viernes. 19.04.2024

A lo largo de la vida de un ser humano medianamente sensato y con algo de sentido común, que no digo que sea mi caso, se va produciendo la distinción clara entre lo posible y lo imposible, lo que uno está seguro de que se puede producir y lo que sabe a ciencia cierta -siempre me ha gustado esta expresión- que únicamente es producto de la imaginación. Pongo algunos ejemplos: cuando veía a Superman volando con la capa roja y los calzoncillos por fuera tenía muy claro que no era real, que era ficción, y que por tanto yo no podía imitarlo; por desgracia, otros seres humanos un poco menos razonables o sin capacidad para discernir entre lo posible y lo imposible no pensaron así y estamparon sus sesos contra el suelo intentando emular al mítico superhéroe ahora recauchutado y retocado con el “fotochop” para quitarle paquete. Cuando vi el primer marciano en la tele (creo que fue ET) supe enseguida que no era real y que era imposible que existieran otros mundos cargados de seres con los dedos llenitos de bombillas que se encendían cada vez que señalaban a su casa o a un teléfono -chiquita campaña le hicieron por entonces a Telefónica-, enanos cuellilargos y pasicortos que eran muy listos pero que difícilmente ganarían en una carrera de cincuenta metros a la vieja más pelleja de la Tierra. Cuando vi por primera vez a Johnny Weissmuller interpretando a un Tarzán limpio como la patena que era capaz de asfixiar a un cocodrilo de diez metros de largo simplemente con el poder de sus brazos o dándole vueltas y más vueltas hasta que lo dejaba mareado, lanzándose a tumba abierta por lianas que en realidad no eran más que balancines de acróbata de circo, comprendí que no era real, lo tuve claro. No así mi pobre amigo David, que también, como el vecino del tercero que imitó a Superman, se dio un porrazo enorme mientras intentaba dar un salto agarrado de la frágil hoja de una palmera.

Luego, con el paso de los años, uno descubre que muchas de las cosas que pensaba que no eran reales se convierten en verdad, el efecto contrario. Pongo también algunos ejemplos: siempre pensé que era un invento de los mayores eso que se contaba del primer beso, de los calambres y los cosquilleos esos que se sienten, y luego me hizo ver una chica cuyo nombre no recuerdo que era tan real como la vida misma. Siempre dudé de que algún día pudiera ejercer mi vocación de periodista con algo que no fuera la vieja máquina de escribir Olivetti que tenía mi madre siempre a punto en uno de los armarios de mi casa, y luego llegaron los fabulosos ordenadores y todo cambió. Cuando fui un poco más mayor, llegué a pensar que jamás se terminaría con el Telón de Acero y con la política de guerra fría que nos mantenía a todos en un estado de nervios constante ante la posibilidad de que a cualquier majadero se le ocurriera tirar una gigantesca bomba atómica que nos enviara a todos de golpe y sin pasar por la casilla de salida al otro barrio, y luego pasó lo que pasó, que el Mad Max de Mel Gibson siguió clasificada como peli de ciencia-ficción.

Desde que me enganché al mundo del baloncesto pensé que jamás vería a la Selección Española en lo más alto del podium de un mundial, pensé que eso era algo que se reservaba únicamente para los americanos o para potencias ahora desaparecidas como fueron la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, la URSS, o la antigua y poderosa Yugoslavia. También estaba equivocado, porque llegó la generación de los Chicos de Oro y cambiaron la historia. Y así sucesivamente hasta el infinito y más allá, hasta todas esas sorpresas que le da a uno la vida y que le hacen despertar la capacidad de asombro que en ocasiones creemos tener aletargada.

Y las sorpresas no paran. Uno se entera de que Tony Hernández es un espía del régimen castrista y al día siguiente le cuentan que hay unos investigadores estadounidenses, Andrea Alù y Nader Engheta, que han diseñado un sistema que podría hacer invisibles a los objetos a través de una especie de escudo que impide que la luz reflejada llegue a ser percibida por el observador. ¿No te parece increíble y peligroso a la vez? Increíble porque si es así, y no me refiero a lo de Tony Hernández sino a lo de hacernos invisibles, será uno de los hallazgos más fascinantes de la historia, y de los más peligrosos, porque si se comercializa el producto nos vamos a ver envueltos en todo tipo de líos: ¿te imaginas a la pasma persiguiendo a cacos invisibles, se imagina alguien a tantos y tantos pervertidos que pululan por ahí entrando impunemente en las casas para ver cómo se desnuda el personal? Pues no, prefiero no imaginármelo, porque si realmente nos podemos hacer invisibles a nuestro antojo tendremos más desventajas que ventajas, y si no que se lo digan al Hombre Invisible, que así acabó el pobre, más quemado que la oreja de Nicky Lauda. ¿Ciencia-ficción? Me da que sí, como me da que Tony Hernández es tan espía del régimen castrista como Sara Montiel la Chica Bikini 2007, aunque ninguna de estas cosas, especial lo de que Tony Hernández sea espía, se ha aclarado. Y recuerdo que estamos a punto de entrar en otro año, el 2008. Qué deprisa va todo.

Lo posible y lo imposible
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