Por Manuel N. González Díaz
Resuelvo hacer público homenaje a Luis Pascual, no sólo por llamarse así, que es Pesaj, sino por, en tanto biólogo y etólogo, haber logrado que la tan denostada garza boyera, anide tras la empalizada de lo que otrora fuera el cementerio del Puerto, frente a la Playa de El Reducto.
Y así, en estas fiestas, por esta ibis, vemos cómo, asidas en su pico, portan ramas que servirán para la factura del nido. Y parece milagro esta inversión de la plaga. Así que a Luis Pascual, desde la mayor admiración y estima, mi rendez vous.
La garza pelícana, vulgarmente conocida por “bueyera”, se sirve, no podría decir parasitariamente, sino de manera comensalista, del andar y el rumiar de los bueyes, que en su camino espanta a los pequeños animales del campo, y ésta, con destreza, engulle. Aquí, en la Isla, por falta de bueyes y abundancia de cabrones, las podemos observar acompañando al ganado caprino, que en su pastoreo ahuyenta sin escándalo lagartijas que raudas las garzas apresan. También aquí, perdido el ganado, rebuscan entre los filos de las piedras amuradas lagartijas.
Aprendimos que luego del comensalismo llega el connubio, y en una involución milenaria que nos remonta a los tiempos anteriores a Noah, alguien vislumbra en Tahiche el loco fornicio desordenado de entre estas dos especies, asunto de bestias.
Carlos Lucio Bonaparte, a mediados del siglo XIX, la incluye en su taxonomía. En Europa creen que la Ibis Bubulcus es originaria de lo que ellos llaman “Viejo continente”. Pero yo la adivino en los tiempos de Paróh, saliendo de Egipto, acompañando el ganado de las Tribus. Todo muy meritorio: las cabras y sus machos, las garzas y sus lagartos, y el etólogo, que paciente algún día soñó lograr la nidada. Y sobre todo, el Hacedor, ordenando y desordenando, para volver a ordenar. Las taxonomías son arbitrarias, siempre. La de Bonaparte no es menor.
En las tramas, el libre albedrío es iluso. El Cielo abomina del robo, incluso nocturno; el castigo, tras el juicio inapelable, está ordenado.
Triste afán, los felinos, éstos sí, llegados de Europa, devoran a las crías que caen de los nidos cuando los vientos del Sur. Es inútil tratar de devolverlas a su hogar en el pino marino, sin ser biólogo, intuyo que esta ibis es cainita. Asocar el pinar no tiene mayor sentido. Y menos mal, pues sólo faltaba en este Cabildo, luego de tanta machangada reservista, un experto en sirocos.
Felicidades, Luis. Y gracias por tu condolencia departamental, eso también te hace distinto.
Y a continuación, los comentarios de la chusma, siempre amotinada.