Y los abuelos, porque somos, lógicamente, mayores que nuestros nietos y podemos en muchas ocasiones dedicarles el tiempo de que sus padres escasean, si podemos hablarles a los pequeños, ante el Portal de Belén, de ese niño tan pobremente acogido, lo fue así porque los que tenían casa, y estaban acomodados, no quisieron saber nada, se desentendieron de los problemas de aquel joven matrimonio que imploraban albergue ante la inminencia del próximo parto de la joven madre. Esa madre, no supieron apreciar que era la Madre de Dios. Tu, hijo mío, nunca seas insensible ante las carencias de los que a ti recurran.
Pero hoy me voy referir al abuelo, a ese abuelo que por edad debe o pudiera serlo, y que sentado y solitario en una plaza o un parque público, permanece pensativo, con los ojos como perdidos en una lejanía o en un punto imaginario, mientras con su bastón traza rayas en el suelo a la vez que parece musitar palabras.
Continúa trazando rayas y círculos mientras por su memoria pasan retazos de su vida que puede ser que no estén hilvanados unos con otros, pero son parte de su existencia. Ya se fueron amigos y parientes con los que hablaba de la vida cotidiana, de los afanes de los hijos. De los nietos que iban llegando. De cómo se fueron haciendo hombres…Cómo pasa el tiempo y con él van desapareciendo de su vivir diario. Se los iban engullendo otras ciudades en las que encontraron su medio de vida.
No recibe cartas. Él si las escribía a sus padres, cuando la “mili” no faltaban las cartas. Se las leía y releía y las guardaba. Para él eran un sentido de permanencia. Piensa en todo ello y se levanta del banco cansinamente. Ha pensado en cosas que le han trasladado a otros tiempos y lugares.
Piensa, abuelo, que en estos días podrás vivir en plenitud un tiempo que se hace nuevo.
Sí, abuelo, como todos los años nacerá el Hijo de Dios. Por eso hay música y luces, aunque algunos lo ignoren, como hace más de dos mil años.
Fdo. Alfredo Hernández Sacristán (Jerez)