Por J. Lavín Alonso
Algún historiador ha sostenido recientemente, y estoy plenamente de acuerdo con ello, que recurrir a la memoria, o a las memorias, para tratar de elucidar o representar un pasado, por muy reciente que sea, carece de utilidad inmediata por el grado, por otra parte inevitable, de subjetivismo que el autor o autores introducen en el intento. La memoria personal o colectiva, por muy buenas que sean, tienen siempre una componente de fragilidad que la hace inviables para un adecuado, y lo mas certero posible, estudio de la Historia.
Ha surgido hace poco un proyecto de resucitar una parte de nuestra historia reciente basado en una intención revanchista y vengativa para con uno de los bandos que la protagonizaron, pretendiendo, al mismo tiempo, dejar al otro bando en el olimpo de los dioses y rodeado de un aura de romanticismo glorificador. Nada más lejos de la realidad.
Sostiene Renan, filósofo e historiador francés del siglo XIX, que la existencia de una nación, o más bien, de un estado, requiere que todos sus individuos tengan muchas cosas en común y hayan olvidado mucho. Pero no resulta fácil olvidar acontecimientos del pasado, sean estos próximos o no en el tiempo, si un grupo significativo de su tejido social se empeña en sacarlos de nuevo a colación en forma, no ya tendenciosa, sino dentro del más puro jacobinismo revanchista.
El pasado es algo inevitable. Está ahí con toda su inamovible impronta histórica; lo tenemos a nuestras espaldas queramos o no, haya sido venturoso o aciago, y resulta imprescindible conocerlo con el mayor grado posible de aproximación. Pero eso no es posible si solo recurrimos a las diversas memorias de sus protagonistas o a los recuerdos que han ido pasando de generación en generación. Ello se debe a que es casi imposible quitar la carga de subjetivismo y las deformaciones que el paso del tiempo produce en la memoria. Estas circunstancias ya las expresó claramente el Nóbel colombiano García Marqués en su autobiografía “Vivir para contarla”: La vida no es lo que uno vivió, si no lo que recuerda y como lo recuerda para contarlo.
Tratar de sacar a relucir de nuevo la historia de aquellos años y su aciago contenido presupone un riego de alcance difícilmente previsible. Reescribir la Historia a golpe de recuerdos, memorias, emociones y no poco dogmatismo, no solo carece de todo rigor académico sino que conduce a mantener viva la llama de la crispación y el cainismo, tribulaciones estas que parecían felizmente erradicadas de la vida común después de la transición, tras el afincamiento de la democracia. Se me antoja todo ello un claro ejemplo de lo que en inglés se conoce como bullshit, que no es lo escatológico que el término implica, no. Este adjetivo se aplica a algo que resultar ser absurdo o sin sentido, también significa “fraude” o “engaño”. Ponerse a jugar con la moviola histórica en vez de encarar el futuro de la forma más conveniente para todos no es otra cosa que puro bullshit, con perdón.
