lunes. 22.09.2025

Por A. Hernández Romero (eldiariodetenerife.com)

Quién la ha visto quién la ve. Lanzarote, una isla de ensueño, ha entrado en declive tras la muerte de César Manrique y la defenestración de sus dos grandes alcaldes, Dimas Martín (Teguise) y Honorio García Bravo (Yaiza). Los dos fueron imaginativos, lograron importantes obras para sus respectivos municipios, lanzaron el turismo y sufrieron prisión. Ahora Lanzarote está huérfano del artista y de sus dos ediles más destacados.

La crisis económica ha terminado de hundir la isla. Los inversores han salido corriendo, los bancos han cerrado el grifo y obras como la del promotor grancanario Juan Padrón Morales permanecen en el esqueleto, dando a Costa Teguise un aspecto desolador.

A ello hay que añadir la irrupción de turismo barato del “todo incluido”, que ha terminado por quebrar una isla construida sobre la calidad. La desgraciada muerte de César Manrique, el hombre que inventó Lanzarote, en accidente de tráfico, fue una desgracia doble; la de tipo humano y la del final de un artista y de toda una era.

César no tiene sustituto. Y Lanzarote se mantiene gracias a sus obras, a su dinamismo, a su espíritu emprendedor, a su atrevimiento y a su autoridad moral, que son la herencia que el genial urbanista y artista dejó a su isla natal.

Bien es verdad que los lugares más emblemáticos de Lanzarote, que gestiona el Cabildo, permanecen: Los Jameos del Agua, la Cueva de los Verdes, el Jardín de Cactus, el castillo de Guanapay, el parque nacional de Timanfaya, etcétera. Pero otras construcciones históricas que antaño fueron restauradas con mimo en los principales municipios de la isla, y que gestiona la corporación insular, se están cayendo. Algunas permanecen cerradas y a otras les han cambiado su cometido inicial por magadas impresentables que no pegan ni con cola.

Por otra parte, las luchas políticas terribles que mantienen el Cabildo y los principales ayuntamientos de la isla han creado un clima de crispación que Lanzarote no se merece. Todo está paralizado, nada ni nadie se mueve. Todos son empujones, acusaciones –los juzgados están atiborrados de asuntos debidos a denuncias absurdas de unos políticos contra otros–, con desprecio absoluto de la isla y de sus habitantes.

La crisis económica ha terminado por sepultar la isla, con unos bancos cerrados al crédito, unos edificios cuyos esqueletos son el mejor exponente de lo que decimos, unos hoteles que se están deteriorando y un turismo que cada vez va a peor.

Mientras, los políticos lanzaroteños siguen con sus discusiones bizantinas, con sus luchas por el poder y con la demostración de que aman muy poco a su tierra.

Inconscientes, incapaces, chanchulleros y faltos de imaginación. Las excepciones se pueden contar con los dedos de la mano. Si César Manrique levantara la cabeza y viera a Lanzarote como está se volvería a meter en la tumba.

Lanzarote se muere entre la falta de inversores y el turismo barato
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