martes. 30.12.2025

Por J. Lavín Alonso

Es un derecho fundamental, recogido en el art. 19 de la Declaración

Universal de los Derechos Humanos, promulgada `por la Asambleas General

de las Naciones Unidas, en 1940. No obstante existen precedentes de tal

derecho, reflejados en la Declaración de Independencia de los Estados

Unidos de América, uno de cuyos principales signatarios: Thomas

Jefferson, sostenía que para él era preferible una Prensa sin estado a

un estado sin prensa.

Fue, asimismo, una de las ideas que alentaron la lucha burguesa contra

el Antiguo Régimen, es decir, en los tiempos de la Revolución Francesa

que, paradójicamente, también fueron los tiempos del jacobinismo más

rampante. Los tiempos de elementos como Robespierre, Marat o Saint Just,

creadores del llamado Comité de Salvación Pública, que inauguró la

infame época conocida como /El Terror,/ que, por cierto, los devoró a

ellos tambien

La materialización del estado siempre ha resultado ser una realidad

castrante en mayor o menor grado. Un a realidad que no siempre ha tenido

en cuenta los derechos inalienables del ser humano, tendencia esta de la

que no han logrado separarse ni las mas avanzadas democracias, las

cuales, en algún momento de su historia han sacado a relucir maneras

autoritarias en mayor o menor grado. Esto ha hecho de que todas tengan

algún esqueleto en su armario como resultado de esas actividades en el

lado oscuro, de las que ningún estado ha logrado deshacerse todavía ? y

por las trazas de lo que sucede en el desarrollo de sus políticas ? ni

lo logrará a un plazo indefinido, pero relativamente largo.

Por ende, el estado no ha logrado aun abandonar plenamente la idea de su

preeminencia ante la ciudadanía; de que su presencia resulta

trascendental para la pervivencia de la sociedad que administra. Y, de

esas ideas, a caer en tentaciones dictatoriales, no hay más que un paso.

Para ello no resulta condición /sine qua non/ la comisión de un golpe de

estado al mas puro estilo ortodoxo. Basta con abandonar, por brevemente

que sea, la mas estricta y pulcra observancia de los derechos y

libertades de la ciudadanía, lesionar sus garantías y abandonar los

procedimientos que garantizan aquellos, para incurrir en lo

anteriormente indicado.

Se trata la libertad de expresión, con la sola limitación que impongan

leyes sensatas ? ninguna libertad es ilimitada, salvo el derecho a la

vida - de un concepto noble donde los haya, pero que a fuerza de

estrujarlo interesada y sectariamente, acaba por convertirse en un

estereotipo o en una caricatura, precisamente por algunos de aquellos

que se jactan de su propio pedigrí democrático y van por la vida

presumiendo de progresistas. Tal vez lo sean? pero de pacotilla, pues a

las primeras de cambio, y cuando el ejercicio de este derecho no

conviene a sus retorcidos planteamientos políticos o de otro orden, los

primero que hacen es tratar de arrinconarlo y adoptar posturas que lo

vulneran o desvirtúan. Como dice el Evangelio: por sus obras les

conoceréis. Y vaya que si los vamos conociendo.

El filósofo inglés John Locke, llamado también el filósofo de la

libertad, sostenía que la humanidad posee ciertos derechos, cuales son:

la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Afirmaba asimismo

que el bien y el mal, recompensa y castigo, eran las principales

motivaciones de un ser racional, dondequiera que este se hallase en la

faz de la Tierra. Claro que sus ideas eran de siglos atrás. De haber

vivido en nuestros días hubiese tenido que retocar un tanto sus esquemas

de pensamiento. El bien y el mal resultan, hoy día, conceptos un tantos

evanescentes para la mayoría de los políticos y de quienes manejas las

riquezas del planeta u ocupan puestos de cierta relevancia, por no decir

totalmente desconocidos para la mayoría. En cuanto a recompensas y

castigos, que Dios nos libre de la mayoría de los zurupetos desnortados

y carentes de las necesarias nociones, que actualmente tienen

encomendadas estas misiones. Y así, con estas poco halagüeñas

perspectivas, debemos, en palabras de Píndaro, seguir adelante a pesar

de todo.

Poder y libertad de expresión
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