jueves. 18.04.2024

Hace ya tiempo que la democracia en la Unión Europea está atravesando por un momento crítico. Ahora mismo lo hemos comprobado por el referéndum realizado en el Reino Unido, que ha desembocado en el Brexit. La convocatoria por parte de Cameron ha sido considerada por la gran mayoría de los analistas políticos como ejemplo de irresponsabilidad política. Se ha llegado a decir “gobernar un Estado, no es aplicar tomas de decisiones más propias de una comunidad de vecinos que de una gran potencia”. No entro en las razones que condujeron a Cameron a la convocatoria, pero, el referéndum es un instrumento de la más estricta normalidad democrática, en concreto, es todo un paradigma de la democracia participativa. Y solicitar la opinión de la ciudadanía en un asunto de tanta enjundia, cual es la pertenencia a la UE, y más ante la deriva lamentable que está tomando en los últimos años, no sólo es lógico, sino también necesario. Debería extenderse a más países. Criticar que la Unión Europea tenga ciudadanos en algunos de sus países miembros que puedan incluso decidir, es una prueba irrefutable del nivel de degradación alcanzado por la democracia en la UE. El problema es que a la UE no le gusta la democracia, tal como señaló Varufakis, los representantes de la UE consideraron una provocación y una forma de chantaje por su parte el haber convocado el referéndum en Grecia. Ya metidos en esta vorágine, podemos ya llegar a que se prohiban las elecciones, no vaya a ser que generen inestabilidad política y económica.

Igualmente para la gran mayoría de los analistas, los culpables, además de por supuesto Camerón, han sido los nacionalismos y los populismos. Ni me gusta Cameron, ni los nacionalismos ni los populismos. Mas, lo cierto, es que aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, hay que zumbarles a los unos y a los otros. ¡Qué desvergüenza y desfachatez! Si los británicos han votado lo que han votado, habrán tenido sus razones, ¿quiénes somos nosotros para cuestionarlas?

Mucho me temo que los dirigentes de la UE todavía no se aperciben de la situación crítica de Europa. Toda su respuesta es que hace falta más Europa, yo diría que más bien lo que hace falta una Europa mejor. Y hoy el gran problema de Europa es: los dirigentes europeos y la inteligencia europea, si todavía queda algo de ella, han perdido toda capacidad de imaginar el futuro, y solo saben insistir en los viejos dogmas ya fracasados: respetar los criterios de Maastricht, pagar las deudas y salvar a los bancos aunque sea a costa del sacrificio de la mayoría de los europeos.

Mas, con estos antecedentes al final ha ocurrido lo que tenía que ocurrir. Veámoslo. Franco Berardi en su libro La sublevación construye un relato sobre la situación de la Europa actual, basándose en un artículo de Federico Campagna Sueños recurrentes: el corazón rojo del fascismo, que ve grandes similitudes de los tiempos actuales con los de entreguerras.

Según Campagna el antes fue así: “El aíre se volvió eléctrico, las plazas se llenaron, los árboles se transformaron en banderas y mástiles. El nazismo era todavía algo oculto en la profundidad del cuerpo social, tranquilo como un feto”.

