miércoles. 27.03.2024

Por Cándido Marquesán Millán

En esta época veraniega de pocas noticias se ha convertido en un gran acontecimiento mediático la celebración de primarias en el partido socialista madrileño (PSM) para elegir el candidato, que se ha de enfrentar a la divina e incombustible Esperanza Aguirre a la presidencia de la Comunidad de Madrid.

Que un partido político decida celebrar unas primarias entra en la más estricta normalidad democrática, por lo que no debería ser noticia tal evento. Lo que si resulta novedoso es que un secretario regional, el del PSM, haya plantado cara a todo un presidente del Gobierno, haciendo caso omiso a sus recomendaciones para que se retirase y dejase paso a toda una ministra de Sanidad, Trinidad Jiménez.

El acontecimiento actual cabe relacionarlo con los malos resultados electorales de los socialistas desde hace 15 años, cuando perdieron el poder autonómico; y desde hace 20 años el del Ayuntamiento de Madrid.; por lo que esta comunidad como la valenciana y la murciana son sus auténticos agujeros negros, y que no saben cómo cambiar la situación. Sería muy largo y prolijo, lo que no cabe en estas breves líneas, el exponer las causas de la derechización de la sociedad madrileña, incluso en lugares que siempre se habían caracterizado por ser de izquierdas; todavía más difícil de entender si tenemos en cuenta los gravísimos problemas que la aquejan: enormes deficiencias en la educación y la sanidad públicas, falta de voluntad política para la puesta en marcha de la Ley de Dependencia, el incremento de los parados y como guinda los casos numerosísimos de corrupción que afectan a numerosos cargos municipales, autonómicos, y nacionales populares. Y todo esto no tiene un contundente reflejo en las encuestas. Realmente parece incomprensible. Mas es lo que hay.

Por ello, parece lógico, aunque no ético, que desde la ejecutiva federal del PSOE traten de imponer a personas con el mayor arrastre mediático como candidatas a puestos tan relevantes, como Trinidad Jiménez para la Comunidad de Madrid y a Jaime Lissavetzky para el Ayuntamiento de Madrid. Como también es lógico y además ético que desde la ejecutiva y los militantes del PSM no acepten tal imposición. Todavía más si tenemos en cuenta que actuaciones semejantes, como es el aterrizaje de estos auténticos paracaidistas-auténticos mirlos blancos-, han supuesto un fracaso absoluto en procesos electorales anteriores, y que tras la derrota han abandonado el barco y el timón lo ha tenido que tomar el dirigente regional de turno. Todo un paradigma de esta circunstancia es lo ocurrido en el Ayuntamiento de Madrid. Desde que Barranco perdió en 1991 y 1995 las elecciones ningún candidato que ha encabezado la lista socialista terminó su mandato. Fernando Morán tras las elecciones de 1999 estuvo poco más de un año. Trinidad Jiménez, después de las elecciones de 2003, 3 años, para pasar a desempeñar la secretaría de Estado de Iberoamérica. Y en 2007, Miguel Sebastián, impuesto por Zapatero 6 meses antes de las elecciones, ni recogió su acta de concejal y en el 2008 fue premiado como ministro de Industria, Comercio y Turismo. En nuestra querida Zaragoza sufrimos un caso semejante, como fue el abandonar el puesto de alcaldesa para pasar a desempeñar la presidencia del Congreso de los Diputados.

A nivel autonómico desde 1995, cuando Joaquín Leguina perdió, todos han fracasado desde Cristina Almeida, que en 1999 fue cabeza de lista de la coalición PSOE-Progresistas, Simancas-en las primeras elecciones de 2003 fue desbancado por el tamayazo; al repetirse fue derrotado, así como en el 2007.

La actuación actual de Tomás Gómez es todo un ejemplo de dignidad y de ética, y que debería darse con más frecuencia en otros dirigentes políticos. Ha dado muestras de ser un político con principios al negarse a ser un objeto de usar y tirar, algo muy frecuente en los partidos políticos. No podía ni debía dejar abandonados a todos aquellos socialistas madrileños que habían depositado su confianza en él. Además ha llevado a cabo una labor encomiable de pacificación en el siempre convulso PSM, a donde llegó con el respaldo del 90% de la militancia.

Por otra parte, la celebración de unas primarias es todo un ejercicio de prácticas democráticas, que debería estar más generalizadas a la hora de elegir a los diferentes candidatos para las elecciones municipales, autonómicas o nacionales.

Es mucho más democrático que tengan la posibilidad de elegir a su candidato los 17.809 militantes del PSM, a que venga impuesto desde arriba por un dedo. Tengo la impresión de que desde las cúpulas de las ejecutivas en los diferentes partidos políticos sólo les interesan los militantes para llenar los polideportivos cuando llegan las campañas electorales; y que no les agradan las primarias, ya que están muy acostumbrados a imponer los diferentes candidatos, lo cual es una fuente de poder. La democracia emana de abajo arriba, y no a la inversa. Unas primarias significan un pequeño conato de democratización en nuestros partidos políticos, tarea pendiente desde la Transición. Pero sólo un pequeño intento, hay que profundizar mucho más: listas abiertas, circunscripciones más pequeñas, control directo del diputado por los electores, limitación de los mandatos, una revisión articulada, general y profunda del funcionamiento interno de los partidos políticos… Con la generalización y extensión de prácticas como éstas, comenzaría a atenuarse la desconfianza tan generalizada que existe en la ciudadanía hacia la política.

En conclusión, sean bienvenidas estas primarias, por que en definitiva es más democracia. Y nadie que se sienta demócrata, debe tener miedo a ellas.

Las Primarias, más democracia
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