sábado. 20.04.2024

De vez en cuando uno se asoma a la actualidad informativa y se lleva la sorpresa de que aparecen buenas noticias. De vez en cuando sucede que hay informaciones que se salen de la habitual crónica negra de sucesos en la que se está convirtiendo nuestra vida. Es el caso de lo que ocurrió cuando se supo que el Tribunal de Defensa de la Competencia había impuesto una multa insólita de 57 millones de euros a Telefónica por abuso de posición dominante en el negocio de la telefonía fija en España, o como ahora, que parece que le van a meter mano por fin con el tema de las cabinas, con la increíble y vergonzosa historia del cambio, una monumental estafa imposible de calibrar. Qué quieres que te diga, yo me alegré mucho, sabiendo el trato discriminatorio que tiene la compañía con Lanzarote, como tan acertadamente y casi en solitario ha denunciado en infinidad de ocasiones el alcalde de Tinajo, Jesús Machín.

Este viernes se trató de forma muy atinada el tema en el debate del programa “El Despertador” de Lanzarote Radio, donde se volvió a comprobar, con testimonio de responsables de varios ayuntamientos, que el servicio que presta la compañía casi monopolizadora del sistema de telecomunicaciones más importante en el Archipiélago es sospechosamente deficiente.

Nadie, y yo menos que nadie, se tiene que alegrar de las desgracias ajenas, pero sí debe sonreír cuando éstas sirven para hacer justicia.

Llevamos no sé cuánto tiempo hablando de los abusos constantes que ha cometido la antigua compañía pública no sólo con sus rivales en el mercado sino con sus propios usuarios, a los que en muchas ocasiones, y de esto sabemos mucho en Canarias, ha tratado con absoluto desprecio. Cuando no eran las facturas infladas era el tema de las cabinas, cuando no era la sobrecarga en la red era la caída generalizada del sistema, por no hablar del dichoso asunto de la vergonzosa privatización y de la creación de un sistema de información en Tánger en el que se empleó la mentira más estúpida, intentando hacernos creer a todos que los empleados que nos atendían, que la mayoría de las veces no sabían sobre qué puñetas les estabas preguntando, eran españoles y no marroquíes.

El expediente abierto por el Tribunal de la Competencia se basó en una demanda presentada por Astel (Asociación de Empresas Operadoras y de Servicios de Telecomunicaciones) en la que se denunciaban "prácticas abusivas" de Telefónica para dificultar la contratación de servicios con terceros, y quedó probado, como ha quedado probado en infinidad de ocasiones que se roba el cambio en las cabinas, que, coincidiendo con la liberalización del mercado de las telecomunicaciones en España a fines de los 90, Telefónica obstaculizó las posibilidades de sus competidoras “al realizar campañas desleales de publicidad que producen confusión en el usuario y denigran a los competidores”. Telefónica dijo que iba a recurrir la decisión, lo que daba lo mismo. El palo ya estaba dado. Lo malo de estas historias es que se pierden en los laberintos interminables de los tribunales de justicia. Lo malo de estas historias es que rara vez sirven para mejorar el servicio. Porque, no hay que engañarse, Telefónica seguirá sin conectar aquellas zonas de Lanzarote donde no le sea rentable echar cable, como seguirá negando el servicio de internet en aquellos lugares donde no pueda hacer llegar la cobertura. Dinero no les falta, y clientes tampoco.

No tengo nada en contra de los actuales dirigentes, a pesar de que su presidente, César Alierta, fuera acusado en su momento de presunto tráfico de influencias y de que se haya dicho que fue uno de los grandes protegidos de Aznar. Sí tengo muchas cosas en contra de la forma en la que se actuó desde el Gobierno con una compañía que era algo más que rentable y que pertenecía al patrimonio de todos los españoles. El timo de las “stock options” -opciones sobre las acciones de la compañía para los socios y empleados-, que hizo algo más que rico a un Juan Villalonga ahora desaparecido en combate después de “huir” a Estados Unidos, sirvió sobre todo para arruinar a muchos incautos inversores que se jugaron sus ahorros en la Bolsa, donde el descalabro que se produjo tras la retirada de los beneficios de los que dieron el pelotazo provocó la situación de desconfianza actual. Muchos no lo saben, pero Telefónica también tuvo la culpa de que se encarecieran los pisos. La desconfianza de los inversores en Bolsa provocó que se destinara el dinero al bloque y al ladrillo, una inversión mucho más segura.

Son muchos los pecados que tienen que purgar los dirigentes de Telefónica, muchas las penitencias que deben hacer. Es un buen momento ahora que vamos a comenzar un nuevo año para que lo hagan. Ahora, ¿alguien sabe el dinero que se han llevado por el cambio incorrecto de las cabinas, alguien sabe si ese dinero está declarado, alguien sabe por qué se ha consentido durante tantos años que ocurra algo así?

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