Por J. Lavín Alonso
Al contrario de lo que algunos piensan, personalmente creo que las lenguas, cualesquiera sean, no son propiedad ni atributo de nadie en concreto y si de todos a las vez. Las lenguas pertenecen a las personas que las hablan – otra cosa son las reglas de su correcto uso – ora como lenguas maternas o bajo la forma de conocimientos adquiridos, siendo en este último caso conocimientos que contribuyen a enriquecer enormemente a las personas que acceden a ellos.
La condición de políglota abre a la persona el acceso a todo un universo de nuevas ideas y conocimientos; o tal vez a antiguas sabidurías comunes, pero expresadas de otra manera. La lengua es la forma de expresión y comunicación por excelencia. Según un viejo aforismo, una imagen vales más que mil palabras. En algunos aspectos o circunstancias puede que así sea, pero no logro imaginar que clase de imagen, por extensa y prolija que sea, puede condensar y darnos a conocer de un vistazo – o de muchos – toda la variedad de situaciones y lugares, la belleza o la complejidad del alma humana, condensadas en textos inmortales como los surgidos de la pluma de Cervantes, Shakespeare o Dante, por citar solo a tres gigantes de la literatura universal.
Aquel dictador que nos cupo en desgracia durante demasiados lustros, de entre las muchas disposiciones que dictó, una fue la prohibición del uso de otra lengua que no fuese el castellano. “Habla la lengua del Imperio” era la consigna mostrenca en aquellos años de grisalla, impuesta a machamartillo, y con ella flaco favor le hizo a la lengua común que tanto parecía gustar. Aquellos polvos trajeron estos lodos y así podemos ver como algunos están emulando al dictador al tratar de imponer, a golpe de multa, en sus cotarritos aquello mismo de lo que se quejaron amargamente durante la oprobiosa. Si lo de entonces fue un error mostrenco, al fin y al cabo, se trataba de una dictadura, lo de ahora también lo es, y mas aun si cabe, por estar en una democracia ¿O deberíamos pensar que para estos nazionalistas se trata solo de su particular y culera visión de las misma?
Un alto cargo de la Dirección General del Libro afirmó, hace ya tiempo, que la inteligencia es lingüística y que solo con el lenguaje podemos dirigir nuestra conducta. Será por eso que todas las dictaduras – o sus epígonos de última hora - prohíben o fiscalizan la lectura, porque lenguaje es poder, y tratan de tergiversarlo y adaptarlo a sus ruines propósitos. Queda bien claro, a mi modesto entender, que el lenguaje es la herramienta primordial de la convivencia, cuyos problemas, en gran parte, surgen precisamente de la incomunicación. Un libro interesante, que ilustra plenamente la manipulación del lenguaje, es “La Lengua del Tercer Imperio”, del filólogo judeo-alemán Victor Klemperer, quien vivió en el infierno nazi. No obstante, si inaceptable es todo lo anteriormente expuesto, situarse en los antípodas de estas posturas resulta ridículo, aparte de neciamente dispendioso. Y me refiero concretamente al proyecto – que espero sinceramente no pase de ahí – de que en la Alta Cámara, cuyos miembros se expresan todos en español fluido, se pretenda la memez pajinesca de establecer un servicio de traducción simultanea a otras cuatro lenguas, de mero carácter local.La forma de actuar de algunos servilones del poder mal entendido hacen buena la frase de Saint-Just: nadie gobierna enteramente libre de culpabilidad.
