Por Mare Cabrera
Aránzazu Isabel María Sánchez Vicario, más conocida por todos como Arantxa, a secas, debe tener la sana costumbre de no ver televisión, por lo tanto no será conocedora de cómo está el patio por las cadenas privadas, expertas en destripar a personajes, manipular información y juzgar con vehemencia asuntos ajenos de índole privada.
Arantxa no sabe, si nos acogemos a nuestra teoría, que un tema tan delicado y morboso como el que destapa en su biografía “¡Vamos Arantxa!” es carne de cañón para estos profesionales del corazón que tienen a bien airear rumores, lanzar titulares cuasi punibles y hurgar en la vida de los famosos con la delicadeza que Pepe usa para “pisar sin querer” a sus contrarios durante un partido de fútbol.
Ella no tenía ni idea, no sabía que su bombazo informativo iba a acarrearle prensa haciendo guardia a las puertas de su casa, en la de sus padres y persecuciones para sonsacar cuatro frases a cualquiera que tenga que ver con una familia rota que antes parecía tan unida –cuando ella triunfaba en las canchas de tenis de medio mundo- y ahora está rota por el escándalo.
Arantxa, en su desconocimiento, ha dado pie a que se diseccione la vida privada, la más íntima y delicada, propia y parental. También la de sus hermanos, cuñadas y sobrinos, hasta la de aquélla tía de Cuenca a la que sólo llama en Navidad para comprobar que sigue viva.
Para mi quiero yo una ruina económica como la de ella, mire usted, y esa bendita ignorancia que dicen nos hará más felices. Y por ello me decanto, porque no querría pensar que al atisbar lo que originarían sus palabras no rectificara en ese grito de liberación que parece que le supone airear tanto trapo sucio familiar (ahí es nada la broma de acusar a tus propios padres de haberse quedado con todo tu dinero y haberte dejado prácticamente en la ruina, aunque me huelo que ya será menos, mujer) y que gracias a los programas de televisión que abundan la hará presa y víctima, esta vez sí que sí, de manipulación ajena.