lunes. 12.05.2025

El que sólo se haya molestado en leer el titular del artículo habrá pensado que se trata de un escrito más sobre el desastroso papel que ha desempeñado la selección española de fútbol en el mundial que acaba de terminar con el triunfo de la competidora Italia. Nada más lejos de la realidad. Esto no tiene nada que ver con el fútbol, aunque sí con la cancioncita con la que unos cuantos ilusos pensaron que pasaríamos de octavos de final. Ilusos porque a estas alturas de la película confiar en que la selección va a pasar de cuartos de final es como pensar que en Marbella nadie cobró comisiones. Una ingenuidad. También es verdad que esta vez prometía mucho el ver en el vídeo del “A por ellos” a un entrenador tan entregado, un Luis Aragonés desgañitado al que parecía que le iba a dar un infarto. Menos mal que alguien se molestó en pegarle la dentadura. De lo contrario la imagen habría sido más lamentable todavía. Y es que, no nos engañemos, los italianos nos ganan hasta en eso. Su entrenador, que nadie lo niegue, es igualito que Paul Newman, y el nuestro, como mucho, se parece a Srek en un día bueno.

La cancioncita en cuestión no tiene fecha de caducidad, y sirve para muchas cosas. Ahora la ha tomado como propia la Dirección General de Tráfico, la DGT. Es lo que cantan todas las mañanas sus i-responsables cuando diseñan el plan de actuaciones, que no es otro que el de freír a los pobres conductores con una cantidad de multas que consiga equilibrar el desequilibrado presupuesto estatal. Tengo pruebas de lo que escribo.

El pasado domingo viajaba con mi pequeño coche por la carretera que une Tías con el aeropuerto. Iba contento porque regresaba de Playa Blanca, de pasar un magnífico día de playa. Poco me importaba que me adelantara un vehículo cada diez segundos (coches, motos, camiones y hasta alguna bicicleta), porque para mí lo importante es la seguridad de todos los que viajan conmigo. Eso si no tenemos en cuenta el reto personal que me he impuesto de que no me quiten un solo punto. Quiero llegar a viejo con los doce. Justo al llegar al desvío que conecta la carretera con la autovía que va a Arrecife avisté a un agente de la Guardia Civil con la mano levantada, haciéndome gestos para que me parara en el improvisado arcén donde ya había otro vehículo más. “Estarán haciendo un control rutinario, irán a ver si no llevo el cinturón o algo con lo que quitarme algún punto”, pensé mientras me aseguraba mentalmente de que todo estaba en orden.

-Buenas tardes, caballero, le paramos porque acaba usted de sobrepasar el límite de velocidad de esta carretera -dijo el agente.

Debí poner cara de bobo, porque me lo repitió. Cuando reaccioné, pasados dos o tres segundos, le pregunté a qué velocidad iba, y me dijo que a 111 kilómetros por hora, cuando el límite estaba en 100. Como no entendía nada, le pregunté qué pasaba con todos los coches que me habían adelantado segundos antes a mucho más de esos 111 kilómetros por hora; quería saber por qué no estaban también allí. Cuestión de suerte, me explicó el paciente servidor del orden, porque a ellos no les inmortalizaron a tiempo en la fotito del radar. O sea, que me cogieron a mí porque era el único que iba despacio y por la derecha, a la altura y a la velocidad justa para salir bien en el cuadro. Quise averiguar qué margen tenemos los conductores, porque me parecía ridículo que se multara a alguien por ir a esa velocidad en una carretera de una sola dirección y con dos carriles. La respuesta, esperada, fue que ya no hay margen, porque con las nuevas normas de la DGT se ha eliminado. Fue entonces cuando el guardia civil, que no tiene la culpa del mandato que les han impuesto sus superiores, esos que no tienen que dar la cara frente a los ciudadanos cuando se cometen los atropellos, me confesó que le daba vergüenza tenerme que poner la multa, pero que no tenía otro remedio.

-Son cien euros, aunque si la paga en menos de quince días se le quedará en setenta. De todos modos, lo que puede hacer es recurrir, porque hay veces en las que la foto del radar no está clara -me dijo intentando justificar lo que a él le parecía injustificable.

Le di las gracias y me marché sin firmar la multa. Es algo que me enseñaron en el Comisariado Europeo del Automóvil (CEA), una organización que vela por la protección de los derechos de los conductores. Es más fácil que luego se acepten los recursos si uno desde el principio muestra que no está de acuerdo con la sanción.

Como es lógico, pagaré la multa, porque está claro que cometí una infracción. Ahora, eso no quita para que me parezca una auténtica vergüenza la campaña del “A por ellos” que está desplegando la DGT. Seguramente para el director de la DGT cien euros más o cien euros menos en su cuenta no suponen demasiado, pero para mí, y para tantos otros bobos a los que cazan con el radar, sí.

Defiendo el beneficioso efecto que va a tener el carné por puntos en la carretera. Me consta que la mayoría se lo está pensando dos veces antes de coger el coche con una copa de más, y me consta que muchos ya no hablan por el móvil y miran la velocidad del cuentakilómetros. Eso no significa que aplauda el abuso que se produce sobre aquellos que procuramos respetar las normas. Se supone que la Guardia Civil debe velar por que todos estemos más seguros en la carretera. No creo que su función sea la de asediar a los que transitan con sensatez, y escribo esto porque estoy convencido de que no soy el único al que le ha sucedido algo parecido. La Benemérita es un cuerpo de seguridad que merece otro destino diferente. Me cuesta creer que a sus responsables (no a los de la DGT) les apetezca figurar en el pensamiento social como los malos de la película. No creo que los hombres y mujeres que acuden a sus academias sueñen con pasarse todo el día poniendo multas y explicando a conductores como yo por qué lo hacen.

Vigilancia sí, acoso no.

P.D. Mi querido y admirado amigo David Barra me envía un simpático correo electrónico que enlaza perfectamente con el doble asunto del que me he ocupado. Se trata de una fotografía de la selección española con un eslogan atinado: “40 años sin una sola copa... ¡Que conduzcan ellos!” (Dirección General de Tráfico).

A por ellos...
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