Hoy no conviene citar al monstruo en vano, ni recurrir al nazismo o fascismo cada vez que alguien nos parece agresivo o un gobierno antidemocrático. Mas, seríamos ingenuos de ignorar el peligro futuro de Europa por las políticas del BCE. Este peligro se basa en el miedo al paro, a la miseria, a la exclusión y a la inmigración. El miedo genera agresividad y la agresividad miedo. Que sea fascismo no es cosa fácil de explicar, ya que es indefinible. Para Deleuze y Guattari “hay fascismo cuando una máquina de matar se instala en cada nicho”. Admitida la definición, hemos de reconocer que estamos al borde del abismo del fascismo. En las últimas décadas las clases dirigentes nos han “convencido” que el principio básico es la competencia: entre economías nacionales, y sobre todo, entre individuos en el mercado de trabajo. La precarización laboral ha convertido la vida real en un campo minado, donde todos somos rivales. Las máquinas de guerra para funcionar solo esperan que las promesas de prosperidad se desmoronen, tal como ocurre ahora, por lo que el futuro es amenazante y en ausencia de solidaridad, la guerra es inevitable. El neoliberalismo no tolera la solidaridad social, porque necesita que cada uno esté armado contra los otros, para que no vuelva la lucha de clases. Reconstruir la solidaridad compartida es vital para hacer frente a la guerra que el neoliberalismo ha creado, y que se intensificará con la dictadura financiera y la expansión de los conflictos identitarios: étnicos, religiosos y nacionalistas. Por tanto, la alternativa es: solidaridad social o fascismo. O lucha de clases de los explotados, solidarios entre sí, contra el capitalismo financiero, o fascismo. Reconstruir la solidaridad no es cosa de voluntad política, es de empatía existencial.

El nazismo fue una aplicación rígida del fascismo, basada en la superioridad racial, que negaba la humanidad al otro, excluyéndolo. Aunque no hay que recordar la bestia en vano ni invocar el fantasma del horror absoluto, el horror está apareciendo de nuevo. Y no solo porque las decisiones brutales del BCE arrastran a millones de europeos hacia la locura, la violencia y el racismo, sino también porque la exclusión, incluida la negación de lo humano, es la esencia de la máquina financiera. Según Campagna: “Esta vez sucede todo casi exactamente igual, solo un poco descompensado, como en los sueños recurrentes. Ahora llegan gritos henchidos de crecimiento, crecimiento y crecimiento (austeridad, austeridad, austeridad…esto es añadido mío) En el viejo primer mundo se ha instalado el miedo cristalino y paralizante. El apocalipsis es el horizonte de los sueños de la mayoría. Solo un nuevo orden puede salvar al viejo mundo del final natural”.

El envejecimiento, el declive, la pérdida de una hegemonía que excluía la existencia de los otros, de los pobres de la tierra: aquí están las causas del miedo que se expande por Europa. Solo una estrategia relajante, que nos permita contactar con nuestra debilidad y nuestra vejez y sintonizar con el decrecer, solo así evitaremos caer en el nazismo. Solo una nueva concepción de la riqueza, ya no más entendida como propiedad o acumulación, nos permitirá evitar un nuevo asalto identitario. La identificación de Europa como civilización cristiana nos conduce a una nueva guerra nazi: una guerra interna y una guerra externa. Una guerra civil interétnica y una guerra contra la otra orilla del Mediterráneo con la deportación y muerte de millares de africanos. Y la expulsión de Turquía de la cristiana Europa es una prueba de autodestrucción identitaria. Esto significa que los europeos han perdido toda inteligencia estratégica y se han convertido al nazismo: Amanecer Dorado, Jobbik, UKIP, Frente Nacional, etc.

De nuevo Campagna: “Al final de la I Guerra Mundial, después de millones de muertos, los Estados vencedores impusieron a los perdedores Alemania y Austria una servidumbre perenne en función de una deuda inmensa”. Hoy es Alemania quien impone a los países de la UE, especialmente a los mediterráneos pagar su deuda, que es impagable. Solo una clase financiera, a la que nada importa el futuro de los pueblos, puede ignorar que las deudas de guerra impuestas a Grecia, Italia, Portugal, España u otros pueden producir el surgimiento de un monstruo, que ya no se está quieto en el preñado vientre de la guerra.

Acabamos con Campagna: “Dado que la deuda es una promesa, cuando los Estados europeos hoy han debido escoger si romper su promesa con los banqueros o con su propio pueblo, se han decantado por la segunda”.

Para salir de este infierno, la única posibilidad es la sublevación, en sentido literal: el levantarse un cuerpo que ha estado demasiado tiempo plegado, comprimido e incapaz de mirar de frente. Lo que han hecho los británicos. Cabe pensar que harán lo mismo otros en el futuro.

¿Por qué se han sublevado los británicos?
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