lunes. 29.12.2025

Por J. Lavín Alonso

El cineasta Woody Allen dijo en cierta ocasión: “Me preocupa el futuro; al fin y al cabo, voy a pasar el resto de mi vida en el”. Yo también me hago partícipe de dicha preocupación, máxime teniendo en cuenta el mundo en que vivimos, quienes lo gobiernan y sus carencias, tras todo lo cual se encuentran lo que podríamos llamar “verdades incómodas”, producto de sus tejemanejes en los diversos campos de sus competencias. Es una perspectiva francamente preocupante, y lo que es peor, sin el menor atisbo de mejoría, al menos en un grado aceptable y dentro de un margen de tiempo razonable.

Las verdades incómodas a las que me refiero, haberlas, háylas, pero la mayoría de ellas permanecen ocultas tras las espesas cortinas de humo que se encargas de generar aquellos a quienes incomodan y que son los responsables directos de su existencia. Su origen está, mayormente, en los entresijos de los poderes político y económico; entre los bastidores de instituciones públicas o privadas y, de preferencia, en las cloacas del estado.

Pero, como decía Marx - Carlos, no Groucho -la verdad es testaruda; nadie escapa a ella por mas trapisondas que se urdan para camuflarla. Tampoco es menos cierto que nadie gobierna enteramente libre de culpabilidad. Así ha sido desde que el primer homínido adoptó la postura erguida para deambular, y así será mientras sus descendientes permanezcan sobre la superficie de este planeta.

Cierto es que a veces la esquiva Fortuna baja un poco la guardia y alguna de estas verdades incomodas - denominación que no es otra cosa que un eufemismo para el escándalo y sus circunstancias conexas - logra superar la espesa capa de secretismo que la envuelve y sale a la luz, para inmediatamente verse asaltada, vapuleada y descalificada o desacreditada por aquellos a quienes señala su dedo acusador, quienes no cejan en sus esfuerzos abyectos hasta conseguir acabar con ella o dejarla tan malparada que acabaría por perder significado e, incluso, desvanecerse... por el momento.

Así ha venido ocurriendo abiertamente en los grandes totalitarismos del siglo XX y XXI, y con más hipocresía y meros virulencia en las democracias actuales. La profusión, calidad y potencia de los actuales medios de masas permiten, afortunadamente, que, trátese de democracias, dictaduras o una mixtura de ambas, sus verdades incomodas, al igual que la mierda, acaben saliendo a flote, lo cual no garantiza, desafortunadamente, que sus causantes tengan que responder ante la Ley o que sus entuertos sean desfacidos con presteza. La inercia del lado oscuro de la fuerza es enorme y las tragaderas del la masa tan amplias como escasa su memoria. Y así, entre unos y otros, nos va luciendo el pelo.

Verdades incómodas
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