En estos días inciertos que vivimos se discute en el orbe sobre la conveniencia de tratarse o no con el dictador cubano, con Fidel “discursosinterminables” Castro. Yo lo tengo claro. Aunque valoro ciertos episodios de la vida de este curioso personaje, aunque creo que en el amplio reportaje que realizó el no siempre genial Oliver Stone se vio a un anciano lúcido y preclaro, aunque me parece una buena idea que se cocine con olla exprés, no me cabe la menor duda de que Cuba y los cubanos vivirían mejor sin él. Revoluciones aparte, en Cuba sigue habiendo privación de libertad, sigue habiendo personas encarceladas por disidir del pensamiento único del régimen, y eso a día de hoy debe ser denunciado y no tolerado. Por eso no me parece ni conveniente ni plausible que el Gobierno ZP quiera desandar el camino recorrido por el Gobierno Aznar, y que encima involucre en su idea de estrechar lazos de unión con el dictador a la Casa Real. Bastante tiene el Rey con intentar que el soberbio Bush se ponga al teléfono como para que encima se le relacione con los desmadres de una dictadura que tiene las manos manchadas de sangre.
Pero hoy no quería escribir sobre este Castro. Quería escribir sobre nuestro Castro, el canario, el sempiterno consejero del Gobierno de Canarias, ese pequeñajo palmero, astuto y taimado como pocos, que ha sabido mantenerse contra viento y marea en todos y cada uno de los gobiernos que se han ido sucediendo en las Islas desde que la democracia es la democracia, ese a quien Agustín Acosta bautizó en su día como Fray Escoba por lo mucho y bien que ha barrido en todos estos años para La Palma, isla a la que tiene hecha un primor y a la que no le falta de nada gracias a él, lo que provoca que elección tras elección arrase entre sus contentos moradores.
Don Antonio Castro Cordobez, al que uno envidia la salud, la línea que mantiene, el pelo tan negro y hasta el cutis, porque este hombre no envejece, de vez en cuando se descuelga con alguna “castrada”, que nada tenga que ver, aunque lo parezca, con mujeres desprovistas de sexo. Lleva años echándole la culpa a los ayuntamientos de que no se construyan viviendas de protección oficial en Lanzarote porque no se cede suelo, a los políticos de la Isla de los retrasos en la obra del puerto de Playa Blanca, al Cabildo insular de su indecisión para ejecutar el Convenio de Carreteras... Vamos, que menos él, todos tienen la culpa de lo poco que se hace en una isla que tiene una deuda histórica muy superior a la que tenía Alemania con los aliados cuando perdió la guerra.
Que este veterano consejero eche la culpa a la obstrucción de los barrancos del desmadre de una carretera que antes, durante y después de ser construida dio problemas clama al cielo, y mucho me temo que no se ha hecho nada en el norte, que si vuelve a llover volveremos a ver a las pobres cabras ahogándose. La culpa la tiene él, porque es el que tiene las competencias en esta materia, es el que tendría que haber atendido los requerimientos del Cabildo insular y de sus técnicos, que avisaron antes de que cayera el diluvio universal de los problemas que ya se estaban produciendo cuando caían cuatro gotas.
Pero lo grave no fue que echara balones fuera, lo más grave es que encima dio muy pocas alternativas. Como siempre, todo hace indicar que la carretera de Tahíche a Arrieta será un nuevo poltergaits, que no es lo mismo que “postres gays”, uno de esos casos paranormales que sólo suceden en Lanzarote.
Volverá a llover y se volverá a inundar la carretera, insisto; volverá a llover y los vecinos de Guatiza y Mala verán de nuevo como se les inunda la casa; volverá a llover y nadie habrá hecho nada para evitar los desastres. ¿No va siendo hora ya de que alguien haga algo al respecto, o es que aquí no hay políticos que tengan lo que hay que tener? Parece que no, sobre todo cuando no hay siquiera imaginación para resolver un problema tan aparentemente absurdo como el de que sobre uva. ¿En qué lugar del mundo se habría planteado por dos años consecutivos el mismo problema del vino? O encontramos gente preparada y con ideas que acceda a la política, o lo llevamos claro, muy claro.