viernes. 06.06.2025

A Isabel Díaz Ayuso le gustan los perros y los gatos

 

La actuación política de Isabel Díaz Ayuso (IDA) está motivada por el afán de alcanzar titulares mediáticos. La gran mayoría de los medios le prestan una atención excesiva, cosa que no acontece con otros presidentes o presidentas autonómicos. Para ello, se sirve de todo tipo de mensajes, sin importarle lo truculentos e hiperbólicos que sean. Y así se habla de ella. Este pasado fin de semana ha obsequiado a muchos madrileños con estas palabras llenas de mesura: “Pues sí, nos gustan. Sí que somos callejeros. Somos de Madrid, nos gustan las terrazas, la alegría, la cervecilla, el vino. ¿Qué pasa? La ministra de Sanidad, que persigue los bollos, pero que es incapaz de poner médicos en España entera, esta semana volvía a la carga con sus obsesiones con Madrid. Pues a la ministra le gusta los porros, a mí la fruta. A cada uno le va lo suyo”.  Se califican por sí mismas. Pero, tienen una explicación semejantes declaraciones.

Ya es conocido el gusto de IDA por la fruta. ¡Qué obsesión por la fruta! Lo que ignoraba es que también lo siente hacia los animales, especialmente los perros y los gatos. Trataré de explicarlo.  Una anécdota muy famosa es la de la cola del perro de Alcibiades (450-404 a.C.). Un tipo peculiar. Fue estratega de Atenas, tan impertinente y frívolo como desleal. Traicionó a Atenas, a Esparta y a los persas. Regresó a Atenas aprovechándose de las tensiones internas de la ciudad, y tras una aventura naval en Sicilia, favoreció la guerra civil. Acabó asesinado por los persas. El historiador Plutarco cuenta muchas anécdotas de su vida. Era guapísimo, inteligente, deslumbrante y, a la vez, voluble, arrogante, displicente. Es paradójico que su maestro fuera Sócrates, amante de la verdad y tan leal a Atenas. El joven Alcibíades tenía un perro precioso con una cola muy llamativa, que había comprado por un precio exorbitante. Un día cortó la cola al perro y se paseó por Atenas con el animal mutilado. Toda la ciudad empezó a conjeturar, opinar, condenar e indignarse. Alcibíades, tranquilo y risueño, le dijo a un amigo que, mientras los atenienses se preocuparan por la cola del perro, no se fijarían en su mal gobierno. 

 Hablemos ahora del gato muerto encima de la mesa. Es una táctica política, no hay que ser muy aprensivos, el gato no está literalmente muerto, ni ha sido realmente tirado sobre la mesa. Se trata de un gato metafórico, no uno de verdad, y se refiere a realizar un comentario tan impactante y tan truculento que cambia todo el foco de atención, haciendo que la gente hable de otra cosa. Sirve para llamar la atención de los medios. En 2013, una figura sin escrúpulos de la política inglesa nos explicó a todos, de manera cruda y simple, cómo funcionaba su trabajo. Se trataba de Boris Johnson, el exprimer ministro de Reino Unido, quien entonces era alcalde de Londres. En una columna en The Telegraph, Johnson reveló el consejo que le dio el estratega político australiano Lynton Crosby, artífice de su campaña a la Alcaldía de la capital inglesa, para ganar en las elecciones de 2008 y de 2012. “Supongamos que estás perdiendo una discusión. Los hechos están abrumadoramente en tu contra, y cuanta más gente se concentre en la realidad, peor será para ti. La mejor apuesta es realizar una maniobra: «Arrojar un gato muerto sobre la mesa, amigo», escribió Johnson. Y se hablará del gato muerto.

IDA,  cuando se ve acosada con  problemas graves, el caso de su pareja o la investigación a altos cargos de su administración por los protocolos de la vergüenza para ocultarlos, corta tantas colas de perro o lanza tantos gatos muertos sobre la mesa como sean necesarios y así se habla de lo que ella quiere. Tampoco nada nuevo bajo el sol.

Quiero terminar estas líneas apelando al daño producido  a la ética pública por los comportamientos de determinados políticos, como el que estamos comentando. Por ello recurro al extraordinario libro Ejemplaridad pública  de Javier Gomá, que no le vendría mal que lo leyera nuestra ínclita Isabel Díaz Ayuso. Toda vida humana es un ejemplo y, por ello, sobre ella recae un imperativo de ejemplaridad: obra de tal manera  que tu comportamiento sea imitable y generalizable en tu ámbito de influencia, generando en él un impacto civilizatorio.  Este imperativo es muy importante en la actividad política, ya que el ejemplo de sus dirigentes sirve, si es positivo para cohesionar la sociedad, y si es negativo para disgregarla y atomizarla. El espacio público está cimentado en la ejemplaridad. Podría decirse que la política es el arte de ejemplificar. Las instituciones públicas han sido conscientes o deberían serlo del efecto multiplicador para potenciar la convivencia de determinados modelos públicos. Los políticos, sus mismas personas y vidas, son, lo quieran o no, ejemplos de una gran influencia social. Sus actos no quedan reducidos al ámbito de su vida privada. Merced a los medios de comunicación de masas se propicia el conocimiento de sus modos de vida y, por ende, la trascendencia de su ejemplo, que puede servir de paradigma moral para los ciudadanos. Como señala Gomá “Los políticos dan el tono a la sociedad, crean pautas de comportamiento y suscitan hábitos colectivos”. Por ello, pesa sobre ellos un plus de responsabilidad. 

A Isabel Díaz Ayuso le gustan los perros y los gatos
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