viernes. 19.04.2024

Resulta muy conveniente para conocernos mejor el recurrir a personas de fuera, que al no estar inmersos en el fragor de la batalla diaria, les permite tener una visión más imparcial. Ejemplos de tal afirmación son abundantes. Citaré algunos. Gerald Brenan con El Laberinto español de 1943. George Orwell con Homenaje a Cataluña de 1938. Paul Preston con El Holocausto español de 2011; y Helen Graham con la mejor obra sobre la Guerra Civil, Breve historia de la guerra civil de 2011. Para el presente son muy recomendables del periodista portugués Gabriel Magalhâes Los españoles. Un viaje desde el pasado hacia el futuro de un país apasionante y problemático de 2016, que me sirvió para el artículo publicado en este periódico España, un país de alto voltaje. Del brasileño Roberto Mangabeira, catedrático de la Universidad de Harvard y exministro de Lula, España y su futuro, ¿un país en transformación? de 2009, donde nos dice que España es hoy un país sin un proyecto capaz de aprovechar su potencial. Existe un proyecto dominante en España, articulado por las elites y por los partidos. Pero es un proyecto que no sirve, porque no guarda relación íntima con las características más importantes y fecundas de la sociedad española. España, un país relativamente pequeño, se está convirtiendo, por culpa de la falta de imaginación de los que ocupan el poder, en un pequeño país, que al dejar de hablar con una voz diferente dentro de Europa, esta perdiendo contacto con las fuentes de su propia originalidad. Y sobre todo de Tom Burns Marañón, de doble nacionalidad hispano-británica, nieto de Gregorio Marañón, que fue corresponsal en la Transición de Financial Times y Washington Post De la fruta madura a la manzana podrida. El laberinto de la Transición española del 2015. La tesis central es que «la Transición fue la caída del árbol de la fruta madura» y hoy «la mercancía –la fruta, la manzana– está podrida». Los cambios sociales, económicos y culturales propiciados por la dictadura, hacían inevitable la llegada de la democracia. La “fruta madura” fue el deseo asumido por la sociedad española de reconciliación y normalización política. Mas, ese nuevo proceso abierto terminó por dilapidar el gran entusiasmo engendrado en sus inicios, de ahí “la manzana podrida”. Si todo ese torrente de ilusión colectiva se corrompió fue por una serie de motivos. El miedo escénico al cambio por parte de la clase política supuso la elaboración de una Constitución esculpida en piedra granítica, que imposibilitaba su adaptación y mejora de acuerdo con las lógicas exigencias del devenir de los nuevos tiempos. Una ley electoral injusta diseñada con el objetivo de institucionalizar un régimen bipartidista de corte europeo. Y sobre todo el establecimiento de unos híper liderazgos muy fuertes, como el de Felipe González consolidado por un triunfo arrollador en las elecciones generales de 1982 , sin que tuviera una auténtica oposición en el Parlamento tras la autodestrucción de la UCD-la única oposición provino de la UGT-, lo que supuso la construcción un partido muy jerarquizado y muy poco democrático en su funcionamiento interno, sin posibilidad de crítica ni debate, donde se elaboraban las candidaturas electorales en listas cerradas y bloqueadas. De ahí que el ejecutivo controlaba el legislativo, y este a partir del 1985 con la Ley del Poder Judicial al órgano de gobierno de los jueces, el Consejo General del Poder Judicial. Se le atribuyó a Alfonso Guerra la frase “Montesquieu ha muerto”. Con tal estructura del partido la llegada de donativos del mundo empresarial nadie los cuestionó, con la subsiguiente lacra de la corrupción. Lo mismo puede aplicarse al liderazgo de José María Aznar, una vez tomó las riendas del PP en 1989. ¿Quién se atrevía a discreparle? ¿Quién denunciaba la corrupción? Y al final nombró a dedo, cual monarquía hereditaria, a su sucesor. El híperliderazgo de Pujol en CIU con las mismas secuelas. Tales híperliderazgos, una reminiscencia del franquismo, hicieron un grave daño a nuestro incipiente sistema democrático. Cabe pensar que los nuevos partidos emergentes no cometan el mismo pecado.

A partir de los 80, con el crecimiento económico, mejora del nivel de vida e implantación incuestionable por González del Estado de bienestar y la entrada en Europa, la sociedad española autocomplaciente por su “ejemplar” proceso de la Transición, se convirtió en una masa silenciosa que perdonó los pecados veniales y mortales de la clase política. Tuvo que llegar la crisis del 2008 para despertar.

Todo lo expuesto, además de otros hechos, nos ha conducido a la situación actual de nuestra democracia, que necesita ser reseteada. Estamos en una segunda Transición, debido a una nueva matemática parlamentaria con nuevas fuerzas políticas, que tiene que llevar a cabo unas reformas necesarias que el bipartidismo no quiso hacer: ley electoral, ley de los partidos políticos, financiación autonómica, reforma constitucional, vertebración territorial, regeneración institucional, etc. Reformas imprescindibles, porque nuestra democracia se ha hecho vieja, como le ocurrió en 1914 al sistema político de la Restauración borbónica de Cánovas y Sagasta. La historia, a veces se repite. En 1914 Ortega y Gasset en el Teatro de la Comedia de Madrid impartió una conferencia titulada Vieja y Nueva Política.

Vieja y nueva política
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