miércoles. 24.04.2024

Escribo estas líneas en los momentos previos al final de la jornada electoral del 20-D, en la que han depositado tantas esperanzas una parte importante de nuestra sociedad. Yo no las tengo, tal como he expresado en un artículo anterior Las elecciones del 20-D son un auténtico circo, ya que en este mundo global y dentro de la UE el margen de maniobra del gobierno próximo para llevar a cabo políticas de auténtica profundidad y novedosas para regenerar el organismo español es muy reducido. No obstante, admito que pueda estar equivocado, de lo que me agradaría en grado sumo. Gobierno que será de coalición, que es como mínimo igual de democrático que uno de mayoría absoluta.

Quiero fijarme en un hecho gravísimo ocurrido en las últimas fechas y que ha salido a la luz por la problemática sobre el futuro de la empresa Abengoa: la carencia de una auténtica democracia en tal empresa y el atropello a los derechos laborales, circunstancia extensible a otras muchas. Está realidad está ahí, aunque no se explicita lo suficiente. Ahí van algunos datos. Un trabajador de Abengoa, desde el anonimato para evitar posibles represalias, comenta que “No nos cuentan nada. Y lo poco conocemos a través de los medios de comunicación”. Y este hecho se explica por la implantación en la multinacional sevillana de una política de relaciones laborales inconcebible en un sistema democrático y que nos retrotrae a las de tiempos de la dictadura, tolerada por los mismos trabajadores, que ha propiciado el que los más de dos mil empleados no tengan representación sindical, de lo que ahora se lamentan. Los pocos trabajadores que tuvieron la osadía de criticar tal situación fueron despedidos fulminantemente. Obviamente, aquí la solidaridad de los trabajadores es inexistente. Circunstancia que ha sembrado por doquier este régimen neoliberal, en el que prevalece el sálvese quien pueda, y el trabajador que está en la mesa de enfrente no es compañero es un enemigo. La precarización laboral ha convertido la vida real en un campo minado, donde todos son rivales.

Prosigamos describiendo más pormenores, a cada cual más lamentable. Los trabajadores están ahora además de preocupados por su futuro, indignados por las vergonzosas e increíbles indemnizaciones millonarias que se han autoadjudicado los altos directivos, como premio por llevar a la empresa a la quiebra. Alucinante. El expresidente de Abengoa Felipe Benjumea recibió una indemnización por su salida de la compañía de 11,48 millones de euros, según la documentación remitida por el grupo a la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV). El anterior consejero delegado, Manuel Sánchez Ortega, que dejó el puesto en mayo siendo sustituido, ha percibido 4,48 millones. La titular del Juzgado Central del Instrucción número 3 de la Audiencia Nacional, Carmen Lamela, ha admitido a trámite la querella presentada por los bonistas de la energética por un presunto delito de administración desleal contra el expresidente y contra el exconsejero delegado y les ha dado a ambos un plazo de 24 horas para abonar fianzas por valor de los 15,9 millones de euros que cobraron de indemnización.

Sigamos con la descripción de las tropelías. Eran frecuentes en la empresa los viajes de los directivos a Estados Unidos, Sudáfrica, Australia, Brasil…para reuniones que podían realizarse a través de procedimientos tecnológicos, como videoconferencias. Seguro que se hospedaban en fondas y comían el menú. Ustedes mismos, podrán imaginar cómo funcionarían las tarjetas de la empresa en salas de fiestas, restaurantes de lujo, etc. Las jornadas de formación con empleados de otros países, invitados a estancias de una semana en Sevilla con todos los gastos pagados, que según informantes anónimos, no servían para nada, al no haber traductores. O las contrataciones de amigos, familiares y conocidos para ocupar puestos importantes, sin el nivel adecuado de cualificación, y con remuneraciones cuantiosas. Otra práctica generalizada en la gran empresa.

