Conseguir objetivos cuesta, y especialmente cada vez más si son puramente cuantitativos como las tormentosas cuotas de ventas, por eso hay quienes afirman que insistir es todo un arte.
El arte propiamente dicho, la interpretación de la realidad o la puesta en común del imaginario de una creador (a) a través de recursos plásticos, lingüísticos o sonoros sigue costando muchísimo, ya no solo por el coste del producto artístico y el incalculable talento del autor u autores que en la inmensa mayoría de las ocasiones no cobran lo que merecen, sino por el consumo de los clientes, ese don mercado que atiende poco a sensibilidades o minorías.
Y para rematar, es evidente la ínfima atención que tienen las distintas expresiones creativas entre los medios informativos y las plataformas mediáticas, todos ellos y ellas muy cultos y cultas, y supuestamente conscientes de su responsabilidad social. El arte, el folklore, el patrimonio, la ciencia y la cultura en general aparecen, si es que lo hacen, en segundo plano porque “vende poco”. Tiene más magia la visibilidad de la tragedia.
La velocidad de la ignorancia es mucho más rápida que la inteligencia, me dice un amigo citando palabras del escritor, músico y actor argentino Alejandro Dolina. Es más fácil, y atrevido, hablar sobre lo que no se sabe que detenerse a examinar y llegar a concluir sobre lo que se investiga.
Y si insistir es un arte, los artistas que insisten son más que artistas. Lanzarse a publicar un libro, ofrecer ciclos de conciertos, atreverse con una obra de teatro o dedicarse a esculpir o pintar, sabiendo que posiblemente el resultado sea del interés de una minoría, es casi que de locos, pero lo agradecemos.
También es una realidad que al pueblo no hay que darle todo lo que pide, y a cambio, sí darle cosas que de pronto no las consume porque directamente no ha tenido la oportunidad de conocerlas, cultivarlas y disfrutarlas. Allí entra la responsabilidad y sensatez de las administraciones públicas, de promover e invertir mucho más en cultura y educación y no dejarse seducir estrictamente por lo que está de moda “porque es lo que quiere el pueblo”.
A veces hace falta más voluntad que dinero. La idea no siempre es atiborrar de espectáculos a los espectadores ni el hecho contrario de ofrecer un programa lánguido que apenas ilusione. Hay otros espacios que pueden explotarse paralelamente a los espectáculos como conciertos didácticos que nos ayuden a interpretar mejor la música, incentivar las visitas guiadas a las exposiciones de artes plásticas que nos ayuden a identificar las técnicas y los contenidos que desean transmitir los creadores, generar encuentros de debate con escritores, editores y críticos literarios que nos ayuden a elegir títulos que nos puedan interesar, adentrarnos en distintos géneros y así contribuir al fomento del hábito de leer.
Todas las actividades derivan en acrecentar el interés por la cultura, así que las instituciones, cualquiera que sea su nivel de gobierno, también deben impregnarse del arte de insistir e insistir y no claudicar. Ya no vale “hay” que hacer algo, más bien “tenemos” que hacer algo porque nos estamos jugando el futuro de la sociedad. Quedarse de brazos cruzados es dar el visto bueno a la imposición de una sociedad desinformada y con escasas herramientas para el libre pensamiento, la crítica y la reflexión. Hay iniciativas esperanzadoras, aunque todavía esperamos más. Seguro que se puede: el arte y la voluntad de insistir.