Por J. Lavín Alonso
Es un derecho fundamental, recogido en el art. 19 de la Declaración
Universal de los Derechos Humanos, promulgada `por la Asambleas General
de las Naciones Unidas, en 1940. No obstante existen precedentes de tal
derecho, reflejados en la Declaración de Independencia de los Estados
Unidos de América, uno de cuyos principales signatarios: Thomas
Jefferson, sostenía que para él era preferible una Prensa sin estado a
un estado sin prensa.
Fue, asimismo, una de las ideas que alentaron la lucha burguesa contra
el Antiguo Régimen, es decir, en los tiempos de la Revolución Francesa
que, paradójicamente, también fueron los tiempos del jacobinismo más
rampante. Los tiempos de elementos como Robespierre, Marat o Saint Just,
creadores del llamado Comité de Salvación Pública, que inauguró la
infame época conocida como /El Terror,/ que, por cierto, los devoró a
ellos tambien
La materialización del estado siempre ha resultado ser una realidad
castrante en mayor o menor grado. Un a realidad que no siempre ha tenido
en cuenta los derechos inalienables del ser humano, tendencia esta de la
que no han logrado separarse ni las mas avanzadas democracias, las
cuales, en algún momento de su historia han sacado a relucir maneras
autoritarias en mayor o menor grado. Esto ha hecho de que todas tengan
algún esqueleto en su armario como resultado de esas actividades en el
lado oscuro, de las que ningún estado ha logrado deshacerse todavía ? y
por las trazas de lo que sucede en el desarrollo de sus políticas ? ni
lo logrará a un plazo indefinido, pero relativamente largo.
Por ende, el estado no ha logrado aun abandonar plenamente la idea de su
preeminencia ante la ciudadanía; de que su presencia resulta
trascendental para la pervivencia de la sociedad que administra. Y, de
esas ideas, a caer en tentaciones dictatoriales, no hay más que un paso.
Para ello no resulta condición /sine qua non/ la comisión de un golpe de
estado al mas puro estilo ortodoxo. Basta con abandonar, por brevemente
que sea, la mas estricta y pulcra observancia de los derechos y
libertades de la ciudadanía, lesionar sus garantías y abandonar los
procedimientos que garantizan aquellos, para incurrir en lo
anteriormente indicado.
Se trata la libertad de expresión, con la sola limitación que impongan
leyes sensatas ? ninguna libertad es ilimitada, salvo el derecho a la
vida - de un concepto noble donde los haya, pero que a fuerza de
estrujarlo interesada y sectariamente, acaba por convertirse en un
estereotipo o en una caricatura, precisamente por algunos de aquellos
que se jactan de su propio pedigrí democrático y van por la vida
presumiendo de progresistas. Tal vez lo sean? pero de pacotilla, pues a
las primeras de cambio, y cuando el ejercicio de este derecho no
conviene a sus retorcidos planteamientos políticos o de otro orden, los
primero que hacen es tratar de arrinconarlo y adoptar posturas que lo
vulneran o desvirtúan. Como dice el Evangelio: por sus obras les
conoceréis. Y vaya que si los vamos conociendo.
El filósofo inglés John Locke, llamado también el filósofo de la
libertad, sostenía que la humanidad posee ciertos derechos, cuales son:
la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Afirmaba asimismo
que el bien y el mal, recompensa y castigo, eran las principales
motivaciones de un ser racional, dondequiera que este se hallase en la
faz de la Tierra. Claro que sus ideas eran de siglos atrás. De haber
vivido en nuestros días hubiese tenido que retocar un tanto sus esquemas
de pensamiento. El bien y el mal resultan, hoy día, conceptos un tantos
evanescentes para la mayoría de los políticos y de quienes manejas las
riquezas del planeta u ocupan puestos de cierta relevancia, por no decir
totalmente desconocidos para la mayoría. En cuanto a recompensas y
castigos, que Dios nos libre de la mayoría de los zurupetos desnortados
y carentes de las necesarias nociones, que actualmente tienen
encomendadas estas misiones. Y así, con estas poco halagüeñas
perspectivas, debemos, en palabras de Píndaro, seguir adelante a pesar
de todo.