El incumplimiento de los horarios era lo normal y obligado, de ahí que el trabajo de diez o doce horas, en lugar de las ocho por contrato. Sobre este tema más adelante expongo una entrevista. Y si no entrabas en esta dinámica además de mal visto, el despido. En cuanto a los becarios o los contratados temporales más de lo mismo. Además tenían la obligación de almorzar en la empresa. “Si un día no picabas en el comedor, al día siguiente tu jefe te requería a exponer los motivos”. Hubo una revuelta de los tápers, los trabajadores que decidieron llevarse el almuerzo en estos recipientes fueron despedidos en su mayoría. La empresa se vanagloriaba del grado de satisfacción de los trabajadores con la empresa por medio de una encuesta, ya que era un 8 sobre 10. No obstante, empleados en el anonimato, señalan que si manifestabas algún tipo de descontento, ipso facto te argumentaban que eran libres de marcharte. Responsables sindicales señalan que gran parte de la plantilla son jóvenes procedentes de la Universidad de Loyola, sita en Sevilla, propiedad del grupo, que han asumido aquello de todo para la empresa, y entre ello la flexibilidad horaria.

Según Carmen del Toro en andalucíainformación.es de 14-7-2014 relata lo siguiente: “Las denuncias sobre las condiciones laborales que sufren los trabajadores de Abengoa proceden del interior (su plantilla) y también del exterior (los sindicatos), pero tienen rostro y afectados con nombres y apellidos que hasta han llevado su caso ante los tribunales. Uno de estos es el de Antonio M. S. S, un licenciado en Ciencias del Medio Ambiente que fue despedido “por salir a mi hora” y al que no le reconocieron su antigüedad a pesar de estar cinco años y dos meses en la empresa con un contrato por obras y servicios que nunca se hizo indefinido. El relato de Antonio es el de la indignación pero también el de la liberación tras la experiencia vivida. “Como todos -dice- entré contento, con condiciones buenas y, como todo el mundo, echaba horas extras porque había trabajo. Pero ahora no hay y no te pueden exigir que eche más horas cuando no hay trabajo”. El ambiente empezó a enrarecerse con la historia del restaurante y la rebelión del ‘táper’, cuando comenzó a hacerse más que evidente el control obsesivo sobre los trabajadores. Había despidos pero cuando comenzaron los controles personales, cuando “aconsejaban” que salieran más tarde del horario establecido y empezaron las llamadas del departamento de Recursos Humanos amenazando con los despidos, la cosa empeoró. El caso de Antonio también es el de la “movilidad”: trabajaba en Inabensa, en el departamento de I+D. Pasó por el centro de la Buhaira, por Palmas Altas y terminó en el de Torrecuéllar (Carretera de la Esclusa). Cinco años y dos meses en los que ha estado siempre vinculado al mismo proyecto, aunque nunca le hicieron indefinido a pesar de que es obligado hacerlo a los tres años y la ley lo impide si transcurren más de cuatro. Cinco años y dos meses en los que ha tenido que desplazarse al extranjero, aunque por periodos breves de un par de semanas, reconoce, recordando casos de compañeros a los que han mandado a Dubai o a la India sin posibilidad de decir no, porque el despido estaba detrás de la negativa. “Estaba molesto”, reconoce, por la imposición de las horas extra y decidió cumplir con su horario, algo que no gustó a sus superiores, y comenzaron las presiones. “Nunca habían puesto pegas a mi trabajo, de hecho no las pusieron, sólo me dijeron que ya no encajaba en el perfil, ni siquiera alegaron pérdidas” y un día de diciembre del pasado año, a las seis y media de la tarde, lo llamaron al despacho y lo despidieron dándole 8 días por año trabajado, a pesar del quinquenio que llevaba dedicando a la empresa. “Y a mí por lo menos no me vino el guardia a acompañarme y llevarme a la puerta”, dice con triste ironía recordando lo que sí ocurre siempre en Palmas Altas.

Sin embargo, lo que más le dolió fue que “nadie” de Abengoa se dignase a acudir al acto de conciliación. Ahora, espera juicio para finales de año y reconoce que lo más probable es que “lleguen con un cheque con el dinero que has pedido como hacen siempre”, porque la empresa no quiere ni juicios ni sentencias en su contra.

Antonio describe el mal ambiente laboral en el seno de la empresa. Los “de chaqueta” ni siquiera dan los buenos días y presionan de tal manera a la plantilla que hasta se ha encontrado a compañeros llorando en los servicios, sin poder darse de baja por depresión, soportando claros casos de mobing, “porque el día que te reincorporas, te despiden”. No sólo ocurre con los contratados, sino también con los becarios, que salen todos a las 19,30 o a las 20,00, a los que en Palmas Altas los llaman “de usar y tirar”. La primera evaluación, relata, es a los seis meses y todo son buenas palabras, los renuevan a todos, pero al año “los largan”. La “tasa de reposición por becarios”, dice, es nula, aunque reconoce que en sus primeros años en Inabensa sí que se contrataron a unos 40. Ahora, reitera, ninguno y les hacen trabajar como si estuvieran con contrato.

