la lectura, el empecinamiento en interpretar a nuestro acomodo lo que nos interesa aunque ello suponga la violación de las reglas de comportamiento social, que ahora, por ejemplo, significa ni más ni menos que poner en riesgo ya no solo la salud individual, sino la salud pública. ¿Es tan difícil o hay que sacarse un doctorado para entenderlo?

Sin alarmismos, el covid sigue estando entre nosotros, así que Terrícola, lee, infórmate, analiza y no te relajes que todavía quedan escollos por superar, sanitarios, primero, y económicos también. Nuestro comportamiento social de hoy es el ‘ensayo’ real a la prueba de fuego cuando se abran de par en par aeropuertos, puertos y fronteras, o es que de verdad nos creemos que vamos a cambiar de un día para otro.

Incomprensión, lectora
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