viernes. 08.08.2025

Las alucinaciones de la IA, una verdad sesgada

Vivimos una revolución silenciosa. Sin apenas darnos cuenta, la inteligencia artificial (IA) ha irrumpido en cada rincón de nuestra vida cotidiana: en nuestros teléfonos, en nuestros coches, en nuestras casas, en nuestras herramientas de trabajo. Esta presencia, que en muchos casos se ha integrado sin resistencia ni reflexión, está cambiando profundamente la manera en la que interactuamos con la información, tomamos decisiones y trabajamos. Pero este avance está cargado de peligros si se utiliza sin supervisión o pensamiento crítico. La promesa de la automatización ha sido liberar al ser humano de tareas repetitivas y optimizar su tiempo. Sin embargo, en la práctica, estamos viendo una sustitución directa de funciones y una dependencia creciente de sistemas automáticos para tareas que requieren juicio humano. Esto no sería preocupante si los modelos de IA fueran infalibles, pero no lo son. Y aquí empieza el problema.

Uno de los mayores peligros de la IA generativa es su tendencia a generar "alucinaciones": informaciones falsas presentadas como verdaderas con un tono convincente. Estos modelos están diseñados para ser coherentes, no necesariamente veraces. Buscan complacer al usuario y si para ello tienen que inventarse un dato, una cita o una fuente, lo harán. En contextos profesionales, esto puede ser devastador. Pensemos en un despacho de abogados que usa IA para redactar documentos legales. Si el modelo alucina y cita una jurisprudencia que no existe, y el abogado no verifica esa información, las consecuencias pueden ser graves. Lo mismo puede ocurrir en entornos médicos, financieros o periodísticos. La excesiva confianza en estas herramientas puede llevarnos a decisiones erróneas de gran impacto.

Los modelos de IA aprenden a partir de datos humanos y por tanto heredan nuestras imperfecciones: racismo, sexismo, prejuicios culturales. Si no se toman medidas explícitas para corregirlos, estos sesgos se replican y amplifican. En procesos de selección de personal, por ejemplo, una IA mal entrenada puede favorecer ciertos perfiles sobre otros. En diagnósticos médicos, puede subestimar enfermedades frecuentes en mujeres o en determinadas etnias. Lo inquietante es que esta invasión ha sido aceptada con sorprendente naturalidad. No ha habido grandes debates sociales ni legislativos. Las funciones de IA se integran en nuestras vidas sin que nos detengamos a pensar en las consecuencias. Esta aceptación pasiva está creando una generación de usuarios que delegan en la IA no solo tareas, sino también el pensamiento crítico. “Si lo dice la IA, debe ser verdad”, parece haberse convertido casi en un mantra. 

La clave está en el equilibrio. Debemos utilizar la IA como una herramienta poderosa, pero siempre bajo nuestra supervisión. Verificar la información que genera, conocer sus límites, usarla como complemento y no como sustituto del juicio humano, fomentar el pensamiento crítico y exigir transparencia son pasos fundamentales para un uso responsable. La gran reflexión es clara: la IA puede mentirnos, pero solo si se lo permitimos. La responsabilidad de revisar, contrastar y corregir no puede delegarse. Especialmente en sectores como el derecho, la medicina o la educación, donde las consecuencias de un error pueden ser irreparables. Supervisar es proteger. Validar es responsabilizarse. Y cuestionar es, hoy más que nunca, un acto de inteligencia.

La IA ha llegado para quedarse. No se trata de detener su avance, sino de acompañarlo con criterio, regulación y supervisión. Debemos reaprender a convivir con la tecnología desde una posición activa. La IA no es infalible ni objetiva. Por eso, sigue siendo imprescindible la mirada humana. La tecnología puede facilitarnos la vida, pero solo si nosotros seguimos al mando.

Las alucinaciones de la IA, una verdad sesgada
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