miércoles. 08.10.2025

El capitalismo no produce armas para las guerras, sino guerras para las armas

El título de este artículo es una frase que dijo ya en los años ochenta el filósofo Günther Anders. Las guerras son, ante todo, mercados solventes para la producción armamentística. Así son los caprichos de eso que llamamos “la economía”.  Más inquietante aún es la tesis defendida por Naomi Klein en su libro La doctrina del shock, que defiende, tal y como reza su subtítulo, “El auge del capitalismo del desastre”, que la economía actual ya no funciona a sus anchas más que en condiciones de guerra o de grandes calamidades naturales. El capitalismo lleva las guerras en su seno, así como las nubes llevan la tormenta.  Tarde o temprano, el capitalismo conduce a las guerras. Es una de sus herramientas principales. Se podría argumentar que las genera cíclicamente porque es el mecanismo que tiene para hacer frente a las crisis económicas. Con este propósito la guerra tiene cierto grado de “racionalidad”: activa  el gran negocio de las armas, abre nuevos mercados, potencia los avances científicos, alimenta la innovación tecnológica y liquida los obstáculos al progreso. Muchos pacifistas pecamos de ingenuidad al considerar la guerra como una anormalidad patológica.  Si el final de la Gran Crisis de la década de 1930 coincidió con los preparativos de la Segunda Guerra Mundial y si, al final de su gobierno, el presidente de los Estados Unidos Dwight David Eisenhower denunció  la existencia  de un complejo militar industrial, es difícil resistirse a la tentación de asentir que la supervivencia del sistema capitalista depende de que de tanto en tanto haya guerras. 

En la medida en que la guerra sirve de fundamento y contenido a la lógica de acumulación del capitalismo, se siguen produciendo nuevas máquinas de guerra, y con ellas nuevos instrumentos, más letales y brutales, que amenazan la extinción de la humanidad entera. ¿Somos conscientes del peligro nuclear? Vivimos encima de un auténtico polvorín. Hoy, en el mundo, hay 13.440 cabezas nucleares (eran 69.940 antes del tratado sobre el desarme de 1987, en poder de nueve países: 6.375 en Rusia, 5.800 en Estados Unidos, 320 en China, 290 en Francia, 215 en Reino Unido, 160 en Pakistán, 150 en la India, 90 en Israel y 40 en Corea del Norte). Es un milagro que alguna de estas cabezas no haya caído en manos de un grupo terrorista, o que, en alguno de los estados que las poseen, no llegue al poder un loco.  Y en estos momentos dirigentes políticos locos abundan. No creo sea necesario mencionarlos. Tampoco debemos olvidar las armas convencionales. Como motivo de profunda reflexión deberíamos leer el libro de Günther Anders El piloto de Hiroshima. Más allá de los límites de la conciencia. que recoge la correspondencia mantenida del filósofo con Eatherly, el piloto que, tras recibir la orden, eligió el blanco -un puente, aunque se desvió un kilómetro y acabó impactando en plena ciudad- y comunicó el ’go ahead’ (adelante) al  avión bombardero ’Enola Gay’ para que lanzase la bomba sobre Hiroshima.

De nada han servido las palabras de .Giovanni Papini en 1951 en su Libro Negro: “No os dejéis embrollar por las largas eyaculaciones oratorias en las que se repite con sospechosa monotonía, la palabra "paz". Todos los gobiernos quieren la paz, todos los partidos aspiran a la paz, todos los generales y almirantes, sueñan únicamente con la paz. No os fiéis de esas charlatanerías hipócritas. Las oímos ya, casi iguales, en 1914 y 1938, y fueron el preludio de las guerras más horribles y duraderas que han perturbado al mundo. Cuando vuestros jefes políticos y militares hablan demasiado de la paz, se debe temblar de espanto. ¿Sabéis cómo nuestros presidentes y ministros  preparan la paz? Fabricando armas cada vez más abundantes y mortíferas, adiestrando cada vez más hombres, en el arte de suprimir a sus semejantes. Actúan como el que dijese que el modo más seguro para evitar los incendios es amontonar paja, estopa y petróleo en una fábrica de explosivos y de fuegos artificiales. Todos sabéis que cuando se colocan en conjunto o a poca distancia millones de armas, basta un fósforo, o sea: un malentendido, un pretexto, una chispa de locura, para provocar una conflagración mundial”.

Al inicio he señalado que el capitalismo  surgido en Occidente necesita las guerras. Por ello, me parece pertinente de  Michael Brenner, profesor de política internacional en la Universidad de Pittsburgh, el ensayo “El ajuste de cuentas de Occidente”.  Habla de  la derrota occidental en Ucrania y del genocidio en Palestina. “Lo primero es humillante, lo otro vergonzoso. Sin embargo, no sienten humillación ni vergüenza”. Esos sentimientos “les son ajenos” a las élites dominantes por su arrogancia y sus “inseguridades profundamente arraigadas”. De este sopor e indiferencia de las élites parece que la sociedad civil las está despertando, como observamos estos días con  las manifestaciones masivas en las calles contra el genocidio de Gaza.

El capitalismo no produce armas para las guerras, sino guerras para las armas
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