Por J. Lavín Alonso
A finales del siglo XIX, cuando desaparecieron los últimos vestigios de aquel imperio en el que, según los textos de mi niñez, no se ponía el sol, y ya no quedaban colonias que administrar ni virreinatos que explotar o con los que comerciar y obtener con ello pingües beneficios, fue cuando se acabo el chollo y España empezó a perder interés para ciertos sectores catalanes y vascos que hasta entonces habían vivido regaladamente, enquistados en la administración española. Surgieron entonces personajes de la calaña de Sabino Arana y Prat de la Riba, quines mostraron un odio irracional hacia todo lo que estuviese más allá de su reducido entorno. Surgieron los independientismos, hasta entonces más o menos en estado latente.
A muchas personas de generaciones recientes les podrán sonar a algo nuevo las pretensiones del soberanismo vasco o del independentismo tripartito, pero de nuevas no tienen nada. El chantaje político, el golpismo y la ideología antisistema no es nada nuevo en ERC.
Cualquiera que este medianamente familiarizado con la historia de la II República, recordará que en octubre de 1934, un antecesor de Carod-Rovira, el entonces presidente de la Generalidad y miembro de ERC, Luís Companys, aprovechando el río revuelto de la situación política de entonces, proclamó la independencia de Cataluña, en franca rebelión contra el Gobierno de la República, legalmente constituido. Pero poco duró el disparate, pues el intento sedicioso fue fulminantemente desbaratado en pocas horas por fuerzas militares, siguiendo órdenes expresas de dicho gobierno. Companys fue apresado, juzgado y condenado a treinta años de cárcel, sentencia de la que se libró a comienzos de 1936, ya pueden imaginar como.
Quiero hacer ver con este retroceso momentáneo a las años de mayor zozobra de España en el pasado siglo, dictadura franquista aparte, que hay políticos en la actualidad que no solo parecen tener flaca la memoria, sino que juegan a la prestidigitación mas cínica ocultado hechos históricos que nada les favorecen, sacándose de la chistera reivindicaciones fuera de toda racionalidad, y que, en opinión de no pocos juristas, carecen de toda base legal y podrían tener consecuencias imprevisibles para la estabilidad de España como estado de pleno derecho; y eso puede que a algunos les tenga sin cuidado – allá ellos – pero a mi me produce cierto desasosiego. Una cosa es que unos logreros pretendan un estatuto poco verosímil y asaz insolidario y otra muy distinta jugar a mamporrero de dichas pretensiones. Con socios como estos, por muy circunstanciales que sean, no hace falta tener enemigos. ¿O es que el enemigo esta dentro?
