Por María Puig Barrios
La actual situación económica, planificada, diseñada, aplicada y en
fase de implementación hasta sus últimas consecuencias (siempre y
cuando las y los trabajadores no los vayamos parando, organizados y
movilizados), evidencia que sigue existiendo una clase social muy
definida, muy consciente de lo que es, de lo que quiere y de lo que
hace: la que tiene el capital y los grandes medios de producción. Los
capitalistas.
Son una minoría y caben en una lista de poquísimas hojas, en la lista
de los hombres y mujeres más ricos del mundo y de los distintos
países. Tienen ideas centrales muy claras: quieren la limitación del
papel del Estado en la economía y la extensión de la iniciativa
privada a todas las áreas de la actividad económica, y quieren
incrementar sustanciosamente sus ya cuantiosos beneficios, reduciendo
los costes laborales.
Esas ideas significan, en la práctica, la privatización de los
servicios públicos, de manera a incrementar las oportunidades de
negocio y las ganancias de la minoría capitalista. Implica que el
capital no quiere pagar al Estado los impuestos que contribuyen al
reparto de la riqueza, de los bienes y servicios al conjunto de la
población. Quiere decir que el capital utiliza todos los medios,
legales o no, para evadir impuestos, y acumular millones de euros y de
dólares en los paraísos fiscales. Supone que, en lugar de invertir en
economía productiva, prefieren especular libremente con la deuda
pública para seguir lucrándose escandalosamente a cuenta del Estado
cuyas arcas llenan las y los trabajadores que pagan más el 80% de
los impuestos, mientras los especuladores las vacían. Esas ideas los
llevan a plantear el despido libre, la reserva de parados, los bajos
salarios, el trabajo basura, para incrementar aún más sus ganancias.
Para tener mano de obra aún más barata y aumentar sus ya cuantiosos
beneficios, hemos podido comprobar que los capitalistas occidentales
no dudan en deslocalizar sus fábricas, trasladándolas a otros países
menos desarrollados donde explotan de tal manera a las y los
trabajadores que hasta los centros de trabajo pueden derrumbarse
sobre sus cabezas, provocándoles la muerte.
Mientras el capitalismo globaliza la explotación, la especulación y la
acumulación de riquezas en pocas manos, ¿Qué queda del
internacionalismo de la clase trabajadora que el poeta comunista
Rafael Alberti le contaba a Julio Anguita: “Los obreros de Sevilla le
ganaban huelgas a los obreros de Hamburgo no descargando los barcos
que venían de Alemania”?
Ocurre que las y los trabajadores nos tragamos los cuentos
capitalistas sobre el fin de la lucha de clases, para terminar oyendo
a Warren Buffet, una de las grandes fortunas del mundo, proclamando,
sin vergüenza: «Hay una guerra de clases, pero es mi clase, la de los
ricos, la que está haciendo la guerra, y la estamos ganando».
La “crisis”, esa ofensiva capitalista que el multimillonario Warren
Buffet, de 82 años, con una fortuna de 59.700 millones de dólares,
llama “guerra de clases”, pone en evidencia que hay otra clase social:
la clase trabajadora.
La clase trabajadora será diversa, con varias categorías
profesionales, que la Seguridad Social clasifica desde la 11
(trabajadores menores de 18 años, cualquiera que sea su categoría
profesional. ¡Estudien! ¡Fórmense! ¡No se dejen explotar desde los 16
años!) y la 10 (peones) hasta la 1 (ingenieros y licenciados y
personal de alta dirección), con situaciones económicas y
socioculturales distintas, sin lugar a dudas, pero con un común
denominador: son trabajadores asalariados, o autónomos. Se ganan la
vida ejerciendo su profesión, por cuenta ajena, o por cuenta propia.
Algunos tendrán un buen patrimonio personal, fruto de sus ahorros,
pero no son los propietarios del capital y de los grandes medios de
producción que toman las decisiones sobre la economía.
