viernes. 29.03.2024

El fin del campo en Lanzarote

Es de obligación sonar trágico en el título, porque se trata de una verdadera tragedia. El campo en Lanzarote, la agricultura y la ganadería, van camino a desaparecer en breve. Sé que suena extraño y poco creíble, pero créanme que es real. Y la paradoja es que este sector sigue generando dinero y beneficios, a todos menos a los agricultores y ganaderos.

La propaganda política y oficial de la potenciación del campo en la isla es continua, al menos en las últimas dos décadas, enarbolando mensajes de optimismo y muy bonitos de cara a la galería. Ayudas económicas, apoyo de personal, proyectos para “salvar” el paisaje, promoción del sector en determinados ámbitos, y un no muy largo etcétera, no nos engañemos tampoco. Todo suena a música para los oídos, pero a la hora de la verdad la cosa cambia.

Emprender en general es difícil. Hacerlo en particular en Canarias, como no sea en turismo, es complicado. La pandemia ha significado un hito de reinicio no todo lo positivo que hubiéramos soñado, pero ha dejado algunos mensajes claros. La desaparición de muchas fuentes de empleo ha obligado a mucha gente a que se vea forzada a emprender para generar su sustento, y eso no es negativo, sino todo lo contrario. Lo que pasa es que ahora debemos aprender a emprender, y sobre todo a fracasar, que es lo que nadie nos cuenta cuándo nos asesora. De todas las posibilidades que hay en Lanzarote para emprender, si quitamos las vinculadas al turismo, las que quedan no son muchas. La isla de para lo que da, y aunque debería ser prioritario post pandemia diversificar la economía por si acaso no ocurra algún otro “parate" en el futuro, no hay mucha creatividad por parte de los gobiernos y las instituciones públicas. Los sectores más marginados, en Canarias en general y en Lanzarote más aún, son la industria y sobre todo el campo. De industria hablaremos en otra ocasión, pero del campo debemos hablar rápido, porque sino pronto hablaremos de cuando existía como un recuerdo del pasado.

Es curioso que en una isla como Lanzarote se le dé la espalda a un sector que supo salvar del hambre y la miseria a la población en el pasado, e incluso generar cierta riqueza, y no hace mucho de esto, apenas 50 o 60 años. Una isla con todos los contratiempos posibles para el desarrollo de actividades agrícolas y ganaderas, pero que fue vencida por la tenacidad y la creatividad de sus ciudadanos y que supo presumir de cultivos y de ganadería de calidad. De pronto irrumpió el turismo con sus millones, y el campo “ya no hizo falta” como antes. Lanzarote es una isla paradisíaca, única por su fisonomía y paisaje, con un clima privilegiado y una belleza exótica. El turismo, tal vez, era inevitable, pero eso no quita que se debiera abandonar aquello que fue bandera en la economía de la isla. Nos guste o no debemos aceptar que ocurrió, el campo se fue abandonando poco a poco, y con este abandono se fueron perdiendo tradiciones y costumbres, ahora rescatadas por las anécdotas que cuentan los mayores y algún que otro libro con fotos en blanco y negro.

Como en otras muchas cosas de la humanidad, hay gente que resiste a estos cambios paradigmáticos y sostiene desde la ilusión y la nostalgia tradiciones como la del campo en estas tierras. Pero cuidado, no nos equivoquemos con pensar que el campo es folklore conejero, y que nos debe dar ternura ver como aún hay gente que hinca la espalda en las desoladas tierras isla adentro. El campo es una pata vital de cualquier sociedad. Aporta decenas de beneficios que trascienden lo económico, y generan una gran fuente de empleo y futuro. Origen primario de alimentos, materias primas naturales para exportar, paisaje, dinamismo y sostenibilidad. ¡Cuánto nos gusta esta palabra! Son palabras que venden bien, marketing en estado puro que nos viste de un “verde” incuestionable. Pero si pedimos que nos rindan cuentas de dónde podemos ver reflejada esta sostenibilidad que tan bien se vende, será difícil apuntar con el dedo a algún lugar que con seguridad refleje todo lo que se dice, y lo poco que se hace.

Estamos ante una emergencia grande, en una isla que aún conserva su título de “Reserva de la Biosfera”, porque el campo va camino a acabarse. Sé que suena duro, pero es así. La gente que aún participa en el campo lo hace por tozuda, por sentimental, por vieja y porque se niega a dejar de hacer lo único que sabe. No porque se la apoye como corresponde desde las instituciones, ni porque se los valore desde la importancia que tiene en varios sentidos, ni por el empleo que generan (y el que podrían generar…), ni por las ganas que aún les queda. Entre el “discurso”, los “proyectos”, las “ayudas” y los “técnicos” que se disponen a este sector, y el sector en sí mismo hay un océano de por medio. No hay coordinación de instituciones, no existe un asesoramiento sensato, no hay una coherencia entre lo que queremos “promocionar” y lo que después se permite desde los Ayuntamientos hacer. Perdonen ustedes por las comillas, pero es que no queda otra que entrecomillarlo todo, por lo relativo que es.

Hace falta sentarse a reflexionar en serio, dejando los partidos políticos y las administraciones de gobierno pasadas, presentes y futuras de lado, y generar un plan para meter al campo en la UCI, y salvarlo. El campo es indefectiblemente parte del futuro. Desmarcarse de las actividades vinculadas al turismo de forma directa, pero interactuando indirectamente con este sector aportando: productos km 0, paisaje, opciones de visitas turísticas originales, materias primas de excelente calidad, I+D+i, energías renovables, sostenibilidad real, recuperación del paisaje, empleo y riqueza. Todo esto es posible, pero no como se viene haciendo en los últimos años. Señores, deben sentarse con la gente del campo, escucharla y aportar soluciones reales para que este sector se aleje del fin, creando un nuevo principio de una etapa próspera e ilusionante que aporte opciones de futuro para las próximas generaciones.

Desde mi humilde experiencia, y mi absurda ilusión, creo que es posible. Sólo falta aunar los esfuerzos, ser coherentes con las ayudas, trazar un plan que se coordine con los Ayuntamientos, diversificar el sector y construir un paisaje interior digno de lucirse. En definitiva, tomarse en serio el riesgo que corre hoy por hoy la isla de quedarse sin un sector que supo sostenerla, evitar el hambre de su gente y generar ilusión cuando la pobreza era la palabra de moda en aquellos años.

El fin del campo en Lanzarote
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