A la plantilla no sólo le obligan a echar horas “aunque estés mirando la lámpara” sino que viven en un constante “Gran Hermano” y no sólo por el hecho de tener que estar usando casi para todo la tarjeta. “Hay cámaras por todos lados y no he visto ningún cartel que lo indique”, recuerda, confirmando además no sólo que existe ese software de control en los ordenadores del que no se ha informado a la plantilla, sino que cuando pasan quince minutos sin utilizar el ordenador “te salta una ventanita y tienes que justificar qué has estado haciendo”.

La obsesión por ese control llegó incluso en Inabensa a que uno de los directivos implantase un sistema que “obligaba a los compañeros a espiarse unos a otros”, permitiendo controlar el trabajo que realizaban para después informar al jefe.

Para Antonio, este deterioro del ambiente laboral es una de las principales causas por las que se ha vivido una auténtica “espantá” en Abengoa, ya que la presión sobre la plantilla deja la sensación de que “no te miran por tu trabajo”, a lo que acompañan detalles como el hecho de que a los “repatriados”, aquellos que se encuentran en el exterior desplazados realizando algún proyecto, les rebajen las dietas a la mitad y en lugar de comunicarlo el jefe del proyecto o el departamento de recursos humanos sea el de marketing el que te escribe el correo electrónico.

Este periódico continúa esperando que Abengoa se digne a ofrecer su versión ante estas denuncias, sin que haya recibido contestación alguna a los numerosos requerimientos de información realizados. Antonio asegura que todos se quejan en Abengoa pero callan por miedo, porque es una empresa importante y si te despiden, está la idea de que nadie te va a contratar, a pesar de que si protestaran los 20.000, tendrían suficiente fuerza: “Yo quiero -dice- estar trabajando pero que merezca la pena, con dignidad, lo primero soy yo y mi salud”.

Todo lo expuesto es paradigmático de lo que ocurre en muchas grandes empresas españolas. Y desde los poderes públicos se debería intervenir para evitar estas situaciones, en las que no se respetan los derechos laborales, que están reflejados en nuestra Carta Magna, esa que tanto dicen defender nuestros actuales gobernantes. Aquí tienen una tarea urgente e ingente. Mas, inmiscuirse en el mundo de la gran empresa esto son palabras mayores.

Quiero terminar con un documento desolador, que a cualquier trabajador con un mínimo de dignidad le tendría que de servir de motivo para una profunda reflexión. Ahí va:

Texto leído en la sesión magistral de clausura de la VI Conferencia Latinoamericana y Caribeña de Ciencias Sociales, llevada a cabo del 6 al 9 de noviembre de 2012 en la Ciudad de México. Para recordar al recientemente fallecido escritor, Eduardo Galeano muy comprometido con las buenas causas de todos los pueblos del mundo. Y para celebrar el próximo Primero de Mayo, día internacional de los trabajadores..

“No se asusten, empezaré diciendo “seré breve”, pero esta vez es verdad. Y es verdad porque yo estoy empeñado en una inútil campaña contra la “inflación palabraria” en América Latina, que yo creo que es más jodida, más peligrosa que la inflación monetaria, pero se cultiva con más frecuencia. Y porque además lo que voy a hacer es leer para ustedes un mosaico de textos breves previamente publicados en revistas, periódicos, libros. Pero no reunidos como ahora en una sola ocasión, reunidos en torno a una pregunta que me ocupa y me preocupa como –estoy seguro– a todos ustedes, que es la pregunta siguiente: ¿los derechos de los trabajadores son ahora un tema para arqueólogos? ¿Sólo para arqueólogos? ¿Una memoria perdida de tiempos idos? Este en un mosaico armado con textos diversos que se refieren todos –sin querer queriendo, yendo y viniendo entre el pasado y el presente– a esta pregunta más que nunca actualizada: ¿Los derechos de los trabajadores” es un tema para arqueólogos? Más que nunca actualizada en estos tiempos de crisis, en los que más que nunca los derechos están siendo despedazados por el huracán feroz que se lleva todo por delante, que castiga el trabajo y en cambio recompensa la especulación, y está arrojando al tacho de la basura más de dos siglos de conquistas obreras”.

Sólo me dijeron que ya no encajaba en el perfil
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