Por Mare Cabrera
Eso mismo, motivos personales, se alegan para salir de una situación, casi siempre incómoda para el protagonista. La mayoría de las veces se escucha en el ambiente laboral, véase dimisiones en el ámbito deportivo o incluso en el político. Quedas bien, o al menos no quedas del todo mal, y tras de ti dejas una duda que puede generar suposiciones a los ajenos y desconocedores de tan ambigua excusa. Y es que los motivos personales pueden ser muchos, pero casi todos relacionados con la disconformidad, del tipo que sea.
Son esos, los motivos personales, los que han provocado la estampida de numerosos cargos públicos de nuestras instituciones al poco de llegar a ellas. Siempre me he preguntado por qué, tras una posible y remota posibilidad de cambio en los actores de nuestro teatro político que nos hagan salir de las reposiciones interminables y cansinas, las caras nuevas que aún no nos han decepcionado deciden irse antes de comenzar la función, dejándonos con las ganas de una sesión doble más que sea.
¿No será que es tal el descoloque que puede provocar entrar en la cocina y ver el menú institucional de primera mano durante sólo unos meses que a cualquiera le entra una descomposición estomacal? Y estas pobres almas cándidas que decidieron entrar en política demostrando un valor que no manifestamos los que sólo nos dedicamos a criticar el trabajo ajeno desde fuera, y con la convicción de poder cambiar algo más que las cortinas de sus despachos, necesitaron poco tiempo para darse cuenta de que el pescado estaba vendido y la tarta repartida mucho antes de que ellos llegaran.
¿Y si los motivos personales a los que aludieron no son más que quejas silenciadas, una actitud cortés para no abrir la boca y salir mal parado, una retirada a tiempo considerada victoria a la larga? No los culpo, no debe ser fácil llegar a un pequeño charco lleno de tiburones con la película a medio empezar, donde el guión que te muestran es imposible de representar sin tirar por la borda los principios y convertirse, para vergüenza propia y ajena, en otro mal actor de los que tanto nos sobran.