jueves. 01.05.2025

Parto de la base de que nunca he sido partidario de celebrar el día especial de ningún colectivo, ni el de las madres, ni el de los padres, ni el de los enamorados, ni el del orgullo gay ni, por lo que ahora toca, el de la mujer.

No lo soy por la sencilla razón de que para mí el reconocimiento de todos estos colectivos debe ser diario y no una vez al año.

Soy padre o madre, gay o trans, hombre o mujer 365 días al año, todos los años de mi vida y si estoy enamorado lo estoy también los 365 días.

Celebrar un día concreto como forma de reivindicar algo a lo que tengo derecho a diario me parece un completo despropósito.

Hoy ocho de Marzo se celebra el día internacional de la mujer y todo el mundo se echa a la calle demandando igualdad, paridad y otros muchos “ad” como si no hubiera un mañana.

Pero lo grave de esta celebración, no es el hecho en si de acordarnos, un día en especial, de que existen las mujeres, de que la discriminación que sufren es aberrante y que en pleno siglo XXI el abismo entre los sexos es, sencillamente descomunal a pesar de los avances que ha experimentado la sociedad.

Lo realmente grave, bajo mi humilde opinión, es que esta reclamación no es real, o por lo menos, no es sincera por parte de muchas mujeres que salen a la calle a reivindicar el sexismo y el machismo que impera en nuestra sociedad.

Y no lo es por razones que todo el mundo comprenderá a poco que se esfuerce en hacerlo y no se deje llevar de la marabunta a la que le interesa denunciar estas situaciones denigrantes que sufre el colectivo con mayor peso especifico en una sociedad que se precie de ser moderna y evolucionada.

Y no lo es, entre otras razones, porque esta discriminación de la que no conseguimos escapar tiene el origen en las decisiones que, para evitarla, emanan de la clase política, española en el caso que nos ocupa.

Si en el panorama político patrio, en ese espacio de la sociedad que habitan quienes dirigen los destinos de los ciudadanos, no hubiera ninguna mujer en puestos de relevancia pública, podría entender que estas, las mujeres, se levantaran en armas contra los machos alfa que las marginan, discriminan y abusan de su “supuesta” debilidad.

Soraya Sáenz de Santamaría, Vicepresidenta del Gobierno, María Dolores de Cospedal, Ministra de Defensa, Presidenta del PP de Castilla La Mancha, Secretaria General del PP, Susana Díaz, Presidenta de la comunidad autónoma de Andalucía y futura Secretaria General del PSOE (salvo sorpresa mayúscula), Uxue Barrios, Presidenta de la comunidad autónoma de Navarra, Ada Colau, Alcaldesa de la segunda capital española y Manuela Carmena, Alcaldesa de la Capital del Reino, son ejemplos claros del poder que las mujeres ejercen en un espectro de la sociedad históricamente reservado a los hombres.

Además de estos nombres de la mayor relevancia política, hay un sinfín de mujeres que tienen poder suficiente en el resto de las instituciones públicas que tenemos en España.

La mayor parte de las discriminaciones y abusos a las que se someten a las mujeres son como consecuencia del mantenimiento de unas leyes y normas basado en postulados casi medievales, donde el hecho de ser mujer no dejaba de ser un complemento al todopoderoso poder masculino.

Pues bien, estas leyes y normas quien las tiene que cambiar para adaptarlas a los tiempos, unos tiempos donde la realidad femenina nada tiene que ver con la existente cuando se promulgaron, son los políticos que nos gobiernan, es decir, los hombres y las mujeres salidos de las urnas por votación popular.

Ahora me pregunto yo, ¿Para qué queremos mujeres en los gobiernos patrios si no son capaces de modificar ni siquiera las leyes que las discriminan a ellas mismas, mas allá que sean nocivas para el resto del mundo femenino? ¿Tal vez tenga como explicación el hecho innegable de que las únicas mujeres que no están afectadas por la discriminación, ni social ni laboral, son precisamente aquellas que tienen que cambiarlas?

Soy un firme defensor de la igualdad, de la paridad entre hombres y mujeres, entre otras razones porque no soy capaz de encontrar razón alguna para que existan diferencias entre sexos. Es más, creo que el hombre es el verdadero sexo débil, porque en lo único en lo que nos podemos sentir “superiores” es en algo tan evidente como inútil para relacionarnos, la condición física. En el resto, en la capacidad de trabajo, en la capacidad intelectual, en la capacidad de sufrimiento y en otras muchas capacidades humanas, las mujeres nos dan miles de vueltas.

Pensar que los hombres son superiores a las mujeres por obra y gracia del espíritu santo es tan absurdo como intentar demostrar que la humanidad desciende de Adán y Eva o que la culpa o la justificación del machismo radica en el hecho de que Eva convenció al calzonazos de Adán para que se comiera la famosa manzana del pecado.

A todas las mujeres que en España tienen poder y haberlas hailas, les pediría que no asistieran a ninguna manifestación a favor de los derechos de las mujeres y se dedicaran a revocar todas aquellas leyes que las discriminan y las marginan, porque ellas y no las demás, pueden y tienen la obligación de hacerlo.

Todo lo demás no me vale, Soraya, María Dolores, Susana, Ada, Manuela y otras muchas tienen en su mano cambiar es status quo establecido y equiparar unos derechos alienados durante siglos y que no existe fundamento racional que lo sostenga.

Y si los machos alfa que las rodean se lo impiden, que me llamen, que ya me encargare yo de movilizar a todos los que pensamos igual para ponerlos en su sitio.

Si en otros países la evolución de sus sociedades no es como la nuestra, está claro que tendremos que seguir con la demanda, pero en lo que respecta a España, reclamar igualdad cuando está en las manos de las propias reclamantes no tiene el menor sentido.

Y por último, el logro de la igualdad no es conseguir que una mujer sea política y no político, medica y no medico, dentista y no dentisto, está en que todas cobren lo mismo a igualdad de trabajo, que sus derechos laborales y sociales sean lo mismo tengan pene o vulva, se llamen Mario o María.

En fin, que la verdadera inteligencia del ser humano radica en el reconocimiento de que por encima de cualquier consideración, todos somos lo mismo y que sin ellas, las mujeres, los hombres no existiríamos.

Reivindicaciones femeninas en el Día de la Mujer
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