Por Mare Cabrera
Me da mucha pena la gente que ve programas como Gran Hermano como si fuera un gran acontecimiento. Son gente que debe tener una vida tan triste que se contenta con cotillear en las vidas ajenas. Y si por lo menos esas otras existencias fueran las de personas interesantes, todavía tendría un pase tragarse esa basura de lo que llaman tele-realidad. Pero eso no es lo habitual, por lo que comentan las amigas adictas a esa comida-basura televisiva. Lo habitual es que la dirección de ese espacio, presentado por una que iba de gran periodista y ha terminado en gran reina del morbo, elijan siempre perfiles de individuos e individuas con poquita vergüenza y prestos y dispuestas a dar el peor espectáculo.
Casi todos los elegidos para los quince minutos de fama (o quince semanas a todo meter, lo mismo da) son “arruaje”, como diría mi abuela. Para eso se preseleccionan a esas personas desinhibidas. Cuanto más tontas y desvergonzadas demuestren ser, más posibilidades tienen de entrar a formar parte de la casa del famoseo del malo.
En el caso de ellas, sobre todo, no hay que olvidar que hay que salir después en la revista Interviú enseñándolo todo. De hecho es lo único que enseñan: las tetas en la revista. Por lo demás, poco más.
Mercedes Milá llamó a su bodrio “experimento sociológico”. Pero sólo experimenta con una parte de la sociedad muy concreta: la que se dejó olvidada los otros valores humanos que se supone que ha de tener una persona de la que vamos a aprender algo si escuchamos lo que dice o vemos lo que hace ante las cámaras.
Ya escribí aquí mismo, años atrás, que de pocas decisiones personales me siento más orgullosa como de la que tomé cuando decidí –bendita la hora- dejar de perder mi tiempo viendo cómo lo pierden otras personas metidas en una casa, guagua o granja. Y no digo que no haya vuelto a caer alguna vez, de forma fugaz, en la tentación de mirar por dónde van de último los tiros de la tele basura. Lo he hecho, y me ha servido para sentirme todavía más contenta de haber tomado aquella feliz decisión.
No pierdo ni un minuto más de mi vida viendo la vida de otras vividoras. Ni siquiera aunque me lancen el anzuelo de que esta vez hay alguna concursante que es paisana mía, nacida en la misma isla conejera que me vio nacer a mí. Vamos, ni aunque fuera mi propia hermana, mi gran hermana menor…