martes. 23.09.2025

La lectura me parece una de las actividades más gozosas y provechosas a la que podemos dedicar el mucho tiempo libre en estas vacaciones estivales. Es el momento que puedes dedicar a sumergirte en los contenidos de todo un conjunto de libros, que según tus preferencias has ido comprando durante el año y se han ido acumulando encima de tu mesa de trabajo, y que por tus actividades profesionales no has podido leerlos, muy a tu pesar. O también algunos otros que por su alto costo económico, como las Obras Completas de Manuel Azaña, edición de Santos Juliá debes recurrir al préstamo de alguna biblioteca pública. El gran político republicano, es uno de los autores por el que siento especial predilección y que sería muy recomendable un mayor conocimiento por parte de los españoles, entre otras razones porque pocos como él se sintió más profundamente español y también pocos como él dedicó tanto tiempo de su vida a indagar sobre cuáles eran los problemas de sus patria y buscar las soluciones adecuadas y razonables para corregirlos. Que un personaje de este nivel todavía permanezca enterrado lejos de su tierra, no deja de ser lamentable. En cambio, otros que han hecho tanto daño reposan en una suntuosa y faraónica tumba en el mismo centro de nuestra piel de toro. Mas no es de esta cuestión de la que quiero hablar.

Azaña además de por lo que dice, con unos mensajes impregnados de valores éticos y de gran calado político, es más impresionante por el cómo los dice, con un gran dominio de nuestra lengua y una riqueza de vocabulario muy difícil de superar. Además fue un extraordinario parlamentario. Según Antonio Machado, Azaña es maestro en el difícil arte de la palabra: sabe decir bien cuanto quiere decir, y es maestro en un arte más excelso que el puramente literario y mucho más difícil: sabe decir bien lo que debe decirse.

Ahora mismo acabo de leer el discurso que pronunció un 11 de septiembre de 1911, titulado “El problema español” en la Casa del Pueblo de su ciudad natal Alcalá de Henares, y que he tenido que estar consultando continuamente el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, para conocer el significado de algunas palabras: pazguato, flor de estufa, mojiganga, dalmática, recamado… Además me han impresionado algunos de sus fragmentos por su vigente actualidad, como si algunos de los problemas de esta nuestra querida España continuaran siendo los mismos.

Uno de los hechos más destacados desde hace unos meses en nuestro país ha sido la irrupción, totalmente justificada, del movimiento de los indignados del 15-M, que han ocupado las plazas de muchas de nuestras ciudades. En el discurso susodicho Azaña apela al pueblo español para que reaccione y salga del sopor en el que parece haber caído con estas palabras que podrían ser leídas hoy mismo en la Puerta del Sol: “Además nos impulsa otro sentimiento: nos impulsa la indignación. ¿Vosotros no la sentís? ¿Vamos a consentir siempre que la púrpura cuelgue de hombros infames? ¿Vamos a consentir que la inmensa manada de los vividores, de los advenedizos manchados de cieno usurpe la representación de un pueblo y lo destroce para saciar su codicia? En nuestro museo han entrado unos pícaros y la dalmática más espléndida, recamada por una historia ilustre, la van deshilachando para remendarse los calzones”.

Una de las peticiones de los indignados es la de regenerar, revitalizar y darle nuevos bríos a nuestro democracia, que se ha quedado oxidada tras estos 30 años de un ejercicio autocomplaciente, como si fuera suficiente con votar cada 4 años. No son en absoluto antisistema, como desde algunos medios de información o algunas fuerzas políticas nos han querido hacer ver. Por ello, otras palabras de Azaña tienen plena vigencia hoy: “En lo político necesitamos, como una condición indispensable, la revisión de todas las instituciones democráticas en nombre de su principio de origen, limpiándolas, purificándolas de todos los falsos valores que sobre ella se han creado…¿Democracia hemos dicho? Pues democracia. No caeremos en la ridícula aprensión de tenerla miedo: restaurémosla, o mejor, implantémosla, arrancando de sus esenciales formas todas las excrecencias que la desfiguren”. Todo ciudadano medianamente informado conoce cuáles son esas excrecencias que deberían ser eliminadas para dar nueva vida a nuestra democracia: listas abiertas, funcionamiento interno democrático de los partidos, modificación del sistema de representación, responsabilidad de los políticos, cumplimiento de los programas electorales, eliminación de la corrupción, independencia de la política de la economía…

En estos momentos de vigencia plena e implacable del neoliberalismo, que defiende a ultranza la liberación de las fuerzas del mercado con una desorbitada apología de lo privado y un ataque despiadado al Estado, se está generando un nuevo mundo en el que la justicia, la igualdad, la solidaridad están cada vez más ausentes. Entiendo que se hace inevitable reconstruir la defensa del Estado activista tan vilipendiado, porque son precisamente los más débiles los que más lo necesitan. De nuevo Azaña: “Ese inmenso poder del Estado debe encaminarse en pro de nuestra obra; queremos infundir en ese organismo sangre nueva, para que el mismo Estado sea el que dispense la última y definitiva justicia. Porque de él, de ese Estado, con todos sus defectos de organización, con su ceguedad y su parsimonia, es del único Dios de quien podemos esperar que ese milagro se verifiqué. ¿De quién, si no, vamos a recibir la justicia? ¿O esperamos, acaso, que el codicioso, el explotador, el privilegiado renuncien voluntariamente a su privilegio, a su explotación o a su codicia? Nunca se vio tal…”

En nuestra sociedad a su vez se está produciendo un dramático e irreversible descontento de la ciudadanía con la consiguiente desafección hacia la política, que se plasma en unas cifras cada vez mayores de la abstención en los distintos procesos electorales. No me parece esta la solución, como tampoco le parecía a Azaña: “Proclamada la soberanía de la nación, dentro de ella estamos y de ella participamos todos, sin que ningún poder se alce para disputarla. Pero esa soberanía que reside en nosotros, que está a la merced del mayor número, es necesario ejercerla: cuando se abandona en medio de la calle el primer truhán que pase la recogerá y se adornará con ella…”

Quiero finalizar con una cita muy adecuada para el tema de estas líneas, del Conde de Romanones, al que criticó duramente nuestro Azaña: “La característica de los genios es la de ser contemporáneos de todas las edades”.

Cándido Marquesán Millán

ENSEÑANZAS DE UN DISCURSO CENTENARIO
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