sábado. 20.04.2024

Siempre he tenido muy buenos amigos en el PIL. Como los tengo en otros partidos. El roce hace el cariño. Eso no quiere decir que me deje guiar por las inclinaciones afectivas a la hora de confeccionar un artículo de carácter político. Tengo la obligación de hacer análisis imparciales y objetivos de la política. Es una máxima que cada día cumplen menos periodistas, tal vez porque sus ataduras morales, laborales y económicas les impiden hacer uso de la libertad que debemos tener para expresarnos como nos dé la gana. Muchos periodistas, como ya he explicado en infinidad de ocasiones, viven en una dictadura dentro de una democracia. Porque escribir “al dictado”, como su propio nombre indica, no es otra cosa que eso, una “dictadura”. En mi caso, la cosa es bastante sencilla. Jamás he recibido órdenes de nadie para que utilice mi columna para atacar a fulanito o menganito, ni para que escriba de nada. Siempre he escrito lo que me ha dado la gana, y así me va. Tampoco lo habría hecho, jamás firmaría algo que no salga de mi cabeza, que para eso es mía. Pero es que además creo tener la suerte de no sentir predilección por ningún partido político.

Igual que me he confesado y me confieso enfermo seguidor del Real Madrid, en política puedo presumir y presumo de carecer de ideología y de afiliación. Tanto es así que en las elecciones del 99, si mal no recuerdo, llegué a votar a cuatro partidos diferentes, porque también se votaba a Europa. Si mi vecino Antonio se hubiera presentado a la reelección de la junta de vecinos, le habría votado a él y habría efectuado un quinto voto distinto. Todo porque siempre he dirigido mi voto hacia las personas, no hacia las siglas. Mucho más en unas elecciones tan cercanas como son las municipales, insulares y autonómicas. Creo que esa es la clave de estos comicios. La gente se guía por las personas que encabezan los carteles. Por eso, por poner un ejemplo, supe que a Inés Rojas, independientemente del batacazo que sabía que Coalición Canaria (CC) se iba a pegar en Arrecife como creo que lo sabía todo el mundo, le iba a ir bien, porque es una gran persona que transmite buenas sensaciones a la gente. No le pasa lo mismo, por poner otro ejemplo del mismo partido y relacionado con lo que voy a escribir más adelante, a María Isabel Déniz, una mujer a la que -coincido con un amigo del gremio con el que me crucé el otro día por la calle- alguien tendría que haber hecho un cambio de imagen, de imagen pública. Habría necesitado gente que entienda un poco de qué va esto a su lado, buenos asesores, y no lo que tuvo. Aseguro, porque la conozco hace muchos años, que no es la mujer arrogante y estirada que muchos hacen ver que es. Más bien su timidez, su miedo a la cercanía con la gente, le llevó al lugar donde está ahora y de donde difícilmente va a poder salir. El tiempo lo cura todo, Isabel.

El caso que me ocupa hoy tiene que ver con la suerte (algunos no lo ven así) que tengo por ser reconocido por algunos ciudadanos que siguen mi trabajo desde hace tiempo, desde que me chupaba todas las reuniones, plenos, juicios y convenciones de Lanzarote y parte del extranjero. Son los mismos ciudadanos que me paran por la calle para charlar un rato, lo que agradezco enormemente. No hay mejor forma de enriquecerse por dentro y por fuera que hablando con los demás, aprendiendo de los demás. Sobre todo cuando te aborda gente inteligente (no hace falta ser licenciado en nada para ser inteligente) que ofrece el mismo respeto que sabe que tú le vas a dar.

Este viernes me tropecé en la calle con uno de estos buenos amigos, alguien que me conoce de las pocas veces que salgo por la tele, de las muchas que salgo por la radio y de todas las que salgo en este periódico. Lo primero que me preguntó, a bocajarro y sin haber desayunado, es si creía que Dimas iba a salir de la cárcel antes de que pasen las elecciones. “¿Usted qué piensa, señor Canales, cree que soltarán a Dimas?”, me preguntó, para acto seguido añadir lo siguiente: “he oído que a los socialistas ahora les interesa que esté fuera, aunque fuera López Aguilar el que lo metiera dentro”. El hombre no había escuchado a Agustín por la mañana, y no sabía que Dimas ya estaba en su casa. Se lo conté, y me dio un tremendo y emocionado abrazo. “¡Qué gran noticia, señor Canales, qué gran noticia!”, me comentó casi en un susurro.

Le di los buenos días y me marché. Efectivamente, me parece una gran noticia, primero para él, que me consta que lo ha pasado muy mal en la cárcel, y segundo para su familia, que se merece disfrutar de alguien que jamás volverá a la política oficial pero que estará hasta que se muera dirigiendo a los suyos en la política extraoficial. Y me parece una buena noticia, porque, independientemente de que se esté o no de acuerdo con él, me consta que va a ser capaz de darle el impulso que necesita el Lanzarote político de hoy en día, anodino, cansino y monótono como no se había visto nunca. Todo el mundo parecía que estaba esperando algo, y ese algo ha llegado.

Mucha gente en Lanzarote ve a Dimas Martín como una víctima, y en gran medida lo es. Es víctima, como le he dicho a él en varias ocasiones, de sus propios errores, y es víctima también de una aplicación un tanto surrealista de la justicia. La condena por la obra del bañadero de Guatiza es bastante sospechosa y ridícula si la comparamos por ejemplo con lo sucedido en el caso Forelan; más sospechosa aún es la condena por la compra del voto del polémico concejal Juan Carlos Hernández, entre otras cosas porque jamás apareció el documento original en el que se plasmaba el acuerdo y un perito caligráfico de la Policía Nacional dijo durante el juicio que la firma del líder del PIL podría haber sido falsificada; la condena del Complejo también se las trae, no sólo por el tiempo transcurrido desde que se cometió el delito hasta que se celebró el juicio sino por los argumentos esgrimidos por los magistrados, que en ningún caso tuvieron en cuenta que no existió quebranto patrimonial para las arcas públicas una vez que quedó demostrado que se había justificado hasta la última peseta gastada.

Dicho esto, también hay que decir que los que llevamos unos cuantos años trabajando la información diaria de Lanzarote sabemos que no es oro todo lo que reluce en Dimas Martín, entre otras cosas porque su genio muchas veces le juega terribles pasadas. Él y sólo él tuvo gran parte de culpa en la ruptura con los cargos públicos. Como no esperaba la reacción que se produjo -sobre todo no esperaba que ni sus más fieles permanecieran a su lado-, tensó demasiado la cuerda, sin darse cuenta de que la herida que había abierto con el enfrentamiento con Higinio Hernández e Ismael Brito todavía no estaba cicatrizada.

Este sábado va a hablar a los medios desde su casa de Guatiza. Allí estaré, porque soy un novelero y porque admiro al personaje, admiro su increíble carisma. También intentaré, como supongo que harán mis compañeros, ponerle en algún aprieto. Suele salir bien parado. ¿Qué va a pasar en la política de Lanzarote en las próximas semanas? Dimas Martín tiene las claves que despejan esta incógnita. Pero no es el único.

El hombre de la calle me dijo otras cosas que por decoro profesional no voy a reproducir. Una vez más subí a la redacción del periódico convencido de que Lanzarote es un lugar singular, un sitio donde la gente vive la política con una intensidad distinta a la del resto del país. Aquí todo el mundo sabe cosas, todo el mundo hace sus cábalas, todo el mundo se implica en las cosas que pasan, se moja. Lo mejor para ofrecer información es escuchar la voz de la calle. Una voz sabia.

Dimas en la calle, una buena noticia
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