Por Ramón Pérez Hernández
El jueves 16 a las 19 horas tuve el honor de asistir a los Actos de solemnidad de Nuestra Señora del Carmen en la Iglesia del Lomo. Multitudinaria la asistencia de fervorosos ciudadanos para aclamar a la Protectora de los marineros. Vehemente la Santa Misa concelebrada por 4 sacerdotes. Significativos: el Coro a voces con contra canto, la Banda de Música, los resonantes voladores, los altares en la vía pública y embanderado (canaria y nacional) de las calles; los balcones adornados; los niños de ‘marinero' con faroles, prodigioso; las mágicas bengalas, sorprendente; valioso los recitados de versos. Se celebró el entrañable “Asadero” en los aledaños del “Grupo de Viviendas”, acertadamente designado “Marques de Valterra”. Sensible la representación Institucional de la Defensa (Marina, Aire, Tierra) Guardia Civil y Policía. Hoy domingo, espectacular la afluencia a la procesión marítima, previa leal visita al Hospital donde los enfermos le rindieron glorioso homenaje, se poetizaron versos y se cantó la Salve Marinera. El embarque fue precedido de 117 barcos con jubilosos acompañantes. Rindieron constante honor a la Virgen más de 35 señoritas, unas 28 portando el Trono de la Virgen, singularidad prodigiosa en esta Isla; 3 señoritas y 2 niñas, ataviadas con coronas festivas y 4 amabilísimas, vestidas de marinero. El final, a eso de las 10 de la noche con el estruendo de los fuegos artificiales muy bonitos. El acceso a la Iglesia de la Virgen, apoteósica, con estruendosos fuegos, luminosas bengalas y esplendida interpretación musical de la afinada Banda. Innegable que lo Actos fueron sensatamente planificados por los dinámicos, entregados y nobles organizadores del Barrio. El destacado entusiasmo, la nobleza cívica y devota de los ciudadanos, me transpuso al originario Arrecife que inmortalizó el célebre escritor “Agustín de la Hoz”, en su genial obra LANZAROTE:
...“Los barrios de Arrecife, o foliolos del trébol urbano, son una espléndida decoración en torno al corazón del Puerto, porque mientras la Destila y el Puerto de Naos exhiben las calas preciosas de sus yodadas orillas, con sus típicas embarcaciones de mástiles enjambrados, los barrios del Lomo y La Vega muestran los blancos molinos de viento sobre sus risueñas colinas”... Las calles de Arrecife son rectas y de graciosos perfiles arquitectónicos, con sus pintorescos y raros recovecos, sus diminutas e intranscendentes calles y su excelente Parque Municipal en la Avenida de La Marina, donde canta una fuente acaso salida del genio de la Lámpara de Aladino. Sobre la urbe surge el blanco capirote de la iglesia, y desde el sonoro campanario se ve salir el vuelo de palomas que zurean y se confunden con las inquietas palmípedas, en continua evolución sobre las humeantes factorías de salazones y conservas. Por el cobalto manso, lejano, donde el sol de Arrecife hace grandes senos de oro, vese a la hinchada vela rasgando el horizonte. Es la vida de Arrecife bajo la égida del mar, como si eternamente este “puerto” estuviera acabando de nacer de entre las entrañas marinas. ¡Mar y sol, cal y mar, es la luminosa existencia de Arrecife!. Los mismos roncotes parecen frutos que brotan del árbol trepidante de los barcos, y son esos hombres quienes nunca aprenden a olvidar lo que les sugiere la tierra, a pesar de que sea la mar su sino intransferible:
“Los marineros de canosa frente, / estatuas que ha esculpido su garra omnipotente,/
pasan como hombres tipos a la orilla del mar; / llevan en sus pupilas el misterio y tienen un hablar de ministerio, / mamado en su nodriza, la recia tempestad”.
Acaso ese “sino” del mar propugne en el roncote su desmedido apego a la tierra, y quizás por esa misma causa los hombres de Arrecife hayan hecho rito y religión de aquellos báquicos y alegres carnavales de las Cuatro Esquinas hervidero humano ataviado de máscaras de “buche”, al estilo del país, con monteras de airón y cintas multicolores. ¡Con qué ganas gritaban hembras y varones, satisfechos de vivir y de gozar! Era que ellas y ellos muy bien sabían que, a la fugaz parrandera presencia de los roncotes, sucedería la sorda ausencia cuando la flota insular rumbeara hacia los linderos saharianos”...
En tan emocionados y anímicos instantes, es posible que emocionado por el sagrado aliento que me rodeaba, ensalzara, no lo dudo, lo que concebí, imantado por la Sagrada Virgen: “la gracia de creer serenamente la presencia de mi queridísima esposa Rosarín”, a la que deseo con toda mi alma se halle en la celestial omnipresencia de la Virgen, extasiada con el Divino Rostro de la “Virgen Bendita”, como ella con gozo y amor siempre la llamaba.