La “crisis”, en realidad ofensiva capitalista, “Guerra de clases”, lo
ha puesto en evidencia: los pilotos de Iberia, los médicos y los
profesores de la Salud y Educación pública, respectivamente, los
controladores aéreos y otros trabajadores de AENA, los licenciados
(categoría 1) de las empresas públicas, todos profesionales
cualificados y con un buen nivel socioeconómico, se han visto
duramente afectados por las privatizaciones, igual que el resto de los
trabajadores.
Los profesionales de las empresas privadas, los empleados de banca,
los empleados públicos, de las categorías más altas, con un buen nivel
socioeconómico, se han visto afectados por los ERE de las empresas o
instituciones, igual que el resto de los trabajadores. Todos eran, al
fin y al cabo, asalariados, clase trabajadora.
Los obreros han tenido, en los últimos años, las mejores condiciones
laborales que nunca habían tenido anteriormente, y sus hijos o ellos
mismos, mediante la extensión de la Educación pública, han podido
formarse y promocionarse, subiendo de la categoría 8 (oficiales de
primera y segunda) a la categoría 5 (Oficiales administrativos), a la
2 (Ingenieros Técnicos, Peritos y Ayudantes Titulados) o a la 1
(Ingenieros y licenciados). Pero, todos son asalariados.
Pero lo habíamos olvidado, y hemos asumido los cuentos capitalistas
sobre la clase media, los asalariados privilegiados, la inoperancia de
los trabajadores públicos, la inviabilidad del sector público y el
haber vivido por encima de nuestras posibilidades. Hemos olvidado la
Historia de la Lucha de Clases, nuestra Historia, el significado del
1º de Mayo, Día de la Clase Trabajadora y del 8 de Marzo, Día de la
Mujer Trabajadora, que simbolizan las luchas por la jornada laboral
(que ahora quieren alargar), por mejores salarios (que ahora han
recortado y pretenden recortar más el FMI y la Patronal), por mejores
condiciones laborales (que ahora se van degradando con la presión y el
miedo al despido). Habíamos olvidado como se había conseguido cada
conquista social y no lo hemos transmitido.
Nos hemos creído el cuento capitalista sobre el “viejo” Marx y las
reivindicaciones de la clase trabajadora que defendía el marxismo,
tachadas despectiva y machaconamente de decimonónicas, del siglo XIX,
mientras el capitalismo, una vez dividida y desarmada ideológicamente
la clase trabajadora, está aplicando las ideas preconizadas por Adam
Smith, un economista del siglo anterior, del siglo XVIII, que lleva la
clásica peluca empolvada. Hemos interiorizado el pensamiento
capitalista, dejando de pensar como clase trabajadora. Y ahora, a
muchos trabajadores y trabajadoras nos vuelve a llamar “los pobres”.
Como antes de la expansión de las ideas de igualdad social. No somos
“los pobres”. Somos la clase trabajadora.
La clase dominante que ha emprendido la ofensiva contra la clase
trabajadora, tiene el capital y los medios de producción, pero es
minoría y la clase trabajadora que es mayoría, tiene la fuerza y la
capacidad de trabajo para hacer funcionar los medios de producción.
Fabricamos todos los productos, diseñamos todos los proyectos,
cuidamos la salud, enseñamos, transportamos, limpiamos, atendemos los
servicios, reparamos, investigamos, pescamos, labramos la tierra.
Nuestro trabajo es necesario para la vida.
Y podemos hacerlo, con capital y medios de producción públicos – ya lo
hacíamos en Europa en el siglo XX, también en parte, en el lado
occidental, con industrias que aportaban muchos beneficios a las arcas
públicas y mucho empleo de calidad - y apoyando a las PYMES que
también están siendo excluidas de las decisiones económicas.
No necesitamos una minoría capitalista egoísta y acaparadora que
especula en la bolsa y amontona el dinero en los paraísos fiscales. No
nos vale para la vida.