Por J. Lavín Alonso
O, tal vez, los prolegómenos de la Guerra Fría 2. Algunos analistas políticos apuntan esta posibilidad, que es de esperar no se materialice. En efecto, recuperada Rusia, gracias al sustancial incremento del precio del petróleo y el gas, de la debacle política y económica de 1991, sobre todo económica, que dio al traste con la URSS, resulta evidente que aspira por las bravas a su antiguo status de superpotencia geopolítica y militar. Esta es la tarea a la que parece haberse entregado con denuedo su primer ministro Putin, un ex oficial del KGB, calculador, frío, peligroso y taimado, verdadero hombre fuerte del Kremlin, teniendo como cobertura al presidente-florero Medvédev, puesto en el cargo por él.
Para lograr sus propósitos, Putín hace ya tiempo que ha iniciado una estrategia de matonismo puro y duro, aprendida en el ejercicio de sus anteriores funciones para el gobierno soviético, frente a una UE pusilánime y con escasa capacidad de respuesta y unos EE.UU que bastante tienen con vérselas con las papas calientes de Irak,Afganistán y no perder de vista al tal Ahmadineyad y sus peripecias con la energía nuclear para “usos pacíficos”.
Esta especie de revival nostálgico, este intento de recuperar lo que Rusia considera su esfera de influencia - antiguas repúblicas soviéticas y países integrantes del “Pacto de Varsovia” - comenzó con las acciones bélicas contra Chechenia, ante las que la corrección política occidental no dijo, como tiene que ser, ni esta boca es mía. Y es que el Cáucaso goza para Rusia, y también para la UE, de un particular interés geoestratégico y económico, en el que juegan un papel decisivo el petróleo y el gas de otra republica caucásica: Azerbaiján. Estos recursos energéticos se llevan hasta un puerto turco del Mediterráneo a través de conductos que cruzan la republica independiente de Georgia. Ahí puede que esté la explicación, o una de ellas, a la desproporcionada reacción militar de Putin y a la falta de cautela del presidente georgiano Saakashvili al intentar reprimir el movimiento secesionista de dos de sus regiones: Osetia del Sur y Abjasia, auspiciado por el gobierno ruso. Ese fue el pretexto para que Moscú entrara a sangre y fuego en los asuntos internos de un país soberano, arropado - al menos en la intención, que no en de hecho - por EE.UU. Y la UE. Rusia es un gigante en muchos aspectos y sigue siendo una potencia nuclear, y son estas las circunstancias que sus antagonistas deberán tener muy en cuenta a la hora de practicar una nueva edición, versión occidental, del “Gran Juego” que los Imperios Británico y Ruso practicaron en el siglo XIX sobre el tablero asiático. Dos no discuten si uno no quiere... pero esta vez parece que Rusia si quiere.
